El IBI y el ICIO. Los privilegios tributarios de la Iglesia.

Coloquio organizado por el Institut d’Estudis Politics el 22 de noviembre de 2021, del que resultó un material de gran calidad y valor político, tanto para quienes luchan desde los ayuntamientos por la abolición de esta inequidad, como para la concienciación de la ciudadanía en general.

 

VIDEO y enlaces a los documentos principales en: https://youtu.be/pUPv745hmds

Participaron: 

Juan José Picó Pastor, presidente de Europa Laica, quien trató de las cuestiones políticas de fondo: las deudas del franquismo, los acuerdos preconstitucionales y el Concordato .
Teresa Calvo Sales, especialista en gestión tributaria, abogada, TAG del Ayuntamiento de Madrid y una de las personas responsables de la histórica sentencia del TJUE del 27 de junio de 2017 que prohibe la exención fiscal en el ICIO para locales cuyo fin no sea estrictamente religioso, quien habló de la trastienda y pormenores del litigio.
Borja Sanjuán Roca, Concejal de Hacienda del Ayuntamiento de Valencia, quien expuso la situación actual en Valencia, sus razones y perspectivas.
 
Presentó y moderó el acto: Marga Sanz.
 

#institutdestudispolitics #justicia #democracia #emancipación #libertad #convivencia #europalaica #ibi #icio #iglesiacatolica #equidadfiscal

[Otros actos en youtube https://www.youtube.com/playlist?list=PLjGHcbzciDfqKS0dmfWvoP1AdD1y35-bt ]

Erich Fromm – Miedo a la libertad ( audio audiolibro mp3 )

“Un amplio sector de nuestra cultura ejerce una sola función: la de confundir las cosas. Un tipo de cortina de humo consiste en afirmar que los problemas son demasiado complejos para la comprensión del hombre común. Por el contrario, nos parecería que muchos de los problemas básicos de la vida individual y social son muy simples, tan simples que deberíamos suponer que todos se hallan en condiciones de comprenderlos. Hacerlos aparecer tan monstruosamente complicados que sólo un «especialista» puede entenderlos, y eso únicamente en su propia y limitada esfera, produce —a veces de manera intencionada— desconfianza en los individuos con respecto a su propia capacidad para pensar sobre aquellos problemas que realmente les interesan. Los hombres se debaten impotentes frente a una masa caótica de datos y esperan con paciencia patética que el especialista halle lo que debe hacer y a dónde debe dirigirse. Este tipo de influencia produce un doble resultado: por un lado, escepticismo y cinismo frente a todo lo que se diga o escriba, y, por el otro, aceptación infantil de lo que se afirme con autoridad. Esta combinación de cinismo y de ingenuidad es muy típica del individuo moderno. Su consecuencia esencial es la de desalentar su propio pensamiento y decisión.”

La grabación enlazada a continuación reproduce en mp3, capítulo a capítulo, el clásico de ERICH FROMM, MIEDO A LA LIBERTAD.

Se trata de una obra singular que, con notable profundidad a la par que claridad, trata de los desafíos a que se enfrenta el hombre contemporáneo arrojado a las fauces de un mercado desregulado y de una sociedad del anonimato.

Analizando las respuestas estandar que es capaz de dar un ser humano, el autor se pregunta por sus formas culturales de manifestación. Y desde esta base psicológica, se interroga sobre las condiciones de la libertad en una sociedad compleja, y sobre las posibilidades de la democracia, de la libertad del individuo y de su integración sana en la colectividad; o en su defecto, de la deriva en el autoritarismo como salida en falso de una personalidad frustrada y atormentada.

Sin desperdicio. En tiempos de “walking death” y de un asombroso resucitar del fascismo gracias al estímulo y paraguas del esperpento neoliberal, empieza a ser otra vez lectura obligada. A disfrutarla! 😀

Esta grabación y documentos adjuntos, al igual que todos los documentos y grabaciones enlazados en este blog, están destinados a personas con deficiencias visuales.

LINK

ERICH FROMM – MIEDO A LA LIBERTAD

 

Perlas para ir abriendo bocas:

“La gran mayoría de la población cayó presa del sentimiento de insignificancia individual y de impotencia que hemos descrito como típico del período del capitalismo monopolista en general. Estas condiciones psicológicas no constituyeron la causa del nazismo, pero sí representaron su base humana, sin la cual no hubiera podido desarrollarse. Por eso un análisis de todo el fenómeno del surgimiento y la victoria del nazismo debería considerar tanto las condiciones estrictamente políticas y económicas como las psicológicas. Teniendo en cuenta la bibliografía existente sobre el primer aspecto y los fines específicos de este libro, no hay necesidad de entrar a discutir las cuestiones económicas y políticas relacionadas con ese movimiento. Sólo bastará recordar al lector el papel desempeñado en la implantación del régimen nazi por los representantes de la gran industria y por los junkers económicamente arruinados. Sin su ayuda Hitler nunca hubiera alcanzado la victoria, y su apoyo al movimiento se debió mucho más a la comprensión de sus intereses económicos que a factores psicológicos. Esta clase de propietarios se veía enfrentada a un Parlamento en el que el 40 por ciento de los diputados era socialista y comunista, representantes de grupos descontentos del sistema social existente, y que estaba integrado también por un número cada vez mayor de nazis, quienes por su parte representaban a otra clase que se hallaba en ruda lucha con los más poderosos representantes del capitalismo alemán. Un Parlamento que en su mayoría sustentaba tendencias contrarias a los intereses económicos, debía, con razón, parecerles peligroso. Se dijeron entonces que la democracia no resultaba. Lo que hubiera podido afirmarse, en realidad, era que la democracia funcionaba demasiado bien. El Parlamento constituía una representación bastante adecuada de los intereses respectivos de las distintas clases existentes entre el pueblo alemán, y por esta misma razón el sistema parlamentario ya no podía conciliarse con la necesidad de preservar los privilegios de la gran industria y de los terratenientes semifeudales. Los representantes de estos grupos privilegiados esperaban que el nazismo trasladara el resentimiento emocional que los amenazaba hacia otros cauces y que, al mismo tiempo, dirigiera las energías nacionales poniéndolas al servicio de sus propios intereses económicos. En general, sus esperanzas no resultaron defraudadas. En verdad, se equivocaron en ciertos detalles. Hitler y su burocracia no se transformaron en instrumentos a las órdenes de los Thyssen y los Krupp, quienes, por el contrario, debieron compartir su poder con los dirigentes nazis y a veces hasta sometérseles; pero, aunque el nazismo, desde el punto de vista económico, resultó perjudicial para todas las clases, fomentó en cambio los intereses de los grupos más poderosos de la industria alemana. El sistema nazi es una versión perfeccionada del imperialismo alemán de preguerra, que volvió a emprender su marcha desde el punto en que la monarquía había fracasado. (Sin embargo, la república no interrumpió realmente el desarrollo del capital monopolista alemán, sino que lo fomentó con los medios que se hallaban a su alcance). En este punto surge una cuestión que habrá de presentarse al espíritu de más de un lector: ¿Cómo puede conciliarse la afirmación de que la base psicológica del nazismo se hallaba constituida por la vieja clase media, con aquella otra según la cual el nuevo régimen funcionaba en favor de los intereses del imperialismo alemán? La contestación a esta pregunta es, en principio, la misma que fue dada con respecto a la función de la clase media urbana durante el período del surgimiento del capitalismo. En el período de la posguerra era la clase media, especialmente la baja clase media, la que se sentía amenazada por el capitalismo monopolista. Su angustia y, por lo tanto, su odio tomaron origen en esa amenaza; se vio lanzada a un estado de pánico, cayó presa de un apasionado anhelo de sumisión y, al mismo tiempo, de dominación, con respecto a los débiles. Estos sentimientos fueron empleados por una clase completamente distinta para erigir un régimen que debía trabajar para sus propios intereses. Hitler resultó un instrumento tan eficiente porque combinaba las características del pequeño burgués, resentido y lleno de odios —con el que podía identificarse emocional y socialmente la baja clase media—, con las del oportunista, dispuesto a servir los intereses de los grandes industriales y de los junkers. Al principio representó el papel de Mesías de la vieja clase media, prometiendo la destrucción de los grandes almacenes con sucursales, de la dominación del capital bancario y otras cosas semejantes. La historia que siguió es conocida por todos: estas promesas no fueron nunca cumplidas. Sin embargo, eso no tuvo mucha importancia. El nazismo no poseyó nunca principios políticos o económicos genuinos. Es menester darse cuenta de que en su oportunismo radical reside el principio mismo del nazismo. Lo que importaba era que centenares de millares de pequeño-burgueses que en tiempos normales hubieran tenido muy pocas probabilidades de ganar dinero o poder, obtenían ahora, como miembros de la burocracia nazi, una considerable tajada del poder y prestigio que las clases superiores se vieron obligadas a compartir con ellos. Los que no llegaron a ser miembros de la organización partidaria nazi, obtuvieron los empleos quitados a los judíos y a los enemigos políticos; y en cuanto al resto, si bien no consiguió más «pan», ciertamente logró más «circo». La satisfacción emocional derivada de estos espectáculos sádicos y de una ideología que le otorgaba un sentimiento de superioridad sobre todo el resto de la humanidad, era suficiente para compensar —durante un tiempo por lo menos— el hecho de que sus vidas hubiesen sido cultural y económicamente empobrecidas.”

