Trabajo garantizado + Renta Básica + Reparto de trabajo.

Las tres caras de la misma moneda: las condiciones individuales para la emancipación de la clase trabajadora.

¿Las condiciones sociales?: muchas, pero muy sencillas. Eliminación del fraude fiscal, progresividad fiscal hasta límite confiscatorio (ingresos individuales máximos) igualando la renta de las empresas a la de las personas físicas, penalización impositiva a la economía especulativa, sacar del mercado los bienes estratégicos y de subsistencia que ponen en peligro la soberanía alimentaria, energética y tecnológica (energía, agua, minería, tierras de cultivo, alimentación, vivienda) incluidos sanidad, pensiones, educación y justicia. Y lógicamente, la investigación, a través de las universidades, pública y al servicio de la sociedad.

Y República, claro, república, federación territorial y municipalismo, qué tontería. Igualdad formal, salvo discriminación positiva que compense el desigual acceso a los recursos provocado por la desigualdad material. Imperio de la Ley, separación de poderes y libertad de información. Qué burgués y caduco suena todo, sin duda, ¡pero qué bajo hemos caído!

¿Se quiere? Se puede.

Ahhhh ¿Que todo o parte de «eso» puede ser «incompatible» con el «euro»…? Vaya. Pues el «euro» se lo tendrá que hacer mirar, es decir, si quiere estar al servicio de las personas o de su explotación. Esto y no aquello, es lo incompatible.

Solo nos queda saber si somos de «izquierdas» o de «derechas», de forma consecuente y sin vergüenza. Para todo lo demás, trabajo y pedagogía.

 

Valencia, 25 de abril de 2015

(https://www.facebook.com/yacumino/posts/10205443336176737)

TEORIA PURA DEL DERECHO. Hans KELSEN

SEMINARIO DE LECTURA

Actividad presencial en VALENCIA (2016)

Inicio: Sin programar

 

  • INFORMACION E INSCRIPCIÓN: escribir a jnegroasensio@gmail.com, indicando nombre, edad, profesión/estudios, teléfono de contacto .

DURACION: 16-20 horas (15-20 sesiones) (dependiendo del ritmo de cada grupo) en sesiones de dos horas semanales, en día y horario a pactar con el grupo.

 

OBJETIVOS:

Principal: Realizar una lectura completa de la TEORIA PURA DEL DERECHO, de Hans KELSEN (Buenos Aires: Eudeba, 1983) Traducción de Moises Nilve. La lectura será llana, no erudita, literal, con el fin de entenderlo con la mayor profundidad que nos sea posible (sin sectarismo ni prejuicios de ningún tipo, ni a favor ni en contra) y reflexionar y discutir sobre su contenido, problemas y vigencia.

Secundarios:

  • Esbozar el marco filosófico, conceptual y político de la sociedad contemporánea, y sus desafíos (derecho, naturaleza, moral, obligación, ilícito, responsabilidad, jerarquía, interpretación, fuentes de derecho, Estado, Poder, Legitimidad, Administración, Constitución, separación de poderes, Imperio de la Ley).

 

DESARROLLO:

La obra es excepcional.

Denostada, atacada y tergiversada por iusnaturalistas y marxistas, coloca inapelablemente los cimientos del hecho jurídico, y define por completo sus criterios formales.

La TEORIA GENERAL DEL DERECHO Y DEL ESTADO, o  DE LA ESENCIA Y VALOR DE LA DEMOCRACIA, de Hans KELSEN pueden ser excelentes textos de referencia.

Materiales de trabajo:

Al inicio de la actividad y a medida que avance la misma, se facilitará a los asistentes los pdf y mp3 con el audiolibro de la obra. Ello permitirá evitar problemas de traducción y agilizar la lectura y comprensión de la obra.

¡Bienvenid@s a tod@s!

 

 

De la Reforma del Código Penal: de Hobbes, del poder y de la violencia. Una ley indigna a combatir.

De la Reforma del Código Penal: de Hobbes, del poder y de la violencia. Una ley indigna a combatir.

Ya decía Hobbes, autor preferido de los neocon y de las más variopintas derechas, que la igualdad natural es la condición necesaria del pacto de convivencia por el que se crea el Estado. Pero a no engañarse: la igualdad a la que se refería Hobbes no es la igualdad formal jurídica del liberalismo ilustrado; ni es la de la racionalidad universalmente compartida, ni la de la igualdad material… La igualdad de la que nos habla el gran filósofo es la igualdad en el ejercicio de la mera fuerza bruta y en la capacidad que tenemos todos, de forma absoluta y equitativamente repartida, de ejercer violencia y de ser causa de muerte los unos de los otros.

