La mirada del autor, a través de la estructura de la obra.

LA MIRADA DEL AUTOR.

Una reflexión a través de los elementos formales de las CRONICAS MARCIANAS, de Ray Bradbury (Minotauro, Buenos Aires, 1975).

Jorge Negro Asensio

Valencia, 14 de abril de 2013.

Del autor.

Ray Bradbury (1920, Waukegan, Illinois – Los Angeles, 2012) de familia modesta, padre norteamericano y madre inmigrante sueca, debió trabajar desde muy joven como vendedor de periódicos para ayudar a los gastos. Avido lector y escritor aficionado, no pudo pese a todo asistir a la universidad, por lo que recurrió sin descanso a las bibliotecas públicas en busca de formación autodidacta. A partir de 1940 consiguió empezar a publicar algunas de sus historias en revistas, pero su primer libro no llegaría sino hasta 1950, con “Crónicas Marcianas”. Su éxito fue inmediato, y le seguirán rápidamente “El hombre ilustrado” en 1951 y “Farenheit 451” en 1953. En 1956 John Huston le pediría colaboración como guionista en “Moby Dick” lo que le introduciría en el mundo del cine y la televisión como guionista, entre otras, de la serie “En los límites de la realidad”. No obstante todo ello, debería esperar aun a la década de los 60 para ver alcanzado su pleno reconocimiento. Pero los cambios sociales y políticosde los años 80 cambiarían el foco de atención a nuevos escenarios, quedando desde entonces paulatinamente sus obras relegadas a los estantes de “autores clásicos” hasta su muerte en 2012, ocurrida sin la trascendencia que hubiera debido hacer justicia a la importancia de su obra.

Crónicas Marcianas…

pese a su primogenitura, resulta extraordinariamente original y ya posee muchos de los elementos y estructura que posteriormente se convertirán en constante y signo de identidad de la obra de Bradbury.

Respecto de esos elementos, mucho se ha discutido y discute sobre la relación entre la obra y la biografía del autor, sobre el peso de la Segunda Guerra Mundial o el American Way of Life; sobre si su literatura es “fantástica” o de “ficción”, cuento o novela; sobre si existe o no un mensaje o denuncia, explícito o implícito, en las tramas, discursos o personajes a través de los cuales se desarrollan la vida, la guerra, la esperanza, el genocidio, la miseria y la muerte, hasta la extinción. Mucho se ha discutido, incluso, sobre la licitud de identificar o no al autor con alguno de sus personajes… Ese sigue siendo un debate abierto en la medida en que el autor no quiso entrar en él para dirimirlo, y lícito y nada estéril en tanto que puede aportar matices que enriquecer la lectura.

Pero, independientemente de todo ello, sin duda importante y sugerente, nosotros en lo que sigue intentaremos prestar atención a una cuestión aparentemente menor, generalmente considerada secundaria, formal, de carácter estructural, y que sin embargo creemos que puede decirnos mucho, tanto sobre la obra como sobre su autor… así como -casi sin darnos cuenta- sobre nosotros mismos, en tanto que como lectores ineludiblemente quedamos implicados en la construcción de la trama en la que el autor nos sumerge.

 La mirada del autor, a través de la estructura de la obra.

Todos miramos (y somos mirados), según qué y cuándo, de forma diferente. Nuestra mirada cambia según miremos un cuadro, un hijo, un cachorro o un amante. Cada mirada tiene un mirar, y guarda para si tanto como expresa. Los ojos son el espejo del alma, dice el proverbio, y en ellos queda impreso el amor, odio, admiración, condena o indiferencia con que nos acercamos a las cosas o seres que nos rodean, trasluciendo a través de las pupilas todas nuestras emociones, miedos o expectativas. Del mismo modo que nuestra mirada se posa cambiante sobre lo que nos rodea, y es percibida, las mirada de los demás sobre nosotros también nos es perceptible.

 Y no es la misma la mirada que pone, por ejemplo, sobre una mujer o sobre una mesa, un Andy Warhol que un Robert Capa. Su mirar se trasluce en el cuadro o la fotografía y nos llega desde él a lo más íntimo. Y salvo, quizás, que su mirada se dirigiera a nosotros, a través de su obra sentimos su mirar casi clarividentemente, mucho mejor que si estuviéramos fijos, detenidos ante sus pupilas. Porque la obra, en un trazo, sintetiza de golpe al mismo tiempo tanto el mirar como lo mirado, haciendo uno lo que en el mundo necesaria e inapelablemente se halla siempre separado: el sujeto que mira y el objeto observado.

Del mismo modo que la pintura o la fotografía a través de sus elementos formales (y no solo de su contenido material) traslucen un mirar, creemos que la narración trasluce la mirada del autor a través de su estructura formal. Y sostendremos además que, en el caso que nos ocupa, las Crónicas Marcianas de Bradbury, esa mirada no es indiferente sino que es decisiva, y que viene a completar con su “mostrado pero no dicho” lo dicho materialmente a través del discurso y la trama.

La estructura.

Atendiendo a su estructura externa el libro muestra un estilo coloquial, casi periodístico, propio de la postguerra mundial. Además, aparentemente, se ajusta al tipo de publicación de relato corto estándar, propio de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, como podría ser el caso de las colecciones de cuentos de Mark Twain o de H.G. Wells. Pero a diferencia de aquellos, conjuntos de relatos, sin nexo común, algunos de los cuales fueron también publicados previamente sueltos en revistas especializadas, los relatos de Crónicas Marcianas fueron re-agrupados (y quizás en cierta manera también re-pensados) en una secuencia cronológica que les dotó (en su conjunto) de unidad argumentativa.

Vista así la obra, como unidad y no como colección, puede observarse que los primeros tres primeros relatos funcionan como PRESENTACION, los últimos siete como DESENLACE, y el resto como el NUDO o desarrollo en el que se despliegan las historias anidadas en la obra mayor (el libro) [VEASE TABLA 1]

Desde el punto de vista del NARRADOR, la obra, como un todo, siempre es narrada en tercera persona. No obstante, Bradbury recurre a dos tipos de relatos muy diferenciados entre si, en los que, manteniéndose la figura de la tercera persona, varía el nivel (de conciencia) del narrador. Así, según la función que cumpla cada cuento dentro del relato general (esto es, según actúe como marco o como contenido) el narrador se mueve entre un plano omnisciente (objetivo) y uno parcial (siempre subjetivo).

En general, los cuentos donde el narrador es “objetivo” son cuentos de transición, aunque imprescindibles para la inteligibilidad del conjunto ya que sirven para completar la visión fragmentaria espacio-temporal del libro (cubriendo lagunas y dando al libro unidad interna) a través de la narración de hechos históricos generales en relación al momento que viven los humanos y marcianos. Estos cuentos construyen el marco, el escenario y las circunstancias exteriores a las que los protagonistas se deberán adaptar como sujetos pasivos (por ejemplo, los hechos “objetivos” de la superpoblación mundial, las necesidades de expansión colonizadora del capitalismo terrestre en busca de materias primas en otros mundos, el peligro latente de la guerra nuclear, el racismo, la mediocridad moral e intelectual, el consumismo, etc.).

Por el contrario, los cuentos donde el narrador es “subjetivo” (que no quiere decir parcial, sino de visión fraccionaria, subjetivamente limitada), los protagonistas, sean marcianos o terrícolas, despliegan sus miserias y anhelos, abocados como están a luchar sin esperanza en un entorno hostil. En este otro tipo de relatos (de acción y no de marco), hombres y marcianos son arrojados en contra de todo propósito, y casi siempre sin elección, a una existencia contra un final del que no hay escapatoria, sin apelación, sea en Marte en la Tierra, condenadamente “humano” y “terrestre”.

Pero es internamente donde el libro muestra su más peculiar e ingeniosa estructura, que le diferencia sustancialmente de los otros tipos de relato.

La obra, conjuntamente, funciona como una gigantesca caja de cartón dentro de la cual giran en el vacío Marte y la Tierra. Viendo la caja desde el fuera no hay manera de saber lo que hay dentro; pero la caja está horadada, llena de agujeros, aunque tan pequeños y distanciados que a través de ellos tampoco es posible ver el conjunto de lo que ocurre dentro (ni diacrónica ni sincrónicamente). Cada orificio, cada cuento, nos da acceso a una pequeña parcela del paisaje interior, visiones parciales, puntos de vista fragmentarios, con los que nuestra imaginación se ve obligada a trabajar, reconstruyendo el todo “no dicho” en los cuentos, buscando alcanzar esa unidad y coherencia a la que por nuestra constitución humana estamos abocados. Y aquí es donde Bradbury pone en juego toda su maestría y originalidad, porque es en esa in-definición donde nos tendrá sometidos hasta el final, en un constante desasosiego que pone de manifiesto el carácter profundamente existencialista de la obra.

Los seres humanos (todos, los personajes de los cuentos al igual que nosotros) viven su vida y mueren solos, encerrados entre cuatro paredes físicas y temporales. Solos, porque todos, antes o después, tomamos consciencia del hiato insalvable que nos separa de los demás, condenados a vivir juntos pero no con otros, parte del mundo, pero escindidos de él. Con un horizonte todo lo lejano que el conocimiento y la técnica de cada época sea capaz de poner… asomados a sus límites, indefectiblemente, no deja de mostrarnos lo pequeño del mundo conocido y la vastedad inabarcable de lo que ignoramos. Pero también, vivimos encerrados entre cuatro paredes temporales. Nacidos (arrojados al mundo) sin un fundamento ni por qué; conocedores de que estamos condenados a una muerte abrupta, inesperada y violenta… sin para qué, sobreviene un día el final que pone todas las cosas en su sitio, incluida toda vanidad. Y así, sin fundamento, ni origen ni destino, sin razón ni telos, sin porqué ni para qué, el ser humano, junto a todas sus obras, recorre el espacio físico y temporal al que ha sido arrojado, obligado a existir, a ejercer, a desarrollar su ser, su biografía, ignorante -si puede- o consciente -como si fuera un castigo- de no ser dueño ni de su llegada ni de su final; condenado a una irremediable y lúcida soledad, a una vida absurda y fugaz, y sin embargo obligado a recorrerla responsablemente, a cada paso, dando y dándose explicaciones, dotándola y dotándose de sentido.

Crónicas Marcianas destila esa soledad por todos sus poros, por cada cuento, confrontándonos a través de sus personajes con la intrascendencia, la futilidad y lo absurdo de la existencia. Pero no por eso nos/les deja sin responsabilidad, ni para con los propios actos ni para con los demás. Los personajes (como nosotros), encerrados en su mundo, entre esas cuatro insalvables paredes, son/somos siempre plenamente responsables (obligados a dar respuesta) de lo que han/hemos hecho con el tiempo y los medios con que los que les/nos ha sido dado vivir. Y así, asumen de alguna manera la condición de Sisifo:

“Consciente de que no puedo separarme de mi época, he decidido formar cuerpo con ella. Y porque sé que no hay causas victoriosas me gustan las causas perdidas; estas exigen un alma entera, igual en su derrota como en sus victorias pasajeras.” (Albert Camus, El mito de Sisifo, 1942).

Texto original y gráfico en:

LA MIRADA DEL AUTOR A LA LUZ DE LAS CRÓNICAS MARCIANAS DE BRADBURY (POR JORGE NEGRO ASENSIO)

 

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