Seminario de Lectura de ROUSSEAU ( CONTRATO SOCIAL + DESIGUALDADES + CCyAA )

SEMINARIO DE LECTURA

Actividad presencial. VALENCIA,

 

INSCRIPCIÓN e INFORMACIÓN: jnegroasensio@gmail.com

  • DEL CONTRATO SOCIAL, duración aprox. 4 meses.
  • DISCURSO SOBRE EL ORIGEN DE LAS DESIGUALDADES ENTRE LOS HOMBRES,  duración aprox. 1 mes.
  • Discurso sobre las Ciencias y las Artes. duración aprox. 1 mes

 

OBJETIVOS:

Principal:

Realizar una lectura completa de EL CONTRATO SOCIAL + los discursos sobre el origen de las DESIGUALDADES y las CIENCIAS Y LAS ARTES  (Madrid: Alianza,1980 Traducción de Mauro Armiño). Se trata de una lectura llana, no erudita, literal, con el fin de entenderlo con la mayor profundidad que nos sea posible (sin sectarismo ni prejuicios de ningún tipo, ni a favor ni en contra) y reflexionar y discutir sobre su contenido y vigencia.

Secundarios:

  • Esbozar una visión general del marco histórico y filosófico en el que tiene lugar la publicación de EL CONTRATO SOCIAL (el fin del Antiguo Régimen, la Revolución Francesa, la revolución americana, el constitucionalismo).
  • Esbozar la evolución histórica posterior hasta nuestros días y tratar de entender el hilo conductor que nos trae desde entonces hasta hoy (igualdad, libertad, soberanía, democracia, liberalismo, sufragio censitario, sufragio universal, Estado de Derecho, Imperio de la Ley, División de Poderes).
  • Todo clásico lo es por su capacidad para provocar múltiples relecturas: qué es lo que nos dice DEL CONTRATO SOCIAL, 250 años después de su publicación.

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DESARROLLO:

La obra, magnífica, de prosa ágil y apasionada, está en la raíz de todo lo que hoy entendemos como política y democracia. Es un libro sin el que no podríamos concebir el mundo que conocemos, y que sin embargo sigue haciendo chirriar todos los engranajes de la sociedad contemporánea. Para cada sesión los asistentes deberán traer su propio texto, y ya leído u oído (según necesidad). Para evitar problemas de traducción, se facilitará a los participantes unos enlaces a los archivos en pdf y audiolibro en mp3 de la obra completa para quienes tengan dificultades visuales.

Eso nos permitiría una lectura ágil, y así tener tiempo para resolver dudas, esquematizar la obra y disfrutar de los debates que siempre son tan enriquecedores y nos ayudan a fijar las ideas.

EL ESPIRITU DE LAS LEYES de Montesquieu, puede ser una obra muy interesante para contextualizar EL CONTRATO SOCIAL.

¡Bienvenid@s a tod@s!

De la Reforma del Código Penal: de Hobbes, del poder y de la violencia. Una ley indigna a combatir.

De la Reforma del Código Penal: de Hobbes, del poder y de la violencia. Una ley indigna a combatir.

Ya decía Hobbes, autor preferido de los neocon y de las más variopintas derechas, que la igualdad natural es la condición necesaria del pacto de convivencia por el que se crea el Estado. Pero a no engañarse: la igualdad a la que se refería Hobbes no es la igualdad formal jurídica del liberalismo ilustrado; ni es la de la racionalidad universalmente compartida, ni la de la igualdad material… La igualdad de la que nos habla el gran filósofo es la igualdad en el ejercicio de la mera fuerza bruta y en la capacidad que tenemos todos, de forma absoluta y equitativamente repartida, de ejercer violencia y de ser causa de muerte los unos de los otros.

Esa igualdad natural en la fuerza bruta, relativa solo en cuanto a las diferencias físicas interindividuales, llegará a ser un valor de tanta importancia que Rousseau, por ejemplo, lo utilizará como criterio para determinar cuándo una sociedad ha sobrepasado sus posibilidades de convivencia democrática: toda diferencia de poder ,o concentración del mismo, que vaya más allá de las meras diferencias físicas dables en estado natural, ponen en peligro la convivencia, ya que esta se basa en la libertad de darse a si mismo consensuando con otros las normas, libertad a cuya base se sitúa la más radical igualdad..

¡Qué paradoja que sea la igualdad natural en la violencia, mejor dicho, el miedo al ejercicio arbitrario de la libertad individual -fuente de toda heteronomía, como opresión e imposición del más fuerte- la que permita el paso de la igualdad natural a la igualdad jurídica (que ahora ya no es imposición externa del más fuerte, sino autocorregulación en el consenso)!

Y es que eso, tanto para Hobbes como para Rousseau, era un asunto perfectamente claro. Tan claro, como que era cuestión debatida desde Platón y Aristóteles: en tanto que las diferencias de poder se limiten a las diferencias físicas naturales, los muchos podrán mantener a raya a los pocos psicópatas (egoístas, ambiciosos, ladrones, mentirosos, manipuladores y escoria humana de toda índole) que hay en cualquier sociedad. Pero cuando el poder crece desmedidamente, y se concentra en manos de estos últimos, los muchos pierden toda capacidad de defensa, convertidos en ovejas de matadero … del único matadero, que ahora es propiedad de los psicópatas o de sus asalariados y cómplices.

Por ello, independientemente de la forma de gobierno en la que estemos, cualquiera que haya reflexionado mínimamente al respecto caerá siempre en la misma cuenta: no pueden consentirse desigualdades excesivas, ni concentraciones de poder. Pero no solo eso: en una sociedad altamente compleja como la contemporánea, frente a los sistemáticos intentos de intromisión en la Administración por parte de los partidos políticos y poderes fácticos, debe garantizarse la independencia de la Administración del Estado como garante de los Principio de Legalidad e Imperio de la Ley. La garantía contra los tejemanejes de una excesiva concentración de poder, esa y no otra, es la razón por la que ni los partidos políticos ni las organizaciones profesionales (sindicatos o gremios o patronales) pueden (o no deberían) tener acceso a los órganos de la administración pública, ni a la policía, ni a las fuerzas armadas, ni a los tribunales de justicia. Porque la función de la Administración es garantizar los principios de legalidad y de igualdad ante la ley, independientemente de la ideología política que sea mayoritaria en cada momento histórico. Los partidos tienen, así, su espacio limitado al Congreso y a los medios de difusión. Y los poderes fácticos no tienen cabida en ninguno de ellos, pues bastante tienen con serlo. Y dentro de la Administración del Estado, el Sistema Educativo, especialmente la Educación para la Democracia, como herramienta de formación de electores y elegibles en un sistema democrático, debe ser radicalmente independiente de todo poder (gubernamental, táctico, partidario, religioso, ideológico). La democracia es un sistema formal de convivencia (formal en cuanto a estructura, por oposición al contenido material de las leyes) cuyo fin es producir leyes que regulen las relaciones de convivencia (el contenido material) por mayoría o por consenso, desde el respeto a la minoría, sobre la base de ciudadanos libres en el mayor grado posible, y por tanto suficientemente iguales como para no ver condicionadas sus decisiones a nada más que a su voluntad de autorregulación. Cuando se permite la entrada de los partidos, los poderes tácticos y las ideologías en la Administración, se rompe con el Principio de Legalidad, el Estado de Derecho se cae y la democracia sucumbe. Eso, queridos amigos, se llama España.

