El siguiente enlace corresponde a una grabación en mp3 de la monumental (e inmortal) obra de Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, de acuerdo a la traducción realizada por Guillermo Solana para Taurus en 1974.
[Aunque esta obra es de dominio público, esta grabación, al igual que las otras de este blog, está destinada exclusivamente a personas con alguna minusvalía o impedimento físico que les impida disfrutar de la obra impresa. Por tanto, si no es su caso, no debe acceder a la obra].
Quienes disfrutáis del privilegio inigualable de leer, compradla y leedla; y quienes no podáis, sentaos a escuchar. Se trata de una obra maestra de la literatura, la Historia, la política y la filosofía, de una actualidad abrumadora, que pone a su autora en el selecto club de las cabezas y plumas más penetrantes y poderosas que ha dado la humanidad. ¡Qué la disfrutéis y os ayude en la reflexión y el crecimiento personal y político!
LINK a los archivos de audio:
ARENDT, H. – LOS ORIGENES DEL TOTALITARISMO
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Algunas perlas de la obra:
«Lo que hace que los hombres obedezcan o toleren, por una parte, el auténtico poder y que, por otra, odien a quienes tienen riqueza sin el poder, es el instinto racional de que el poder tiene una cierta función y es uso general. Incluso la explotación y la opresión hacen trabajar a la sociedad y logran el establecimiento de un cierto tipo de orden. Únicamente la riqueza sin el poder o el aislamiento sin una política se consideran parasitarios, inútiles, sublevantes, porque tales condiciones cortan todos los hilos que mantienen unidos a los hombres. La riqueza que no explota carece incluso de la relación existente entre el explotador y el explotado; el aislamiento sin política ni siquiera implica una mínima preocupación del opresor por los oprimidos.» (Arendt, H. LOT. Antisemitismo. Cap.1).
«Una diferencia fundamental entre las dictaduras modernas y todas las tiranías del pasado es la de que en las primeras el terror ya no es empleado como medio de exterminar y atemorizar a los oponentes, sino como instrumento para dominar masas de personas que son perfectamente obedientes. El terror, como hoy lo conocemos, ataca sin provocación previa, y sus víctimas son inocentes incluso desde el punto de vista del perseguidor.» (Arendt, H. LOT. Antisemitismo. Cap.1).
«La igualdad de condición, aunque es ciertamente un requerimiento básico de la justicia, figura, sin embargo, entre los mayores y más inciertos riesgos de la humanidad moderna. Cuanto más iguales son las condiciones, menos explicaciones hay para las diferencias que existen en la gente; y así, más desiguales se tornan los individuos y los grupos.» (Arendt, H. LOT. Antisemitismo. Cap.3)
«El populacho es principalmente un grupo en el que se hallan representados los residuos de todas las clases. Esta característica torna fácil la confusión del populacho con el pueblo, que también comprende a todos los estratos de la sociedad. Mientras el pueblo en todas las grandes revoluciones lucha por la verdadera representación, el populacho siempre gritará en favor del «hombre fuerte», del «gran líder». Porque el populacho odia a la sociedad de la que está excluido tanto como al Parlamento en el que no está representado.» (Arendt, H. LOT. Antisemitismo. Cap.4.4).
«De la misma manera que los hunos hace mil años, bajo el mando de Atila, lograron una reputación gracias a la cual todavía viven en la Historia, el nombre alemán tiene que llegar a conocerse de tal manera en China que ni un solo chino se atreva siquiera a mirar de soslayo a un alemán». Cita de la arenga de Guillermo II a sus tropas expedicionarias ante la rebelión de los boxers en 1900. (Arendt, H. LOT. Imperialismo. Cap.7).
«Cada desarrollo de la democracia o incluso el simple funcionamiento de las instituciones democráticas existentes sólo podía significar un peligro, porque es imposible gobernar a «un pueblo por un pueblo —al pueblo de la India por el pueblo de Inglaterra». La burocracia es siempre un Gobierno de expertos, de una «experta minoría» que tiene que resistir tanto como sepa la constante presión de la «inexperta mayoría». (Arendt, H. LOT. Imperialismo. Cap.7).