Esa igualdad natural en la fuerza bruta, relativa solo en cuanto a las diferencias físicas interindividuales, llegará a ser un valor de tanta importancia que Rousseau, por ejemplo, lo utilizará como criterio para determinar cuándo una sociedad ha sobrepasado sus posibilidades de convivencia democrática: toda diferencia de poder ,o concentración del mismo, que vaya más allá de las meras diferencias físicas dables en estado natural, ponen en peligro la convivencia, ya que esta se basa en la libertad de darse a si mismo consensuando con otros las normas, libertad a cuya base se sitúa la más radical igualdad..

¡Qué paradoja que sea la igualdad natural en la violencia, mejor dicho, el miedo al ejercicio arbitrario de la libertad individual -fuente de toda heteronomía, como opresión e imposición del más fuerte- la que permita el paso de la igualdad natural a la igualdad jurídica (que ahora ya no es imposición externa del más fuerte, sino autocorregulación en el consenso)!

Y es que eso, tanto para Hobbes como para Rousseau, era un asunto perfectamente claro. Tan claro, como que era cuestión debatida desde Platón y Aristóteles: en tanto que las diferencias de poder se limiten a las diferencias físicas naturales, los muchos podrán mantener a raya a los pocos psicópatas (egoístas, ambiciosos, ladrones, mentirosos, manipuladores y escoria humana de toda índole) que hay en cualquier sociedad. Pero cuando el poder crece desmedidamente, y se concentra en manos de estos últimos, los muchos pierden toda capacidad de defensa, convertidos en ovejas de matadero … del único matadero, que ahora es propiedad de los psicópatas o de sus asalariados y cómplices.

Por ello, independientemente de la forma de gobierno en la que estemos, cualquiera que haya reflexionado mínimamente al respecto caerá siempre en la misma cuenta: no pueden consentirse desigualdades excesivas, ni concentraciones de poder. Pero no solo eso: en una sociedad altamente compleja como la contemporánea, frente a los sistemáticos intentos de intromisión en la Administración por parte de los partidos políticos y poderes fácticos, debe garantizarse la independencia de la Administración del Estado como garante de los Principio de Legalidad e Imperio de la Ley. La garantía contra los tejemanejes de una excesiva concentración de poder, esa y no otra, es la razón por la que ni los partidos políticos ni las organizaciones profesionales (sindicatos o gremios o patronales) pueden (o no deberían) tener acceso a los órganos de la administración pública, ni a la policía, ni a las fuerzas armadas, ni a los tribunales de justicia. Porque la función de la Administración es garantizar los principios de legalidad y de igualdad ante la ley, independientemente de la ideología política que sea mayoritaria en cada momento histórico. Los partidos tienen, así, su espacio limitado al Congreso y a los medios de difusión. Y los poderes fácticos no tienen cabida en ninguno de ellos, pues bastante tienen con serlo. Y dentro de la Administración del Estado, el Sistema Educativo, especialmente la Educación para la Democracia, como herramienta de formación de electores y elegibles en un sistema democrático, debe ser radicalmente independiente de todo poder (gubernamental, táctico, partidario, religioso, ideológico). La democracia es un sistema formal de convivencia (formal en cuanto a estructura, por oposición al contenido material de las leyes) cuyo fin es producir leyes que regulen las relaciones de convivencia (el contenido material) por mayoría o por consenso, desde el respeto a la minoría, sobre la base de ciudadanos libres en el mayor grado posible, y por tanto suficientemente iguales como para no ver condicionadas sus decisiones a nada más que a su voluntad de autorregulación. Cuando se permite la entrada de los partidos, los poderes tácticos y las ideologías en la Administración, se rompe con el Principio de Legalidad, el Estado de Derecho se cae y la democracia sucumbe. Eso, queridos amigos, se llama España.

En esas condiciones, los elementos institucionales que debieran ser garantes de la legalidad se contaminan y sus resoluciones se vuelven espúreas, cómplices, o simplemente no defienden al ciudadano de la ilegitimdad de las leyes que pudiera dar un Parlamento corrompido y/o un Gobierno corrupto. El Tribunal Constitucional deja de ser garante de la coherencia del edificio normativo; los Tribunales Administrativos esquivan la aplicación estricta de la Ley por la Administración; los Tribunales Penales permiten que los poderosos o sus esbirros se sitúan por encima de la ley; y las Fuerzas de Seguridad del Estado, que detentan el monopolio legítimo del uso de la violencia para garantizar la aplicación estricta de la ley y de las decisiones de las instituciones de control…. devienen vulgares mamporreros de los grupos de poder infiltrados como un cáncer en las más altas magistraturas del Estado.

Con ello, el pacto de convivencia (reflejado más o menos imperfectamente en la Constitución) se rompe; y roto ese pacto vuelve a quedar a la vista el ejercicio bruto, originario y descarnado del poder: la pura fuerza bruta del aparato represivo del Estado (antes llamado de «Seguridad»).

El gobierno y los grandes poderes financieros y empresariales lo saben, razón por la que a mayor inequidad aumenta desproporcionadamente la criminalización de las protestas. Pero saben también que no hay poder que solo pueda mantenerse sobre la base exclusiva de la represión: es antieconómico y profundamente inestable. Por eso,  con la técnica del «divide y vencerás» han estimulado sin reparos la división y el enfrentamiento social: parados contra empleados, empleados contra contratados, educación contra industria, sanidad pública contra privada, inmigrantes contra nacionales, andaluces contra catalanes, vascos contra castellanos, catalanes contra andaluces, jubilados contra prejubilados, jóvenes contra maduros, pescadores contra transportistas, becarios contra asalariados, temporales contra fijos, mineros contra… todos) Pero no seguros del éxito, han monopolizado los canales de información principales (prensa, televisión) y saturado con «ruido» y basura el resto para ocultar todo mensaje que no interese repetir. Es más barato convencer que vencer. Y como «todo el que quiera vivir está condenado a la esperanza», el ciudadano prefiere creer lo que le cuentan que pensar que vive realmente en Matrix. Fundamentalmente porque es más sano: hay que estar muy enfermo para idear permanentemente mecanismos de defensa y de ataque contra enemigos invisibles… pero va a resultar que estamos gobernados por empleados en nómina de enfermos mentales completamente invisibilizados… Y este es un asunto que, llegados a donde hemos llegado (tras nuestra renuncia cómplice y estúpida, primero a nuestras obligaciones políticas y luego a nuestros derechos humanos), tiene muy mala solución.

La «solución Gandi» es altamente costosa, injusta e ineficiente (tánto, que sospechosamente es la preferida de los mass media). Primero, porque los psicópatas nunca mandan al frente a los suyos sino a sus asalariados, pobres desgraciados más o menos convencidos como los apaleados. En la solución Gandi los muertos y los heridos los ponen siempre los mismos: los desgraciados de uno y otro lado, mientras de uno y otro lado medran y se empoderan los que de verdad mandan o esperan mandar una vez acabadas las revueltas. Y segundo, porque la «solución Gandi» solo vale para los vivos: los muertos quedan indefectiblemente sin paraíso que les redima. Dicho lo cual, deberíamos quizás pensar si dicha solución, como tal, no resulta profundamente injusta y quizás estúpida: aquellos que no luchan ni se arriesgan se benefician de los sufrimientos y muerte de los que si lo han hecho. Vamos, que no parece algo muy equitativo.

Frente a la anterior está la otra, digamos la solución «clásica», el enfrentamiento abierto, el ¡mascalzone!, el muy castizo «¡te voy a romper la cara!»; en suma, el poder desorganizado y anárquico de los muchos, frente al poder concentrado y disciplinado de los pocos. Suena fatal. Y, encima, las experiencias pasadas acabaron siendo verdaderamente desastrosas y sangrientas (solo por citar una vencedora, la francesa de 1789; o dos perdedoras, la del 48 o la española). Pero no nos engañemos: si acabaron siendo especialmente sangrientas, no fue porque la revuelta en si lo fuera, sino porque los psicópatas, nunca dispuestos a ceder ni un milímetro de sus privilegios y sabedores de que los muertes los ponen siempre los otros, se han mostrado siempre altamente capaces de establecer alianzas de clases, incluso a nivel planetario (haberlos los habrá, pero yo no recuerdo ningún banquero muerto con las armas en la mano). El tiempo, la paciencia y el sufrimiento de los pobres juegan siempre a favor de los poderosos. «Dejad que los hambrientos vengan a mi», podría decir un opulento emprendedor desde las islas Caimán, mientras sus fieles empleados hacen el trabajo sucio. El psicópata, usa solo de la «razón instrumental» y evalúa exclusivamente lo que tiene en relación con lo que le costará mantenerlo. Los muertos ajenos son algo barato, y con paciencia, al final siempre se gana, como en el Monopoly. Y si no gana él en persona (a veces las batallas por el poder son demasiado largas y complejas como para ser medidas respecto de una vida mortal), otro como él ganará, otro de su clase, ya que todo vencedor de hoy es heredero de pleno derecho de los vencedores del pasado.

¿Os acordáis de lo compungidos que estaban los financieros, los poderosos y los teóricos de Chicago al inicio de la crisis, cuando todos entonaban el mea culpa y hablaban de refundar el capitalismo? Pues eso, que al final no les hizo falta. Solo hubieron de re-situarse, de re-colocar a sus asalariados en los gobiernos y, controlar el mensaje único a través de los medios de comunicación. Con ello vino el golpe definitivo al sistema político y económico mundial, aumentando los beneficios más allá de todo lo conocido, y debilitando los movimientos de resistencia y de respuesta social hasta sus mínimos históricos. Contra el fascismo y el comunismo, sin duda (¡quién nos lo iba a decir, hace solo 20 años!), estábamos mejor: al menos el enemigo estaba claro y obraba a cara descubierta. El tándem «dinero – control político – poder militar – medios de comunicación – devaluación de los sistemas educativos – censura mediante ruido – crímenes selectivos», aplicado en diferentes dosis allí donde fuera necesario, eclosionó en la nit de foc del mejor de los mundos posibles, a través de la globalización, de la naturalización de la crisis y de la pobreza y represión generalizada, con la aceptación como plaga bíblica de todo lo que no era más que obra del más repugnante y despiadado expolio de la historia de la humanidad. Una obra de arte, sin duda, las cosas como son.

Pues eso, que hoy de compungidos nada ¿y por qué? porque no les hizo falta seguir con el teatro. Al inicio de la debacle pudieron tener sus miedos, ya que cabía el peligro de que todo este robo, secuestro y asalto al poder acabara en una Bastilla. Pero, una vez estabilizada la situación, y sin Bastilla la vista, con el paso de los meses fueron recuperando la compostura, y con las tonadillas del «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» y del «no hay alternativas» fueron (rápidamente, hay que reconocerlo) transformándonos en caballos de tiro, hambrientos, tristes y apaleados, pero dóciles: con esperanza. Siempre con esperanza.

La verdad es que lo teníamos muy difícil: ellos habían leído a Hobbes y nosotros no. Y ellos sabían que lo único que nos pone en igualdad radical es la violencia. Por eso tuvieron tanto miedo, y se mostraban tan arrepentidos y compungidos y su mensaje «proGandi» era tan monolítico. Hasta que vieron que no pasaba nada.

Todo el mundo sabe que no se pude negociar nada con quien pone una pistola encima de la mesa. Contra esa actitud tan pobremente democrática solo cabe la sumisión -el «es lo que hay-«. Pues, resulta que en este juego de Monopoly, en el que además de «jugadores» somos «fichas», hay un jugador (que por cierto no es ficha) que juega con las pistolas encima de la mesa (con la criminalización y la represión, además del control ideológico), Los demás nos mantenemos ingenuamente con una confianza casi mística en el Estado de Derecho y en el principio de legalidad. Como los animales de la Granja de Orwell. Pero, por si no le fuera bastante con la pistola (seguramente por eso de que «prevenir es mejor que curar»), este jugador no-ficha, mafioso y tramposo, no contento con haber copado la administración del Estado y los tribunales, instrumentalizando los juzgados (a través del Procedimiento), la policía y la herramienta del indulto de acuerdo a sus fines políticos y amistades, ha decidido curarse en salud y cambiar las reglas de juego a su antojo, es decir todas las leyes que le pudieran molestar, a fin de asegurarse una apisonadora implacable contra los que rechistan.

Y claro, contra una apisonadora, irracional y fanática, quedan pocos argumentos. Igual que contra una picadora de carne -sobre todo cuando «uno» es la carne a picar. Es en ese contexto, donde el «argumento de Gandi» empieza a sonar a chiste: «¿saben aquel que diu… ?»

Pero, cómo no, Hobbes (¡el gran Hobbes, devenido ahora, en contra su voluntad, en paladín de la democracia!) viene nuevamente en nuestro auxilio: Es la extrema violencia sin control, la del estado natural radicalmente despersonalizada e igualitaria, la que fuerza a los hombres a la negociación y a la autocontención. El miedo a la violencia ciega, a sus consecuencias, a la falta de certeza sobre quién ganará ni a qué precio es lo que nos lleva a renunciar a ella dándonos un Estado -Estado al que hacemos depositario de esa violencia- y unas normas a las que todos sin excepción quedamos sujetos (esa famosa «igualdad ante la Ley», de la que se llenaba la boca el futuro compañero y ciudadano Juán). Esta renuncia basada en el temor, según Hobbes, es lo que posibilita la posterior convivencia en paz y, a partir de ahí, hacer planes de futuro vacunados por completo de toda arbitrariedad particular o pública. De donde sorprendentemente resulta que, si hay algo que garantiza que no se usará la violencia, no es nuestro compromiso a no utilizarla -siempre habrá algún tarado que ponga una pistola sobre la mesa-, sino el firme convencimiento de que si alguien la usa responderemos todos conjuntamente y entre todos le reduciremos a fin de mantener la sociedad en paz. En paz y en libertad: en la libertad de la autocolegislación y en la paz a que conduce la prudencia y el respeto a las minorías y de los más desfavorecidos. Cuando una de las partes sentadas a la mesa cree que puede usar la violencia sin consecuencias, muy probablemente lo hará: el imperativo categórico solo vale entre iguales y con las cartas boca arriba. Por tanto, es el miedo a perder (más que a no ganar) lo que hace nos hace exquisitamente prudentes y considerados (especialmente a los hobbesianos con sus adversarios).

En conclusión, si queremos poner fin y revertir el proceso de degradación de la vida colectiva a que asistimos, y además queremos que esto no desemboque en un enfrentamiento civil y en una sangría a gran escala, debemos ser conscientes de que solo podremos lograrlo estando absolutamente dispuestos. La libertad, la igualdad y la democracia no son bienes que se tienen: son valores que hay que producir y mantener cada día frente a los psicópatas. Porque para un hobbesiano de ley, lo único que legitima al Poder es su capacidad para perpetuarse, principio teórico que les hace ser de muy amplio espectro, así como sentirse completamente legitimados y sin escrúpulos para ejercer una violencia infinita; y, cuando vienen mal dadas, a camuflarse como cordero mejor que nadie. Por tanto, lo único que puede conjurar el peligro de la violencia y de la fractura social, es que los psicópatas sepan clara y palpablemente que pueden perder. Es más: deben saber que perderán.

Para evitar llegar a una situación de violencia irreversible e impredecible, o a la destrucción silenciosa de todos los valores y bienes por los que considerábamos que la vida merecía la pena ser vivida (a un hobbesiano ambas cosas le dan igual, porque no van con él), el miedo tiene que cambiar de bando. Y cuanto antes lo haga, más fácil será.

Y para empezar, bien podemos estrenarnos en impedir con contundencia que este engendro de Ley vea la luz.

(Tras su aprobación, un artículo como éste también será delito.)

 Todos los derechos reservados: <a href=»http://www.safecreative.org/work/1309265827186″ xmlns:cc=»http://creativecommons.org/ns#» rel=»cc:license»><img src=»http://resources.safecreative.org/work/1309265827186/label/standard-72″ style=»border:0;» alt=»Safe Creative #1309265827186″/></a>

——————————————————————————————————————-

Noticia referida:

El Código Penal castigará enviar tuits que inciten a alterar el orden público

El proyecto del Gobierno introduce un nuevo delito que sanciona con hasta 1 año de cárcel la difusión de mensajes de ese tipo «a través de cualquier medio». También prevé prisión para quienes ocupen bancos.

De la mano del amo, y la prensa del corazón.

Así vamos, entretenidos (aunque cada vez más hastiados e insensibilizados) a base de Bárcenas de todo pelaje por aqui, independentismos por allí, «tropiezos» de corona por allá, pseudo-asonadas cuartelarias de fin de semana, y fútbol -gracias a Dios- fútbol y prensa del corazón.

Y todo eso, para no tener que hablar del fondo del asunto, que consiste en que estamos gobernados por personas y grupos de poder que buscan (y consiguen) su beneficio a costa del bienestar, del sufrimiento, del hambre, de la angustia y de la desesperación de la mayoría de la sociedad.

Esa conducta, en otras formas de sociedad, podría ser considerada como delictiva, incluso como traición, puesto que esas sociedades podrían considerar que atenta contra los más altos intereses generales, de la sociedad en su conjunto. Visto así, a esas personas y grupos se les podría llamar y tratar como a delincuentes, igual que a sus esbirros asalariados en las más altas instituciones del Estado, cómplices necesarios de sus hipotéticos delitos. Pero eso es politica-ficción, y esa sociedad no es la nuestra

La nuestra, a diferencia de lo que podría haber sido, claudicó hace mucho de sus deberes ciudadanos dejando baldío el espacio público  -y el espacio del lenguaje, que va asociado a lo público-, y con ello el de la moral ciudadana, a merced de quien quisiera ocuparlo, que normalmente es el que mas grita.

Y así, aceptamos sin más que se identificara

  • legitimidad con legalidad,
  • legal con lo que en cada momento determina el gobierno,
  • moral con lo meramente legal, e
  • ilegal (e inmoral, por tanto) con lo que condenen los tribunales (siempre que no les alcance la gracia del indulto).

No obstante, la cosa no habría sido muy grave si nuestros males hubieran sido solo esos; es decir,

  • si la formulación de las leyes hubiera sido un acto puro y desinteresado (desde el velo de la ignorancia, al más puro estilo de Rawls);
  • si el sistema judicial hubiera sido un prodigio de eficiencia, rapidez y aplicación justa, equitativa y ciega de las leyes; y
  • si el aparato represivo del Estado se hubiera manifestado como un dechado de virtudes republicanas, solo al servicio de hacer cumplir los mandatos judiciales y asegurar el ejercicio de la libertad en las calles…

Pero lamentablemente no fue así.

La prístina idea de legalidad se vio asimismo devaluada (por no decir prostituida), revolcando en el lodazal los más elementales principios de

  • igualdad ante la ley (la tipificación de delitos y su gravedad varió según se tratara de delitos de ricos o delitos de pobres, y el acceso efectivo a las garantías procesales, a instancia de parte, resultó favorecida o mermada en función de los recursos económicos)
  • imperio de la Ley (nadie por encima o al margen de la Ley, cuando en España -más allá del Rey, quien formalmente es inimputable- es una obviedad que hay personas, e incluso estamentos intocables, y si se les toca por despiste siempre cuentan con el indulto o con unas medidas extraordinariamente benévolas y comprensivas)
  • preeminencia de la pirámide jurídica (cualquier contradicción con las leyes superiores o con la Constitución es negada o ignorada sin más consecuencias)… Como cualquier estudiante de primer curso sabe, ningunear la Constitución o aplicarla selectivamente es el más grave de los actos políticos,  ya que la Constitución es el pacto de mínimos (de convivencia pacífica, de respeto de minorías, de salvaguarda de derechos y libertades) que se da una sociedad estableciendo los límites cuyo respeto impide la fractura social… y cuya violación puede abocar a una confrontación civil.
  • independencia de poderes (me refiero a la tontería esa de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial). ¿DIputados que hablan sin sonrojarse de «disciplina de voto»? ¿listas cerradas? ¿magistraturas pactadas por los partidos políticos? ¿puertas giratorias entre política y empresas privadas? ¿sueldos vitalicios?
  • libertad de prensa (con los medios comunicación amordazados por los créditos de cuatro bancos y convertidos en medios de propaganda y desactivación social)
  • libertad de expresión (amenazando, criminalizando y/o apaleando las protestas)
  • uso de la fuerza pública que debería mantenerse independiente del poder, y al servicio de los ciudadanos y los tribunales, garantizando sus libertades y derechos frente a los abusos del poder público o privado; y el de
  • presunción de inocencia. Si, si. El de presunción de inocencia, que aquí es aplicado muy rigurosa pero muy selectivamente. Como ya contaba Kafka, una injusticia verdaderamente temible es aquella que se aplica de forma rigurosa, selectiva y arbitrariamente. Y, en España, el principio de presunción de inocencia ha sido defendido numantinamente, prostituido y arrastrado por rastrojos, cada día, por cada gánsters español, amo o esbirro, con el beneplácito general de todo el poder (al igual que el de honorabilidad, faltaría más)

Y así, laxamente, fuimos descendiendo, desde donde creíamos estar hasta donde nos descubrimos realmente estando, hablando de lo que nos mandan hablar, mientras los que mandan de verdad siguen haciendo legal lo que les beneficia, y criminal e inmoral lo que les recrimina o cuestiona.

Y claro, «con la que está cayendo» ¡no pretenderás!… Hay que ser realistas, y comprender que vivimos por encimas de nuestras posibilidades. Argumento demoledor, si no fuera falaz: si algo es así es porque no pudo ser de otra manera, motivo por el cual necesariamente debe ser así. Vivir en el único mundo posible, el real, es vivir en el mejor de los mundos posibles.

Son las cosas que tiene haber renunciado a ser ciudadanos; … haber renunciado a otros mundos posibles. Pero no pasa nada: siempre nos queda esperar agradecidos la comida de la mano del amo y, mientras,  entretenernos con algún suceso del corazón. Hasta las próximas elecciones.

De las diferencias entre democracia, dictadura y ocupación militar

Hace unos meses atrás, cuando empezaba a advertir a mis amigos de que debíamos procurar quitarnos de encima esta dictadura (que por entonces empezaba ya a vampirizarnos a cara descubierta) mientras pudiéramos, porque cada dia que pasara iba a ser más y más difícil, uno de ellos me dijo, casi ofendido: «Oye, usar la palabra Dictadura es un poco fuerte, porque a este gobierno lo ha votado la gente libremente»… «Ya -le dije- pero, dejando a parte de que no me refería a Rajoy, que no es más que el mamporrero visible, el testaferro de los verdaderos dictadores,  también la gente votó libremente a Hitler, a Chavez y a Perón y, salvando notables diferencias  entre ellos, no se puede decir que sus gobiernos fueran (o sean) significativamente democráticos, ¿verdad?. Porque pareciera que “democracia” es algo «más» que votar… y realmente, y bien mirado, ¡es muchas cosas más!. Pero además, y no menos importante, no recuerdo que votáramos a Botín, ni a Roig ni a Lehman Brothers, ni a la CEOE ni al BCE, que son quienes nos están gobernando e imponiendo su Ley, abusando de la apisonadora que les da a sus testaferros la mayoría relativa obtenida en el Congreso, gracias a una ley electoral injusta que deja fuera de juego a enormes minorías; y abusando del control monopólico de los medios de comunicación, con los que imponen la “doctrina única” a través de la negación de alternativas y de la propagación del miedo. Si todo esto, todavía, no se ve como una «dictadura», sigamos.

¿Por qué el criterio de la mayoría nunca es suficiente?. Porque «Las democracias reales suelen ser complejos mecanismos articulados, con múltiples reglas de participación en los procesos de deliberación, toma de decisiones, en los que el poder se divide constitucionalmente o estatutariamente, en múltiples funciones y ámbitos territoriales, y se establecen variedad de sistemas de control, contrapesos y limitaciones, que llevan a la conformación de distintos tipos de mayorías, a la preservación de ámbitos básicos para las minorías y a garantizar los derechos humanos de los individuos y grupos sociales.» (1)

Es decir, que no hay democracia sin división real de poderes, sin libertad de prensa ni pluralismo informativo, sin protección real de las minorías y de los más desfavorecidos y débiles, sin salvaguarda de los derechos civiles y políticos, sin garantizar que no hay nadie por encima de la ley ni que la ley y el Procedimiento son iguales para todos en su letra y en sus resultados; en suma, que no hay democracia posible sin un efectivo Estado de Derecho. La presencia y gradación de estos componentes es lo que permite que el criterio de la mayoría pueda ser considerado legítimo y por tanto democrático. En caso contrario estamos ante una perversión de la misma que, cuando además tiene componentes xenófobos, nacionalistas y religiosos, generalmente se llama fascismo.

Por el contrario, «La ‘dictadura’” (real o delegada a través de testaferros) “es una forma de gobierno en la cual el poder político se concentra en torno a la figura de un solo individuo dictador o una junta militar con un número de dictadores” (o un gobierno títere de tecnócratas impuestos) “, generalmente a través de la consolidación de un gobierno de facto, que se caracteriza por una ausencia de división de poderes, una propensión a ejercitar arbitrariamente el mando en beneficio de la minoría que la apoya, la independencia del gobierno respecto a la presencia o no de consentimiento por parte de cualquiera de los gobernados, y la imposibilidad de que a través de un procedimiento o institución o institucionalizado la Oposición política o oposición llegue al poder. » (2). Esto es, ausencia de Estado de Derecho, como todo según gradaciones..

 Por eso no debemos engañarnos. “Dictadura” y “criterio de mayorías” no son conceptos antitéticos. Porque ninguna dictadura puede funcionar sin el apoyo pasivo y/o activo de la mayor parte de la población. La violencia policial solo puede utilizarse eficazmente si es utilizada de forma selectiva con las minorías. Usarlo con las mayorías es terriblemente antieconómico y  eso convierte una dictadura en una mera ocupación militar. Y las diferencias, aunque algún despistado no las vea, son notables. Una usa predominantemente el consentimiento, la otra el miedo. Pero incluso, en este último caso, la ocupación militar siempre es algo transitorio y su mantenimiento a largo plazo es imposible si no cuenta con el respaldo abierto o encubierto de una mayoría razonable, como en el caso de Francia durante la 2GM, que permita transformar en un breve lapso de tiempo la ocupación militar en una dictadura, imponiendo un gobierno títere que recupere la ilusión del Imperio de la Ley. Porque la mayoría cómplice y necesaria, como todos nosotros, necesita de esa ilusión para vivir. Necesita creer que existe un futuro previsible y no arbitrario; que hay unas reglas de juego tales que, si se respetan y miras por ti y los tuyos y no te metes en “cosas raras”, puedes prosperar; que la política es algo “malo”; que “todos los políticos son iguales”; que las minorías y los disidentes no quieren respetar esas reglas de juego; que “algunos tendrán buenas intenciones pero…” que esas minorías ”nos meten a todos en problemas” y no son “realistas”; que lo importante es mirar por ti -”porque si tu no miras por ti, ¿quién lo hará?”-; en suma, que «ellos» son los «buenos» y que “el gobierno está haciendo todo lo que puede para beneficio de la mayoría”. Porque «no hay otra salida» y esto «es lo mejor para todos»; que ”es el mejor de los mundos posibles” y que las minorías reprimidas lo son por su propia desconsideración, pues “quieren imponer sus radicalismos” a la mayoría que solo quiere trabajar y vivir sin causar problemas a nadie; que esas minorías son el «enemigo» que les pone en peligro y que esas minorías son en gran medida los culpables de todo lo que está ocurriendo, por acción directa u omisión. La mayoría cómplice necesita creer que esa minoría «ha hecho algo» o «hace» para estar en su situación y que a ellos, en cambio, nada no les ocurrirá, … y si les ocurre será culpa de los “otros”, la minoría.