En esas condiciones, los elementos institucionales que debieran ser garantes de la legalidad se contaminan y sus resoluciones se vuelven espúreas, cómplices, o simplemente no defienden al ciudadano de la ilegitimdad de las leyes que pudiera dar un Parlamento corrompido y/o un Gobierno corrupto. El Tribunal Constitucional deja de ser garante de la coherencia del edificio normativo; los Tribunales Administrativos esquivan la aplicación estricta de la Ley por la Administración; los Tribunales Penales permiten que los poderosos o sus esbirros se sitúan por encima de la ley; y las Fuerzas de Seguridad del Estado, que detentan el monopolio legítimo del uso de la violencia para garantizar la aplicación estricta de la ley y de las decisiones de las instituciones de control…. devienen vulgares mamporreros de los grupos de poder infiltrados como un cáncer en las más altas magistraturas del Estado.

Con ello, el pacto de convivencia (reflejado más o menos imperfectamente en la Constitución) se rompe; y roto ese pacto vuelve a quedar a la vista el ejercicio bruto, originario y descarnado del poder: la pura fuerza bruta del aparato represivo del Estado (antes llamado de “Seguridad”).

El gobierno y los grandes poderes financieros y empresariales lo saben, razón por la que a mayor inequidad aumenta desproporcionadamente la criminalización de las protestas. Pero saben también que no hay poder que solo pueda mantenerse sobre la base exclusiva de la represión: es antieconómico y profundamente inestable. Por eso,  con la técnica del “divide y vencerás” han estimulado sin reparos la división y el enfrentamiento social: parados contra empleados, empleados contra contratados, educación contra industria, sanidad pública contra privada, inmigrantes contra nacionales, andaluces contra catalanes, vascos contra castellanos, catalanes contra andaluces, jubilados contra prejubilados, jóvenes contra maduros, pescadores contra transportistas, becarios contra asalariados, temporales contra fijos, mineros contra… todos) Pero no seguros del éxito, han monopolizado los canales de información principales (prensa, televisión) y saturado con “ruido” y basura el resto para ocultar todo mensaje que no interese repetir. Es más barato convencer que vencer. Y como “todo el que quiera vivir está condenado a la esperanza”, el ciudadano prefiere creer lo que le cuentan que pensar que vive realmente en Matrix. Fundamentalmente porque es más sano: hay que estar muy enfermo para idear permanentemente mecanismos de defensa y de ataque contra enemigos invisibles… pero va a resultar que estamos gobernados por empleados en nómina de enfermos mentales completamente invisibilizados… Y este es un asunto que, llegados a donde hemos llegado (tras nuestra renuncia cómplice y estúpida, primero a nuestras obligaciones políticas y luego a nuestros derechos humanos), tiene muy mala solución.

La “solución Gandi” es altamente costosa, injusta e ineficiente (tánto, que sospechosamente es la preferida de los mass media). Primero, porque los psicópatas nunca mandan al frente a los suyos sino a sus asalariados, pobres desgraciados más o menos convencidos como los apaleados. En la solución Gandi los muertos y los heridos los ponen siempre los mismos: los desgraciados de uno y otro lado, mientras de uno y otro lado medran y se empoderan los que de verdad mandan o esperan mandar una vez acabadas las revueltas. Y segundo, porque la “solución Gandi” solo vale para los vivos: los muertos quedan indefectiblemente sin paraíso que les redima. Dicho lo cual, deberíamos quizás pensar si dicha solución, como tal, no resulta profundamente injusta y quizás estúpida: aquellos que no luchan ni se arriesgan se benefician de los sufrimientos y muerte de los que si lo han hecho. Vamos, que no parece algo muy equitativo.

Frente a la anterior está la otra, digamos la solución “clásica”, el enfrentamiento abierto, el ¡mascalzone!, el muy castizo “¡te voy a romper la cara!”; en suma, el poder desorganizado y anárquico de los muchos, frente al poder concentrado y disciplinado de los pocos. Suena fatal. Y, encima, las experiencias pasadas acabaron siendo verdaderamente desastrosas y sangrientas (solo por citar una vencedora, la francesa de 1789; o dos perdedoras, la del 48 o la española). Pero no nos engañemos: si acabaron siendo especialmente sangrientas, no fue porque la revuelta en si lo fuera, sino porque los psicópatas, nunca dispuestos a ceder ni un milímetro de sus privilegios y sabedores de que los muertes los ponen siempre los otros, se han mostrado siempre altamente capaces de establecer alianzas de clases, incluso a nivel planetario (haberlos los habrá, pero yo no recuerdo ningún banquero muerto con las armas en la mano). El tiempo, la paciencia y el sufrimiento de los pobres juegan siempre a favor de los poderosos. “Dejad que los hambrientos vengan a mi”, podría decir un opulento emprendedor desde las islas Caimán, mientras sus fieles empleados hacen el trabajo sucio. El psicópata, usa solo de la “razón instrumental” y evalúa exclusivamente lo que tiene en relación con lo que le costará mantenerlo. Los muertos ajenos son algo barato, y con paciencia, al final siempre se gana, como en el Monopoly. Y si no gana él en persona (a veces las batallas por el poder son demasiado largas y complejas como para ser medidas respecto de una vida mortal), otro como él ganará, otro de su clase, ya que todo vencedor de hoy es heredero de pleno derecho de los vencedores del pasado.

¿Os acordáis de lo compungidos que estaban los financieros, los poderosos y los teóricos de Chicago al inicio de la crisis, cuando todos entonaban el mea culpa y hablaban de refundar el capitalismo? Pues eso, que al final no les hizo falta. Solo hubieron de re-situarse, de re-colocar a sus asalariados en los gobiernos y, controlar el mensaje único a través de los medios de comunicación. Con ello vino el golpe definitivo al sistema político y económico mundial, aumentando los beneficios más allá de todo lo conocido, y debilitando los movimientos de resistencia y de respuesta social hasta sus mínimos históricos. Contra el fascismo y el comunismo, sin duda (¡quién nos lo iba a decir, hace solo 20 años!), estábamos mejor: al menos el enemigo estaba claro y obraba a cara descubierta. El tándem “dinero – control político – poder militar – medios de comunicación – devaluación de los sistemas educativos – censura mediante ruido – crímenes selectivos”, aplicado en diferentes dosis allí donde fuera necesario, eclosionó en la nit de foc del mejor de los mundos posibles, a través de la globalización, de la naturalización de la crisis y de la pobreza y represión generalizada, con la aceptación como plaga bíblica de todo lo que no era más que obra del más repugnante y despiadado expolio de la historia de la humanidad. Una obra de arte, sin duda, las cosas como son.

Pues eso, que hoy de compungidos nada ¿y por qué? porque no les hizo falta seguir con el teatro. Al inicio de la debacle pudieron tener sus miedos, ya que cabía el peligro de que todo este robo, secuestro y asalto al poder acabara en una Bastilla. Pero, una vez estabilizada la situación, y sin Bastilla la vista, con el paso de los meses fueron recuperando la compostura, y con las tonadillas del “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” y del “no hay alternativas” fueron (rápidamente, hay que reconocerlo) transformándonos en caballos de tiro, hambrientos, tristes y apaleados, pero dóciles: con esperanza. Siempre con esperanza.

La verdad es que lo teníamos muy difícil: ellos habían leído a Hobbes y nosotros no. Y ellos sabían que lo único que nos pone en igualdad radical es la violencia. Por eso tuvieron tanto miedo, y se mostraban tan arrepentidos y compungidos y su mensaje “proGandi” era tan monolítico. Hasta que vieron que no pasaba nada.

Todo el mundo sabe que no se pude negociar nada con quien pone una pistola encima de la mesa. Contra esa actitud tan pobremente democrática solo cabe la sumisión -el “es lo que hay-“. Pues, resulta que en este juego de Monopoly, en el que además de “jugadores” somos “fichas”, hay un jugador (que por cierto no es ficha) que juega con las pistolas encima de la mesa (con la criminalización y la represión, además del control ideológico), Los demás nos mantenemos ingenuamente con una confianza casi mística en el Estado de Derecho y en el principio de legalidad. Como los animales de la Granja de Orwell. Pero, por si no le fuera bastante con la pistola (seguramente por eso de que “prevenir es mejor que curar”), este jugador no-ficha, mafioso y tramposo, no contento con haber copado la administración del Estado y los tribunales, instrumentalizando los juzgados (a través del Procedimiento), la policía y la herramienta del indulto de acuerdo a sus fines políticos y amistades, ha decidido curarse en salud y cambiar las reglas de juego a su antojo, es decir todas las leyes que le pudieran molestar, a fin de asegurarse una apisonadora implacable contra los que rechistan.

Y claro, contra una apisonadora, irracional y fanática, quedan pocos argumentos. Igual que contra una picadora de carne -sobre todo cuando “uno” es la carne a picar. Es en ese contexto, donde el “argumento de Gandi” empieza a sonar a chiste: “¿saben aquel que diu… ?”

Pero, cómo no, Hobbes (¡el gran Hobbes, devenido ahora, en contra su voluntad, en paladín de la democracia!) viene nuevamente en nuestro auxilio: Es la extrema violencia sin control, la del estado natural radicalmente despersonalizada e igualitaria, la que fuerza a los hombres a la negociación y a la autocontención. El miedo a la violencia ciega, a sus consecuencias, a la falta de certeza sobre quién ganará ni a qué precio es lo que nos lleva a renunciar a ella dándonos un Estado -Estado al que hacemos depositario de esa violencia- y unas normas a las que todos sin excepción quedamos sujetos (esa famosa “igualdad ante la Ley”, de la que se llenaba la boca el futuro compañero y ciudadano Juán). Esta renuncia basada en el temor, según Hobbes, es lo que posibilita la posterior convivencia en paz y, a partir de ahí, hacer planes de futuro vacunados por completo de toda arbitrariedad particular o pública. De donde sorprendentemente resulta que, si hay algo que garantiza que no se usará la violencia, no es nuestro compromiso a no utilizarla -siempre habrá algún tarado que ponga una pistola sobre la mesa-, sino el firme convencimiento de que si alguien la usa responderemos todos conjuntamente y entre todos le reduciremos a fin de mantener la sociedad en paz. En paz y en libertad: en la libertad de la autocolegislación y en la paz a que conduce la prudencia y el respeto a las minorías y de los más desfavorecidos. Cuando una de las partes sentadas a la mesa cree que puede usar la violencia sin consecuencias, muy probablemente lo hará: el imperativo categórico solo vale entre iguales y con las cartas boca arriba. Por tanto, es el miedo a perder (más que a no ganar) lo que hace nos hace exquisitamente prudentes y considerados (especialmente a los hobbesianos con sus adversarios).

En conclusión, si queremos poner fin y revertir el proceso de degradación de la vida colectiva a que asistimos, y además queremos que esto no desemboque en un enfrentamiento civil y en una sangría a gran escala, debemos ser conscientes de que solo podremos lograrlo estando absolutamente dispuestos. La libertad, la igualdad y la democracia no son bienes que se tienen: son valores que hay que producir y mantener cada día frente a los psicópatas. Porque para un hobbesiano de ley, lo único que legitima al Poder es su capacidad para perpetuarse, principio teórico que les hace ser de muy amplio espectro, así como sentirse completamente legitimados y sin escrúpulos para ejercer una violencia infinita; y, cuando vienen mal dadas, a camuflarse como cordero mejor que nadie. Por tanto, lo único que puede conjurar el peligro de la violencia y de la fractura social, es que los psicópatas sepan clara y palpablemente que pueden perder. Es más: deben saber que perderán.

Para evitar llegar a una situación de violencia irreversible e impredecible, o a la destrucción silenciosa de todos los valores y bienes por los que considerábamos que la vida merecía la pena ser vivida (a un hobbesiano ambas cosas le dan igual, porque no van con él), el miedo tiene que cambiar de bando. Y cuanto antes lo haga, más fácil será.

Y para empezar, bien podemos estrenarnos en impedir con contundencia que este engendro de Ley vea la luz.

(Tras su aprobación, un artículo como éste también será delito.)

 Todos los derechos reservados: <a href=”http://www.safecreative.org/work/1309265827186″ xmlns:cc=”http://creativecommons.org/ns#” rel=”cc:license”><img src=”http://resources.safecreative.org/work/1309265827186/label/standard-72″ style=”border:0;” alt=”Safe Creative #1309265827186″/></a>

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Noticia referida:

El Código Penal castigará enviar tuits que inciten a alterar el orden público

El proyecto del Gobierno introduce un nuevo delito que sanciona con hasta 1 año de cárcel la difusión de mensajes de ese tipo “a través de cualquier medio”. También prevé prisión para quienes ocupen bancos.

HANS KELSEN – De la Esencia y Valor de la Democracia ( audiolibro audio libro mp3 ) voz humana

Audiolibro DE LA ESENCIA Y VALOR DE LA DEMOCRACIA, del eminente filósofo y teórico del derecho HANS KELSEN, en edición y traducción de Juan Luis Requejo Pagés (Oviedo, KRK Ediciones, 2009). (Duración de la grabación completa: 5 horas).
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Grabación en mp3, capítulo a capítulo, realizada sin ánimo de lucro y destinada exclusivamente a personas discapacitadas (si usted no se ajusta a este perfil no debe oír ni realizar las descargas).
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Aunque esta lectura en voz alta no puede sustituir, en cuanto a fines de estudio, el trabajo de un texto impreso, ya que se carece de las herramientas de búsqueda, marca, anotación y subrayado tan necesarias para estructurar y fijar el conocimiento, espero que la posibilidad de una audición continua facilite su visión de conjunto, y con ello su mejor comprensión y la de los temas de que trata, absolutamente vigentes, peligrosamente actuales.
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Espero y deseo que todos aquellos a quienes va destinada esta grabación, la disfruten y aprendan con ella tanto o más que yo.

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Una petición.

quienes crean que este proyecto de grabación de audiolibros para discapacitados visuales es en si mismo algo valioso, y quieran y puedan colaborar económicamente, les ruego que contribuyan en la medida de sus posibilidades a fin de que el tiempo invertido en esta tarea sea, a la larga, un esfuerzo sostenible.

¡Gracias a tod@s!                              donate-button

 

Para DESCARGAR, pinchar en el link AZUL :

KELSEN, Hans – DE LA ESENCIA Y VALOR DE LA DEMOCRACIA

INDICE

1. La libertad

2. El pueblo

3. El parlamento

4. La reforma del parlamentarismo

5. La representación profesional

6. El principio de mayoría

7. La Administración

8. La selección de dirigentes

9. Democracia formal y democracia social

10. Democracia y concepción del mundo

 

 

 

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Presentación:

Hans Kelsen (padre del positivismo jurídico, y autor de obras tan importantes como la Teoría Pura del Derecho, o la Teoría General del Derecho y del Estado) quizás haya sido el único intelectual de prestigio de su época que hiciera una defensa cerrada y pública de la democracia parlamentaria de partidos, como el mejor marco formal dentro del que dotarnos por consenso del contenido material de las leyes. Hay que hacer notar que, la suya, fue una época (el período de entreguerras) en que lo “moderno” pasaba por la exaltación de la violencia y las dictaduras (fuese la de derechas o de izquierdas)… Pero Hans Kelsen era un liberal relativista para quien el Imperio de la Ley era condición sine qua non de todo proyecto de convivencia que mereciera ese nombre. Una rareza de su tiempo… y ahora. Un ejemplo de decencia intelectual que, mal que nos pese, todavía tiene mucho que decirnos: habla para sus contemporáneos, nos habla a nosotros, y nos advierte de los peligros y retos que ni su generación ni la nuestra todavía fueron capaz de conjurar.

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Como introducción a la obra que hemos grabado, reproduzco a continuación algunos párrafos de la interesante reseña hecha por Ignacio Torres Muro, publicada en Revista Electrónica de Historia Constitucional, Número 8 – Septiembre 2007. (Disponible en http://hc.rediris.es/08/articulos/html/Numero08.html?id=18). (Los textos o expresiones paréntesis son míos, para dar continuidad a las ideas)

 

KELSEN Y LA TEORÍA DE LA DEMOCRACIA

Ignacio Torres Muro

I

  1. (…)
  1. (…)
  1. (…) Nos hallamos, sin duda, ante uno de los juristas clave del siglo XX. (…) sus reflexiones sobre la teoría de la democracia siguen siendo un modelo para muchos (…) Los dos trabajos básicos (sobre) ella son el que hoy reseñamos y su estudio sobre “Los fundamentos de la democracia” (1955). En ambos destaca su agudeza, coherencia y rigor técnico (…) características de todas sus publicaciones, en las que abordó la teoría general del derecho, el derecho internacional público, el constitucional y los campos adyacentes.
  1. (…)

II

  1. (…) el ideal democrático aparecía en los años veinte del siglo pasado como una obviedad del pensamiento político (pág. 35), amenazad(o), sin embargo, por las dictaduras de partido, de izquierdas o de derechas (pág. 38).
  1. (Kelsen inicia el libro haciendo un análisis del concepto de libertad, tanto desde el punto de vista ideológico como real -método que será recurrente en el análisis de todos los temas tratados en el libro. Y dice así:) (…) “solo es libre el ciudadano de un Estado libre. En el lugar de la libertad del individuo se sitúa la soberanía del pueblo o, lo que es lo mismo, el Estado libre como pretensión fundamental” (pág. 58). Ese pueblo, por otra parte, no es “un conjunto o un conglomerado de hombres, sino sólo un sistema de actos individuales determinados por el ordenamiento jurídico estatal” (pág. 64).
  1. La democracia en la que cree Kelsen es una democracia realista en la que son imprescindibles los partidos políticos (…) pues “solo desde la ingenuidad o desde la hipocresía puede pretenderse que la democracia sea posible” sin ellos (pág. 73) (democracia asamblearia). En los Estados modernos (hablamos siempre) de una “democracia indirecta, parlamentaria, en la que la voluntad colectiva normativa sólo es creada por la mayoría de aquéllos que son elegidos por la mayoría de los titulares de los derechos políticos” (pág. 87).
  1. La institución central de esas democracias modernas es el Parlamento (…) La solución (a los problemas planteados y críticas justamente planteados contra este sistema, tales como la desconexión entre electores y elegidos, la delegación, la disciplina de voto, la lealtad al partido y no al votante, la falta de correspondencia entre la voluntad del elector y del elegido, y muchos etc) es el fortalecimiento del elemento democrático con mecanismos como el referéndum, la iniciativa popular, el mandato imperativo moderno y la superación del privilegio completamente anacrónico de la inmunidad.
  1. (…)
  1. Sus reflexiones sobre el principio de mayoría son igualmente importantes, entendiendo a la protección de las minorías como la función esencial de los derechos fundamentales (derechos y libertades políticos) (pág. 139) y a la (negociación) entre mayoría y minoría como (el elemento) básic(o) en la formación de la voluntad colectiva (pág. 146), transacción que se ve favorecida por un sistema electoral proporcional, del que se muestra partidario (pág. 155). En la base del entendimiento debe hallarse, sin embargo, “una sociedad relativamente homogénea (tanto)  desde el punto de vista cultural y, (como) en particular, (con) una misma lengua” (pág. 163).
  1. Sobre la Administración y los controles (respecto del cumplimiento de la legalidad) destaca Kelsen su carácter decisivo, desde el momento en que “el destino de la democracia moderna depende en gran medida de una configuración sistemática de todas las instituciones de control (tribunales para la administración -control de los actos del Estado- y tribuna constitucional -para control del acto legislativo-). La democracia sin control es a la larga imposible, pues el abandono de la autolimitación que representa el principio de legalidad supone la autodisolución de la democracia” (pág. 181). Marca el autor aquí los límites de las actividades de esos partidos que consideraba tan importantes, pues “el principio de legalidad, al que está sometida, por definición, toda ejecución, excluye cualquier influencia de los partidos políticos sobre la ejecución de la ley por los Tribunales o por las autoridades de la Administración” (pág. 182).
  1. De no menos trascendencia es la selección de dirigentes basada en la elección entre la comunidad de los dirigidos. De este modo la concepción originaria de la libertad propia de la idea de democracia, a saber: que nadie puede dirigir a los demás, se transforma en la realidad social del principio de que cualquiera puede ser un dirigente. (De donde destaca la importancia fundamental de la EDUCACION, como condición de posibilidad de la democracia -y de su supervivencia, en especial de una educación para la democracia… pág. 208 encaminada tanto para formar electores conscientes y responsables de su acto electoral y del control de los elegidos, como para formar una clase dirigente -la de los electores- capaz de gestionar correctamente la complejidad de la administración del Estado)
  1. Dentro de sus coordenadas liberales afirma Kelsen que el valor que define por encima de todo la idea de democracia no es el de la igualdad, sino el de la libertad (pág. 211) (…)
  1. (Kelsen muestra cómo hay una estrecha correspondencia entre la cosmovisión que se tenga -concepción del mundo, de la vida, y de nuestro acceso a la VERDAD- y la actitud que se tenga frente a la democracia o a la autocracia -dictadura-); la concepción del mundo metafísico-absolutista se corresponde con una actitud autocrática (en tanto que) la crítico-relativista con la actitud democrática (pág. 224). (Por tanto) el relativismo (y el consensualismo resultante) sería la concepción del mundo que está en la base la idea democrática (pág. 226), de modo que “quien únicamente apela a la verdad terrenal y orienta los fines sociales con arreglo al conocimiento humano sólo puede justificar la coerción necesaria para la realización de esos fines si logra el acuerdo de al menos la mayoría de aquellos a quienes debe aprovechar el orden coactivo. Y este orden coactivo sólo puede constituirse de manera que también la minoría, que no está absolutamente equivocada, pueda convertirse en cualquier momento en mayoría” (pág. 229).

III

  1. (…) esta obra puede decirse (que es) a la vez (…) es hija de su tiempo, (…) y  de rabiosa actualidad.
  1. (…) Kelsen (…) (fue) uno de los pocos que asumió la defensa teórica de la democracia parlamentaria en un contexto en el que lo habitual era realizar críticas, más o menos fundadas, de la misma. (…) la postura de Kelsen era más bien solitaria pues, por activa o por pasiva, parecía en aquella época considerarse de buen tono efectuar críticas al sistema democrático, a veces dirigidas, además, no a su funcionamiento práctico, sino a sus fundamentos, como si fuera (algo) impropio de una sociedad moderna.
  1. No fueron pocos (importantes intelectuales y ciudadanos) los que se subieron a los carros del bolchevismo y el fascismo, (como) las doctrinas propias del hombre nuevo, condición ésta que se negaba sistemáticamente a una democracia y un parlamentarismo que eran objeto de ataques furibundos y desprecios sin límite.
  1. En este contexto (Kelsen) alza la bandera de (…) la democracia, y lo hace desde unas profundas convicciones basadas en la necesaria defensa de la libertad y de la participación del pueblo en la tarea de fijar cuáles (han) de ser sus destinos. (Por tanto) nos hallamos ante un pensamiento (…) contramayoritario.
  1. La lectura del libro nos traslada, (así), a tiempos especialmente difíciles para la supervivencia de los regímenes democráticos, que intentaban consolidarse con muchos problemas tras la Gran Guerra. (y) constituye un alegato en toda regla contra la tendencia, que se afirmaba con cada vez más fuerza, a abandonarse en manos de sistemas dictatoriales de uno u otro signo.
  1. Aparece entonces Kelsen como un firme defensor de la democracia, y como tal le hace pasar a la historia este escrito, sin que interpretaciones interesadas (y deformadoras) de su teoría jurídica normativista puedan apartarnos de este dato fundamental y fácilmente demostrable: cuando otros sucumbían a los cantos de sirena (del) fascismo y (del) comunismo (Kelsen) se mantenía firme, con un aparato teórico muy sólido, como era su costumbre, en la apreciación de que la democracia parlamentaria, bien construida, era la forma de organización política (como método de generación de normas, independientemente de sus contenidos) que mejor servía los intereses de las sociedades modernas. (“para la determinación del contenido de la ley no hay otro camino que el de la dictadura, o el compromiso entre una pluralidad de intereses” pág. 182)
  1. Pero esa obra hija de su tiempo también lo es de rabiosa actualidad. En primer término porque nos hallamos ante un libro clásico, de esos que trascienden las circunstancias concretas en las que han sido escritos, y en segundo porque también nuestros sistemas democráticos, aparentemente sólidos tras la segunda posguerra mundial y la caída del comunismo, se enfrentan a unos desafíos importantes, que quizás sean crisis de crecimiento, pero que no dejan de plantear serios problemas a los mismos, forzándoles a revisar continuamente sus postulados básicos.
  1. En ese nuevo contexto de globalización, y surgimiento de problemas mundiales que trascienden las fronteras del Estado nacional, las democracias se presentan todavía como una excepción a la regla en lo que a sistemas de gobierno se refiere, aún cuando se hayan vivido procesos muy interesantes de democratización en diferentes países que, sin embargo, no dejan de ser regímenes permanentemente amenazados.
  1. Por eso, para los que creen que esa sigue siendo la mejor manera de organizar la convivencia en una comunidad política, los trabajos clásicos como el de Kelsen  (…) continúan siendo una buena fuente de inspiración, (formulando) con sencillez y claridad unas pautas científicas que permiten identificar aquellos entramados institucionales que verdaderamente responden al ideal democrático. Se esté o no de acuerdo con las tesis de (Kelsen), nunca se le ha podido acusar de oscuridad. Y en un mundo, como el de la teoría jurídica, que parece a veces el reino de lo abstruso, siempre ha destacado (Kelsen) por lo lógico y transparente de sus construcciones.
  1. Evidentemente, al libro se le notan los años, como no podía ser menos. Recuérdese que su segunda versión, que es la que aquí se traduce, es de  1929. Muchas cosas han ocurrido desde entonces, desde la crisis de los fascismos a la caída del comunismo, pasando por los problemas de estabilidad de gran parte de los regímenes democráticos, y las amenazas para las libertades, derivadas de fenómenos como el terrorismo global, o las recurrentes crisis económicas mundiales. Hubiese sido imposible para Kelsen ejercer de profeta –mal oficio- pero también es verdad que muchos de los principios que formula siguen teniendo una vigencia indiscutible porque, por mucho que cambien las circunstancias, y teniendo en cuenta que siempre se ha de dar una lógica evolución en los planteamientos de la vida política, hay cosas que permanecen (…) y es precisamente a esas cosas a las que dedica su atención (Kelsen en este libro).
  1. Que la democracia tiene una larga y complicada historia es algo que a nadie se le oculta, como han demostrado autores de obras colectivas cuya  cita nos releva de entrar en mayores profundidades. Tampoco su presente puede decirse que esté exento de polémicas, y ha sido objeto de una diversidad de análisis que sería imposible siquiera sintetizar en el espacio del que disponemos.
  1. La obra de Hans Kelsen se inscribe en esa atormentada historia, formando parte de uno de los estadios de evolución más interesantes de la misma: el de un período de entreguerras en el que, en ciertos Estados occidentales, ya era una realidad el sufragio prácticamente universal, con todas las tensiones que esto provocaba. Se estaba realizando por primera vez el ideal de un hombre –y una mujer- un voto, y como consecuencia de ello las tensiones sociales existentes afloraban con toda su crudeza. Los Parlamentos se convertían en campos de batalla, abandonando la relativa placidez de las Asambleas censitarias. La dialéctica mayorías-minorías dejaba de ser reflejo de desacuerdos leves entre miembros de la misma clase social privilegiada y se convertía en un debate interclasista en el que los choques eran inevitables. Se trata de un momento de ajuste decisivo en el que muchos prescindieron directamente del ideal democrático para abrazar otros credos, convencidos de que el mismo no sería capaz de superar los desafíos que se le presentaban. Ya hemos resaltado como Kelsen no fue uno de ellos, sino que intentó adaptarlo a las nuevas realidades, convencido como estaba de que era un valor que podía demostrar capacidad para afrontar los retos tan radicales que se le planteaban. En eso no le faltaron dotes de prospectiva, porque los sistemas democráticos se impusieron en el mundo occidental, primero, en la segunda posguerra y luego, tras la caída del muro, en muchas otras áreas del planeta.
  1. Cabe ahora preguntarse, sin embargo, si esas tesis planteadas en los años veinte del siglo pasado, pueden servir para algo en el presente, cuando la democracia tiene que responder a una serie de desafíos de no poca entidad, y adaptarse a unas realidades que no son, ni mucho menos, las de aquella época, en un mundo en el que  las sociedades no son tan homogéneas, hasta el punto de que se presentan importantes fracturas culturales en muchos países, y en el que los debates trascienden con facilidad las fronteras del Estado nacional, e incluso las de  los entes internacionales que han intentado salvar a éste. La respuesta es que aunque, evidentemente, muchas cosas han ocurrido, varios de los principios formulados por Kelsen aparecen hoy tan sólidos como entonces, pues sin ellos no se puede hablar de verdadera democracia.
  1. Tomemos, por ejemplo, su concepción de la democracia como método, un sistema que “da prueba de sus aptitudes, en tanto que principio de organización puramente formal, principalmente en la gestión, la dirección y la determinación de la línea, pero no en la realización, la concretización final del orden social”. Vista como “simplemente una de las posibles técnicas de producción de las normas del ordenamiento” todo el entramado aparece como “fundamentalmente incierto, no en su esencia, sino en sus resultados”. Este modo de ver las cosas extremadamente formalista no puede decirse que no resulte útil en la actualidad, cuando conviven en los Estados democráticos sensibilidades muy distintas, que solo pueden alcanzar verdaderos acuerdos sobre la manera en la que se van a tomar las decisiones que se impondrán a la sociedad en su conjunto.
  1. Es verdad, por otra parte, que la posición de Kelsen, como apuntó en su momento Wrobelsky no es, en el fondo, tan formalista, porque “si uno trata con un asunto tan extremadamente relevante ideológicamente como la democracia, el impacto de la actitud y las preferencias propias hace extremadamente difícil mantener la formalidad de los valores que uno examina. La idea de democracia formal incluso en su elaboración clásica en los escritos de Kelsen no es una excepción”. En todo caso el acento que puso el autor austriaco en que el sistema democrático puede dar lugar a casi cualquier resultado en cuanto a la organización social coactiva, le dota de una flexibilidad que le permite mantenerse en el tiempo, sean cuáles sean los cambios en el sistema que esté en su base.
  1. Otra idea que parece irrenunciable hoy en día es la de la libertad como base de toda la construcción democrática. Dreier ha destacado cómo para Kelsen el valor básico es –junto al fuertemente conectado a éste del principio de igualdad– el de la libertad, y como la democracia aparece para él, con todas sus formalidades y valores neutros, como un entramado para conseguir la mayor libertad posible para los individuos. También el método democrático de toma de decisiones ha de estar rodeado de garantías, y las decisiones mayoritarias tienen que ser el resultado de procesos en que la libertad esté asegurada. Solo así estaremos hablando de verdadera democracia, pues solo un pueblo de hombres libres, que decide en condiciones de libertad, estará tomando, con los métodos previstos por el ordenamiento, decisiones que puedan considerarse como plenamente democráticas.
  1. No menos importante en la teoría kelseniana de la democracia es el relativismo en materia de valores, el principio de tolerancia, que nos recuerda Dreier que para nuestro hombre no es solamente el fundamento teórico de la democracia, sino siempre, también, e igualmente, su mecanismo de protección decisivo. Tanto en la obra que comentamos, como en sus más ambiciosos filosóficamente “Fundamentos de la democracia”, Kelsen insiste hasta la saciedad en la imposibilidad de fijar científicamente valores absolutos, lo que debe conducirnos a considerarlos todos como relativos, actitud que es la correcta para la vida democrática, pues excluye la imposición de unas determinadas concepciones del mundo sobre otras. Esta reflexión aparece también como útil en sociedades como las nuestras, en las que existe un fuerte pluralismo de base, que, siempre que no lleve a la disolución misma del orden político, hay que considerar como enriquecedor.
  1. Conviene recordar, además, que, como aquí se refleja y es bien sabido, esta era la postura de Kelsen en el campo de la teoría jurídica, y parece fuera de toda duda que, como ha escrito Troper, es un esfuerzo vano el de “oponer a un Kelsen teórico del derecho, que sería descriptivo,  un Kelsen, teórico de la politica, uno que preservaría su pureza con respecto a las ideologías, mientras que el segundo no haría sino expresar juicios de valor. Incluso cuando habla de democracia, intenta siempre describir no la democracia sino su concepto”, de modo que la ideología que expresa “no está privada de lazos con la teoría y la metateoría positivista del derecho”.
  1. No pueden separarse los dos aspectos de la obra del autor austriaco puesto que, como se nos ha recordado, “la teoría pura del derecho es la teoría del derecho adecuada para la democracia, porque no impone ningún principio jurídico indisponible a la voluntad democráticamente legitimada de la mayoría”. Puede decirse, por tanto, que Kelsen ha sido plenamente coherente en toda su obra, y que todos los aspectos de la misma vienen marcados por esta crítica radical del absolutismo en materia de valores que impregna tanto sus trabajos jurídicos como los políticos.
  1. (…)
  1. (Pero ) Otros razonan que “la teorización de Kelsen parece insuficiente, ya que no se valoran adecuadamente los problemas redistributivos, no sólo como criterios de justicia, sino también como prerrequisitos o condiciones materiales del funcionamiento de una democracia formal basada en la participación efectiva de los ciudadanos en las decisiones de gobierno y de producción jurídica” [16].
  1. (…)
  1. Todas estas reflexiones coinciden en pedirle al autor austriaco algo que el ni podía, ni quería, dar. Al limitarse a una concepción formalista de la democracia, Kelsen se plantea para su trabajo unos límites muy claros que no pretende superar en ningún momento, entre otras cosas porque piensa que son los límites de la verdadera ciencia, más allá de los cuales nos encontramos en el terreno de la palabrería más o menos vana. Lo cierto es que esto es lo que hace de este libro una obra fundamental, un excelente punto de partida, que no excluye que se pueda ir más allá, porque en este terreno de la teoría democrática mucho se ha avanzado en los últimos tiempos, como ya hemos tenido ocasión de  señalar, pero que cabe  coincidir con I. de Otto en que “es un presupuesto del que no se puede prescindir ni siquiera a la hora de discurrir por caminos divergentes e incluso opuestos”.
  1. Podemos entonces preguntarnos, para finalizar, si sirve para algo esta obra de Kelsen a la hora de abordar los problemas de la democracia de nuestro tiempo, que ha de funcionar en sociedades multiculturales, sometidas a todo tipo de presiones desintegradoras, y en las que se pone en cuestión esa relativa homogeneidad que está en la base de las construcciones de nuestro hombre. La respuesta solamente puede ser que vale como nos valen en general los clásicos, como punto de partida a tener muy en cuenta, independientemente de que podamos superar algunos de sus presupuestos, porque si siempre ha sido necesario fijar el concepto de democracia, más lo parece hoy en día, y en esa tarea las reflexiones científicas de Kelsen son una gran ayuda por su precisión. No se puede avanzar hacia ninguna parte sin tener claros los fundamentos de  la que ha de ser nuestra labor: la de conseguir que las decisiones públicas se tomen de acuerdo con los deseos de los ciudadanos. “

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¿Por qué Grecia?

“Los recortes en educación y humanidades
no son nunca para economizar recursos: son para atajar la disidencia.”

¿Por qué Grecia?

Extraordinario audiovisual, conferencia de Pedro Olalla sobre el valor de la Humanidades.

En cierta medida, y más allá de su innegable valor intelectual, una obra de arte. Merece la pena disfrutar atenta y detenidamente del mismo.

http://www.youtube.com/watch?v=U9NeWHJ3yw8

 

Stefan Zweig. El mundo de ayer. ( audiolibro audio libro mp3 ) voz humana

Los enlaces situados al final de este documento corresponden a una grabación en mp3, capítulo a capítulo, del libro de Stephan Zweig “El mundo de ayer”, realizada a partir de una lectura completa del ejemplar editado por Editorial Claridad de Buenos Aires, en 1942. (Duración de la grabación completa: 16 horas).

Aunque entiendo que, pasados más de 70 años desde la publicación, su difusión es libre, no obstante ello esta grabación al igual que las otras está dedicada a aquellas personas que por sufrir una minusvalía o impedimento físico no tienen posibilidad de disfrutar de la obra en edición impresa.

Para todos los demás, se adjunta a continuación un ensayo personal sobre el contexto de la obra y su autor, con el fin de abonar y hacer más fecunda si cabe su lectura, y mostrar su imperiosa necesidad y actualidad.

Espero que ambas la disfruteis tanto o más que yo.

 

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Una petición.

quienes crean que este proyecto de grabación de audiolibros para discapacitados visuales es en si mismo algo valioso, y quieran y puedan colaborar económicamente, les ruego que contribuyan en la medida de sus posibilidades a fin de que el tiempo invertido en esta tarea sea, a la larga, un esfuerzo sostenible.

¡Gracias a tod@s!                              donate-button

 

 

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STEFAN ZWEIG – EL MUNDO DE AYER

 

INDICE DE LA OBRA

Prefacio

1. El mundo de la seguridad

2. La escuela del siglo pasado

3. Universitas vitae

4. Paris, la ciudad de la eterna juventud

5. Rodeos en el camino hacia mi mismo

6. Pasando de Europa

7. Luces y sombras sobre Europa

8. Las primeras horas de la guerra de 1914

9. La lucha por la fraternidad espiritual

10. En el corazón de Europa

11. Retorno a Austria

12. De nuevo a mundo traviesa

13. Ocaso

14. Incipit Hitler

15. La agonía de la paz.

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Enlace al documental STEFAN ZWEIG, HISTORIA DE UN EUROPEO

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ENSAYO (PDF)

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A PROPÓSITO DE EL MUNDO DE AYER

Una reflexión sobre la obra póstuma de Stephan Zweig.

Jorge Negro Asensio.

20 de diciembre de 2012.

Introducción.

“La vida depende de la voluntad de otros; la muerte, de nuestra propia voluntad”1

«Prefiero, pues, poner fin a mi vida en el momento apropiado, erguido, como un hombre para quien el trabajo intelectual fue siempre fuente de la felicidad más pura, y la libertad personal su más preciada posesión en la tierra» (23 de febrero de 1942)2

Mucho se ha escrito sobre el suicidio de Zweig, así como del suicidio de otros grandes como Walter Benjamin, sembrando dudas sobre si fue tal o fue un asesinato, o sobre las razones que les llevaran a hacerlo… no faltando, incluso, más de uno, juez de prójimos, que se permitiera dudar sobre la legitimidad de las mismas.

 La realidad es que, después de leer su obra y aprender algo de Historia, de la suya y de la nuestra, no queda mucho espacio para dudar de las razones que le impulsaran a la muerte. Y, entre ellas, muchas o pocas según se mire, la que no está es la cobardía. Por el contrario, si hay alguna que destaca sobre todas es la conciencia de la felicidad de una vida plena, ejercida con orgullo como se ejerce un oficio, en libertad y con dignidad. Porque, como diría Camus algunos años después, “una (buena) razón para vivir (puede ser), al mismo tiempo, una excelente razón para morir”3.

 “Europa y el mundo casi han olvidado qué cosa tan sagrada fueron antes la libertad civil y el derecho personal”4. A mostrar las condiciones que hicieron posible esa vida en libertad y dignidad, sus esperanzas y su caída en el abismo más abyecto, Zweig escribe su libro como colofón de una vida bien vivida y faro para la posteridad.