«El mejor criterio por el que decidir si alguien se ha visto expulsado del recinto de la ley es preguntarle si se beneficiará de la realización de un delito. Si un pequeño robo puede mejorar, al menos temporalmente, su posición legal, se puede tener la seguridad de que ese individuo ha sido privado de sus derechos humanos. Porque entonces un delito ofrece la mejor oportunidad de recobrar algún tipo de igualdad humana, aunque sea como reconocida excepción a la norma. El único factor importante es que esta excepción es proporcionada por la ley. Como delincuente, incluso un apátrida no será peor tratado que otro delincuente, es decir, será tratado como cualquier otro. Sólo como violador de la ley puede obtener la protección de ésta. Mientras que dure su proceso y su sentencia estará a salvo de la norma policial arbitraria, contra la que no existen abogados ni recursos. El mismo hombre que ayer se hallaba en la cárcel por obra de su simple presencia en este mundo, que no tenía derecho alguno y que vivía bajo la amenaza de la deportación, que podía ser enviado sin sentencia ni proceso a algún tipo de internamiento porque había tratado de trabajar y de ganarse la vida, podía convertirse en un ciudadano casi completo por obra de un pequeño robo. Aunque no tenga un céntimo, puede contar ahora con un abogado, quejarse de sus carceleros y ser atentamente escuchado. Ya no es la escoria de la Tierra, sino suficientemente importante como para ser informado de todos los detalles de la ley conforme a la cual será procesado. Se ha convertido en una persona respetable». (Arendt, H. LOT. Imperialismo. Cap.9).
«Como los Derechos del Hombre eran proclamados «inalienables», irreducibles e indeductibles de otros derechos o leyes, no se invocaba a autoridad alguna para su establecimiento; el Hombre en sí mismo era su fuente tanto como su objetivo último. (…). El Hombre aparecía como el único soberano en cuestiones de la ley de la misma manera que el pueblo era proclamado como el único soberano en cuestiones de Gobierno. La soberanía del pueblo (diferente de la del príncipe) no era proclamada por la gracia de Dios, sino en nombre del Hombre; así es que parecía natural que los derechos «inalienables» del hombre hallaran su garantía y se convirtieran en parte inalienable del derecho del pueblo al autogobierno soberano. En otras palabras, apenas apareció el hombre como un ser completamente emancipado y completamente aislado, que llevaba su dignidad dentro de sí mismo, sin referencia a ningún orden circundante y más amplio, cuando desapareció otra vez como miembro de un pueblo. Desde el comienzo, la paradoja implicada en la declaración de los derechos humanos inalienables consistió en que se refería a un ser humano «abstracto» que parecía no existir en parte alguna, porque incluso los salvajes vivían dentro de algún tipo de orden social. (…) Toda la cuestión de los derechos humanos se vio por ello rápida e inextricablemente mezclada con la cuestión de la emancipación nacional; sólo la soberanía emancipada del pueblo, del propio pueblo de cada uno, parecía ser capaz de garantizarlos». (Arendt, H. LOT. Imperialismo. Cap.9).
«La calamidad de los fuera de la ley no estriba en que se hallen privados de la vida, de la libertad y de la prosecución de la felicidad, o de la igualdad ante la ley y de la libertad de opinión —fórmulas que fueron concebidas para resolver problemas dentro de comunidades dadas—, sino que ya no pertenecen a comunidad alguna. Su condición no es la de no ser iguales ante la ley, sino la de que no existe ley alguna para ellos. No es que sean oprimidos, sino que nadie desea incluso oprimirles. Sólo (…) si permanecen siendo perfectamente «superfluos», si no hay nadie que los «reclame», pueden hallarse sus vidas en peligro.» (Arendt, H. LOT. Imperialismo. Cap.9).
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Otras versiones recientes de la misma traducción: