Los profesionales, los mercaderes y nosotros, sus cómplices.

Hoy fui al oftalmólogo de la Seguridad Social.

Porque, aunque esté hecho un chaval, cuente con una salud de hierro y haga ejercicio como un torito, piense como uno de 30, me junte en la «facu» con los de 20 y razone como uno de 11… las entradas y la presbicia me dicen que ya voy llegando a los 50 y no tengo ya suficiente longitud de brazo para ver lo que ponen las etiquetas de las latas en Mercadona…

– ¿y «tu» que quieres? – me dice el Doctor.
– pues, que ya no veo bien cuando leo y me gustaría que me graduara unas gafas…
– «tu» que edad tienes ¿47? mmmmmmmmmm con 1,75 vas a ir bien… si 1,75. ¿lo ves? ¿a que si?. Pero deberías ir a una Optica, porque alli te la van a graduar mejor.
– pero ¡cómo 1,75… ¿en los dos ojos?!
– si, ¿por qué no? (mirada de desprecio)
– no por que a lo mejor tenían alguna graduación diferente…
– (nueva mirada de desprecio)

Tiempo de la consulta: 3 minutos

– ¡Siguiente!

Salí de la consulta con sensaciones, cómo decirlo, algo violentas y encontradas.

– no me hace ningún reconocimiento preventivo (presión ocular, fondo de ojos, etc)
– sin ninguna prueba, a sentimiento y a la primera, me manda una graduación igual en ambos ojos
– ¡y ¿me sugiere que me vaya a una óptica cualquiera, privada, a que me gradúen, que «lo van a hacer mucho mejor que ellos»?!?!

Cuando lo cuento en casa, me dice mi pareja: -«Y no le dijiste…» No, no le dije nada. Me quedé sin palabras. ¡Yo, sin palabras!. Me sentí insultado, agredido. Hundido.

Está claro que la Seguridad Social no funciona. Los bancos no creen en ella, y los políticos, a sueldo de estos últimos, menos… Todos esos tienen siempre pase VIP. Pero lo grave es que parece que muchos trabajadores de la SS tampoco crean en ella, ni en su trabajo, ni en lo que han estudiado ni en su profesión. Pese a ser unos privilegiados en cuanto a sueldo y condiciones laborales, no son profesionales, simplemente porque no profesan fe alguna: no creen en lo que hacen ni en aquello para lo que están alli. No son más que unos sinverguenzas y unos cínicos, para los que los pacientes solo somos un incordio, un «daño colateral» con el que hay que lidiar para poder cobrar el sueldo e irse de vacaciones.

La Seguridad Social no funciona, al igual que no funcionan ninguna de las grandes profesiones tradicionales, necesitadas de desesperadamente de una verdadera profesión de fe: la enseñanza, la policía, la política… porque los gestores que tienen que hacerlas funcionar solo quieren reducirlas a escombros, para venderlas a remate a sus amiguetes; muchos (da igual la cantidad, uno solo hace un daño infinito) de los que están dentro trabajando actúan como verdadera quinta columna desde la desidia y la negligencia ante la pasividad cómplice (por activa o por pasiva) de sus compañeros… y los que estamos fuera lo miramos todo, callados, atónitos, incapaces, incompetentes, como yo… sin palabras. Cómplices. Y asi, a golpe de sinverguencería y silencio cómplice (porque es tan cómplice el que hace como el que permite) lo transformamos todo en un vulgar mercadeo… que es lo que quieren los mercaderes: hacerlo todo, y a nosotros incluidos, vulgar mercancía. Una mercancía atónita, callada y sumisa.

¡Cómo lamento haberme quedado esta mañana sin palabras!

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