Por tanto, si bien el objetivo de toda ocupación militar es conseguir la colaboración activa o pasiva de la mayoría de la población por medio de la violencia y el puro ejercicio del poder, rápidamente procura girar a una dictadura sustituyendo el ejercicio del miedo por el de culpabilización de las minorías y/o disidentes, señalándoles doblemente como responsables de su propia suerte y como culpables de los males de la mayoría. Es mucho más barato.

Esa jugada permite a todos cumplir con sus objetivos básicos: al dictador mantener su poder a un coste económico razonable, y a la mayoría continuar con su vida normal pensando que hace lo que debe y que la culpa de lo que pasa es de otro. ¡Vivir con resignación!

 Aquí en España, de momento, se han ahorrado la ocupación militar. No les ha hecho falta, ni a los «mercados» ni a los traidores nacionales que medran a su sombra. Pero en cambio tenemos un gobierno títere (igual de títere que lo era el anterior) y un país secuestrado. La ficción democrática se reduce al ritual del voto: no hay división de poderes, no hay igualdad ante la ley y hay un monopolio de facto en los canales de información. La propaganda oficial ha dividido al país en múltiples minorías, cada una “culpable” de los males de las otras (inmigrantes, parados, funcionarios, pensionistas, dependientes, contratados, interinos, mineros, jornaleros, mileuristas, ninis, mayores de 30, menores de 30, mayores de 48, menores de 48, mayores de 52, madres, etc., etc) consiguiendo con una habilidad asombrosa (una verdaderamente genial campaña de marketing) culpapibilizar a todos, pero siempre señalando a “minorías”, de modo que ante cada recorte siempre haya una mayoría que diga: “lógico, es un abuso, no pretenderás!”; y en cambio, que cuando cada uno de ellos es señalado como una minoría “culpable” no haya por parte de los demás la menor empatía social. Es más, y esto es el colmo de la genialidad, no solo culpabiliza a las víctimas sino que consigue que la víctima crea en su propia culpabilidad: “has vivido por encima de tus posibilidades”, “si no trabajas es porque no buscas trabajo”, “si te pega es porque algo habrás hecho” (… uyyy no, que fallo, esto es violencia de género jejejeje, pero ¿a que se le parece mucho?).. El gobierno gobierna de facto, a golpe de decreto enviando al Parlamente sus propuestas de ley para que el Congreso las apruebe sin rechistar. Los debates son un circo y los parlamentarios votan según lo que ordena el jefe de su Grupo. La oposición (PSOE) vota en contra con la boca chica, pero cuando está en peligro el resultado favorable a los amos se alía con el gobierno en nombre de la “responsabilidad política”. Vistas asi las cosas nos podríamos ahorrar un montón de dinero en sueldos, ya que bastaría con cuatro o cinco diputados, uno por partido y cada uno con un voto ponderado. Pero eso no es asi, porque, como a Laura en la película, de lo que se trata es de que nos creamos que “lo que hay” es “lo que es”, y que “no puede ser de otra manera”: de que la realidad es la que se nos impone por medio de la propaganda dirigida desde el gobierno y sus acólitos y de que toda otra alternativa o es utópica o es contraria a los intereses del pueblo. Pero no es asi: lo que estamos viendo en vivo y en directo, impuestos por la manipulación, la mentira y la repetición hasta el aletargamiento, es un engaño repugnante y monstruoso, una pantomima vergonzosa y una prostitución de las instituciones democráticas: algo a lo que llaman democracia y no lo es.

 (Y dicho todo esto, es muy triste ver cómo la mayoría de la población, ¡las víctimas!, caen en el engaño y permanecen pasivas ante su propio secuestro. Muy triste. La manifestación de ayer en Madrid es un ejemplo)

(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Democracia

(2) El texto en cursiva y entre paréntesis es mio. Cita de Molina, Ignacio. Conceptos fundamentales de Ciencia Política. Alianza Editorial. ISBN 84-206-8653-0. (Ver cita en http://es.wikipedia.org/wiki/ Dictadura)