Una guerra perdida: el expolio español.

Ultimamente me asalta una pena gris, como de un mal sin cura.

Es sin duda, en parte, producto de la creciente convicción de que esta guerra contra la indecencia la perdimos hace ya muchos, pero muchos años. De hecho, tengo a veces la sensación de que la perdimos en el preciso instante en que el establishment político-financiero decidió comenzarla, sin que estuviera en nuestras manos ni preverlo, ni evitarlo, ni combatirlo, como egoístas ignorantes y culposos cómplices de nuestra propia ruina, o meros títeres más o menos conscientes entre el vaho de las adormideras. Porque fuimos ciegos, pero cómplices necesarios, y a veces involuntarios pero otras veces cooperantes indolentes, alegres, estúpidos, tanto en los preparativos como en su desarrollo.

En parte, también, es el resultado de un “tomar conciencia”, progresivamente, de la inmensidad, inabordable, utópica, de medios y esfuerzos, claridad y firmeza, que serían necesarios para contener al enemigo en sus múltiples formas: el enemigo declarado, el embozado, el ladino, o simplemente el “quinta columna”, los más y más vergonzosos. Cuando uno ve desde afuera a quienes asisten a las manifestaciones, constatando que hay casi tantas banderas distintas como participantes; cuando uno oye y habla con muchos de los afectados, viendo la arrogancia con la que cada uno defiende su privilegio pero no el derecho de todos, ni la igualdad social, preocupados muchos exclusivamente por “el colegio de la meva filla” sin capacidad de atender al problema en su conjunto; cuando uno constata la unidad de mensaje que hay en los medios de comunicación y cómo se criba y selecciona la noticia; cuando uno asiste asombrado al desmontaje de toda la protección social, la ausencia de división de poderes, el uso arbitrario de la fuerza pública (esos mismos policías que pegan a la gente mientras se quejan de los recortes que les afectan a ellos son el más penoso ejemplo de lo expuesto); cuando uno constata como los lobbies tras el poder político y los mass media maniobran eficientemente sacando adelante sus intereses como una apisonadora, desde los hechos consumados, con un gobierno en su nómina gobernando a golpe de decreto, violando la ley y la constitución en el uso ilegítimo de una mayoría parlamentaria ilegítimamente adquirida con engaños y traiciones; cuando uno acaba viendo que los pocos condenados (ni siquiera los primeras espadas, sino simples esbirros) son indultados…; cuando uno ve cómo se criminaliza al pobre y al desocupado, al usuario del servicio social, al inmigrante… y oyes a la gente aceptar ese discurso, asumirlo, y decir “hombre, es verdad que no se puede mantener a los vagos”… y aceptan los “recortes” en tanto que afecten solo a los demás, porque “es lógico”, porque lo único lógico es lo de cada cual…. Cuando uno ve tanto egoísmo, combinado alegremente con tanta estupidez, el resultado es desalentador: ¡si solo salieran a protestar los 5 millones de desempleados este golpe de estado se paraba en seco en 24 horas!. Pero ni siquiera ellos, los más afectados, han tomado conciencia de lo que está ocurriendo y de cuál es su poder y su papel. Están alienados por la maquinaria de propaganda, asumiendo el discurso oficial, mera masa inerte que colabora con sus amos. Y ni siquiera lo saben.

Pero también está la Historia, y su enseñanza inapelable de mil batallas anteriores a la nuestra, que nos muestran descorazonadoramente que no hay defensa posible para ninguna fortaleza, por grandes y altos que sean sus muros, ante un enemigo que esté dispuesto a tomarla. Más puede la insidia que todas las armas, demoliendo murallas lentamente, como una gota tras otra en la piedra. Y no hay mayor corrosivo social ni veneno que el egoísmo, la ambición y la envidia. Aun cuando ganáramos esta batalla, no seríamos capaces de permanecer siempre atentos y vigilantes ante enemigos tan astutos y ladinos.  Su incapacidad moral hace al psicópata especialmente eficiente en la escala social. Cuando está en posición de debilidad sabe disfrazar como altruismo y filantropía lo que no es más que paciente y bien trazado plan depredador. Pero que cuando esta en posición de dominio es capaz de ejercer su razón instrumental sin ninguna barrera moral, solo atento al resultado que más le favorezca. De estos pájaros tenemos llenos los directorios de las grandes empresas, asi como las cúpulas de los partidos políticos y organizaciones. Porque el enemigo presente, el que ahora nos asola, es difícil de identificar, medrando a la sombra de sus testaferros. Pero el enemigo futuro, que surgiría inmediatamente después del caso en que ganáramos esta batalla, está escondido bajo el rostro amable de uno de nuestros vecinos, esperando su momento. Esperando su oportunidad.

Por eso, me asalta la tristeza. Por esa batalla perdida. Por las que perdimos cuando aun no habíamos nacido, y por las que perderemos después de muertos.

Hoy, al leer el último artículo de Vicenc Navarro me asoma una sonrisa en los labios; como una mueca, es verdad. Porque ¡es tan claro! ¡los números son tan obvios! Pero, ¿de verdad son tan obvios? me miro en el espejo y me pregunto: ¿dónde estaba yo hace 5 años atrás? ¿qué pensaba? ¿entonces me hubiera resultado igual de obvio?

He dedicado años al intento de comprender el presente, y así y todo cada día me resulta muy costoso encontrar orientación en la realidad. Consciente de estar sujeto a la provisionalidad, vivo sin fundamentos ni norte. La maraña desinformativa es tan intrincada que requiere de un gran sacrificio personal desenredarla e intentar una mera aproximación a lo real. Hoy no se censura el contenido de la información: hoy se saturan los canales por los que discurre. La censura, hoy, se llama ruido. Los lobbies producen tal cantidad y volumen de ruido en los mass media que resulta difícil y a veces imposible discernir lo verdadero de lo falso. A veces, no es posible ni siquiera discernir la ciencia de la propaganda o descubrir las medias verdades o mentiras que se esconden entre ellas. Nuestra capacidad de análisis es muy limitada, y frente ella hay unas fuentes de ruido deliberado o amateur que son virtualmente infinitas.

Lamentablemente, esa tarea de discernimiento solo tiene dos caminos: el trabajo (la lectura, el estudio, el esfuerzo) y la fe. Si, si, la fe. Suena mal, sobre todo viniendo de mi, pero es así. Al final, los saberes importantes, esos que mueven la conducta, dependen de algo muy parecido a un acto de fe. Los que no tenemos la suerte de ser grandes especialistas en ninguna ciencia, no tenemos más remedio que acceder a sus resultados mediante lo que se ha dado en llamar literatura de divulgación. Por medio de ella aceptamos la autoridad de un autor, a quién se supone públicamente reconocido, aceptando la verdad de sus afirmaciones en un verdadero acto de fe. Obviamente, eso no es poner a Dawkins en el mismo sitio o nivel que un Ayatolah o Papa, pero nuestra “recepción” de sus palabras probablemente constituya un acto muy cercano al que que realizan los seguidores de estos últimos. Es un acto de aceptación dogmática, por argumento de autoridad. Aunque sin duda también con diferencias importantes, ya que no perdonaríamos a Dawkins una contradicción en su exposición, en tanto que en el discurso religioso o político-ideológico la aceptación de la contradicción forma parte del mismo acto de fe. Esa recepción dogmática es lo que posibilita que en todas las facetas humanas, ciencias incluidas, haya tantos cantamañanas, farsantes y estafadores de trayectoria exitosa (tan exitosa como faltos de capacidad de análisis están sus oyentes), pero que ninguna sea tan susceptible a la manipulación como la de las ciencias sociales. En estas, su peculiar objeto de estudio, el hombre, que es a la vez sujeto y objeto, no puede sino volcar sobre el método, sobre el estudio o sobre los resultados tanto sus prejuicios como sus expectativas. Como además las ciencias sociales aspiran a tratar de cualidades y no solo de cantidades, buscando la comprensión más allá de la explicación, y como a la postre la explicación causal del “es” nos permite acceder al deseado camino del “deber ser” por medio de la manipulación (o ingeniería, según le llaman ahora) social, el terreno de las ciencias sociales se muestra especialmente abonado para todo tipo de aventureros, psicópatas y vulgares delincuentes. Pero ello es así solo porque olvidamos (más a menudo de lo que debiéramos) que las ciencias sociales, incluida la economía, son explicativas -a posteriori- de lo ocurrido o, como mucho, ciencias de medios para alcanzar fines… pero jamás ciencias de producción de fines. Y esto no pueden serlo porque los fines refieren a valores y no a hechos, cuestión de la que se ocupan la Etica y la Política -que no son ciencia sino filosofía- y no la ciencia, aunque año tras año haya que asistir al espectáculo de llamar Ciencias Políticas al vulgar estudio de la Historia y las Teoría políticas.

Trabajo y fe. ¡Casi nada!. Nadie quiere trabajar si ello no reporta placer, y el placer en el trabajo es un privilegio reservado solo a pocos elegidos. Y ¡qué decir de la fe! la fe solo se tiene cuando se nos promete aquello que queremos oír. Al mensajero de malas noticias le ignoramos, y si se pone algo cargante lo apedreamos. Sin más. En un mundo cortoplacista como este, el trabajo creativo y la fe cívica no tienen cabida.

Si a ello sumamos que la Etica y la Política, más que un estudio sobre el “deber ser”, no parecen ser sino la manera en que justificamos nuestro comportamiento ante los demás y a posteriori (esto es, que primero actuamos -particulares y gobierno-, y luego “explicamos” para quedar bien con el prójimo y con nuestra conciencia); el panorama, en cuanto a nuestras posibilidades de comprender el mundo y transformarlo sobre la base de valores cívicos compartidos, puede acabar siendo desolador.

Por todo eso, comprender el mundo y transformarlo puede percibirse como una tarea propia de Sisifo, y así es como quieren que lo vivamos quienes dominan los canales de desinformación. Pero no hay alternativas: porque comprender y transformar no es una opción sino que es una necesidad, y es algo a lo que estamos impelidos más allá de nuestra voluntad. Otra cosa es el éxito. Pero ese éxito, aun en lo aproximativo, es “posible”. Aunque vivamos en un mundo limitado por cuatro paredes, sin origen ni futuro, sin más sentido que el construido cada día; cuando cada uno de nosotros, con trabajo, desde el presente echa la vista atrás, la Historia adquiere un peculiar orden en función de un hilo conductor que ata hechos razonablemente significativos, causalmente, hasta llegar a nosotros. Cada presente lanza así su hilo hilvanador llenando de sentido su pasado, permitiendo una comprensión en la razonabilidad de los hechos. Una razonabilidad que puede usar de mayor o menor información, pero que nunca es afirmación arbitraria, ni dogma, ni sofística, y siempre es honesta.

Desde la comprensión de nuestro pasado y de nuestro lugar en el mundo, haciendo uso de los valores con que nos hemos educado -no tenemos otros- como elementos directivos, imaginamos un futuro que pone solución a los errores presentes y siembra la semilla de un futuro mejor.

Aunque es una batalla perdida, lo se. Un grano de arena en la inmensidad.

Pero no importa. Y cada día, como el de hoy, conscientes de que no podremos cambiar el mundo seguiremos intentando cambiar nuestro círculo inmediato, intentando generar ese mundo mejor al menos en el hiato que nos separa de nuestro prójimo; y si ni siquiera eso fuera posible, haremos que al menos lo sea dentro de nosotros mismos, para nosotros. En la esperanza de que toda gota hace océano, y que la única batalla perdida es aquella que no se pelea.

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