La obra es de una profundidad, extensión y maestría tales que pretender hacer un resumen de la misma, sabedor como nadie de mis propias limitaciones, sería como poco una temeridad y seguramente una necedad. Escribiera lo que escribiera sonaría no mejor que un “chico (dice que) conoce a chica” refiriéndome al Quijote. El Mundo de Ayer no es susceptible de resumen, y debe ser leído íntegramente, con detenimiento y fruición. Por propia experiencia, además, diré que una sola lectura no agota la obra, y que merece ser leída varias veces.

 Por eso, no voy ni a intentar semejante osadía. Pero tampoco es posible leer a Zweig y no tener nada que decir. No puede leerse un capitulo suyo sin que tiemblen las cuerdas más intimas, en el reconocimiento de que se está delante de las claves del propio origen y destino.

A lo largo de la obra Zweig desgrana página a página la historia europea, usando su propia vida con modestia inusitada, como telón de fondo, como testigo privilegiado que por su posición social, origen y nacionalidad se ve obligado a presenciar involuntariamente los acontecimientos que determinarán para los siglos siguientes la Historia de la Humanidad.

Desde la descripción mágica que hace de su mítica Kakania de infancia hasta la caída en la barbarie de la Segunda Guerra Mundial, pasan ante los ojos la historia de los grandes movimientos de masas, el socialismo, la democracia cristiana, el pangermanismo, el comunismo, el fascismo; los prolegómenos, desarrollo y desenlace de la Primera Guerra Mundial, las vanguardias artísticas, el período de entre-guerras, la Paz de Versalles y sus consecuencias, Wilson, la “doctrina de la autodeterminación de los pueblos” y su aplicación torticera que dará como resultado el hambre, la desesperación y el resentimiento, con el triunfo de los canallas y la manipulación de las masas, el auge de los nacionalismos excluyentes, y la sustitución de la convivencia por la imposición y de la razón por la violencia. Describe con belleza y precisión extraordinarias la sociedad de su época: Austria (la maravillosa Viena dos veces milenaria, polo indiscutido del Arte con mayúsculas), Alemania, Francia, Bélgica, Inglaterra. Por sus páginas desfilan muchos de los personajes señeros de su tiempo: Rolland, Valery, Hertzl, Strauss, Freud, Hoffmasthal, Rodin, Rilke, Verhaeren, Gorki, Dalí, Schnitzler… Muestra el siempre improbable, inconcebible, absurdo, y sin embargo lento e implacable desarrollo del nazismo de la mano de la estupidez política y la avaricia sin escrúpulos, ciegas a la mutación inconsciente de la desesperación en resentimiento y de la impunidad en violencia; así como la actitud cómplice, pusilánime cuando no profascista, de Europa ante los desafueros de Hitler que culmina en la estremecedora narración de los acuerdos Hitler-Chamberlain y sus nefastas consecuencias… Y la vergüenza del exilio, y de esa novedosa y degradante situación del “apátrida”.

Antes el hombre solo se componía de un alma y un cuerpo. Hoy necesita, además un pasaporte (…) No hay posiblemente nada que ponga en mayor evidencia la caída inmensa que sufrió el mundo desde la primera guerra mundial, como la restricción de la libertad de movimientos del hombre, y la reducción de su derecho a la libertad. Antes de 1914 el mundo había pertenecido a todos los hombres. Cada cual iba adonde le placía, y permanecía allí mientras le gustaba. No se conocían permisos ni prohibiciones (…) Solo ahora me doy cuenta de cuánta dignidad humana se ha perdido en este siglo, en el que de jóvenes habíamos soñado confiadamente como en un siglo de la libertad, como en la era futura de la ciudadanía universal”5

Enfrentado a sus páginas, uno no puede menos que sentir que se está ante la historia de la propia vida, ante la razón de la propia existencia… Al tiempo que, de un modo oscuro, perturbador e inexplicable, pareciera que también habla de nuestro presente, y a nuestro presente, como presagio y advertencia para el porvenir.

“Una ley inmutable de la historia veda a los contemporáneos conocer en sus orígenes los grandes movimientos que imprimen su sello a la época”6, lo que nos incapacita para prever las consecuencias de nuestros actos en relación al porvenir. Pero también sabemos, como dijera Santayana, que “aquellos que no recuerdan su pasado, están condenados a repetirlo”7. De ahí la importancia de esta obra ya que, de existir alguna posibilidad de exorcizar el mal y la barbarie, pasa por conocerlos en el pasado y reconocerlos en nosotros, conscientes de que gran parte de lo que somos se gestó entre la Segunda Guerra Mundial y la apoteosis de la sociedad de masas, la sociedad de la información y la propaganda, que hicieron su entrada con la Primera Guerra Mundial. Pero…

Ninguna maldición más grande nos acarreó la técnica que la de impedirnos que huyamos, aunque solo sea por un instante, de la actualidad. Las generaciones anteriores podían, en tiempos de calamidades, recogerse en el aislamiento; solo a nosotros nos estaba reservada la posibilidad y la necesidad de saber y compartir en la misma hora, en el mismo segundo, todo cuanto de malo acontece en cualquier parte del globo terráqueo.”8

Ninguna maldición más grande. Porque esa simultaneidad y omnipresencia de la actualidad sobre la memoria y la reflexión, han devenido las más eficientes armas de la censura contemporánea, basada ahora en el olvido y en la saturación mediante ruido de los canales de información y comunicación.

Por eso, con afán de responsabilidad, con afán de dar razón de lo que somos y entender lo que queremos ser, con este libro entre las manos y ese pasado ante los ojos, no cabe menos que preguntarse… ¿Cómo era ese mundo, ahora desaparecido y casi mítico, partera del nuestro, previo a la Gran Guerra mundial? A ello es a lo que responde en gran medida Zweig, reflejándonos como en un espejo. Pero hoy, para nosotros, quizás con eso no baste. Porque se trata de una obra escrita para sus contemporáneos, para hombres y mujeres de su tiempo, para quienes mucho de lo que se narra no era entonces “historia”, sino casi periodismo. Por eso, hoy, para cerrar el círculo, para intentar la comprensión, quizás sea necesario responder a dos preguntas más: ¿cuáles eran los orígenes y fundamentos de ese mundo?, y ¿qué fue lo que acabó con él?.

El Mundo de Ayer. Del Antiguo Régimen al Liberalismo Doctrinario.

Desde Platón, quien comenzaba La República planteando qué difícil era envejecer con dignidad9, el rasgo definitorio de la Filosofía fue el esfuerzo continuado por construir una cosmovisión que permitiera la fundamentación racional de una forma de vida.

Del mismo modo que otros géneros literarios o formas expresivas, como la tragedia en Grecia o la novela en la Modernidad, estuvieron asociados ineludiblemente a los procesos históricos en los que nacen y se desarrollan, perdiendo sentido y significación fuera de ellos; la Filosofía nació como aspiración a sistema y cosmovisión totalizadores, intentando separarse deliberadamente de la religión y el mito, oponiéndose a ellos en términos razón frente a la revelación o la tradición. Y fuera cual fuera el marco de referencia epistemológico, tanto desde el idealismo como desde el empirismo, en sus diversas vertientes y mixturas, se intentó bien postular o describir el mundo con el fin de proponer una Etica y una Política sólidamente fundamentadas, objetivo último y rector de toda la actividad filosófica.

Esta labor de sistema y fundamentación alcanzó su apogeo con los planteamientos racionalistas y empiristas de los siglos XVII Y XVIII, pareciendo culminar en el impresionante edificio kantiano, criba, síntesis y unificación de ambas corrientes, en una nueva propuesta omnicomprensiva de lo humano.

La potencia explicativa (y el control de la naturaleza) alcanzada por las ciencias naturales, que avanzaban exponencialmente desde Galileo extendiéndose imparables a todos los campos del conocimiento, junto a la filosofía que desde la modernidad había situado al ser humano como centro y fin, y a su razón como fundamento de todo postulado, alumbraron la era de la Ilustración que se desarrolló bajo el firme convencimiento de que, de la mano de la Razón, se había entrado en el camino seguro del progreso y de la libertad, venciendo para siempre a la opresión de la ignorancia, la superstición y la tiranía.

Locke, Hume, Montesquieu, Rousseau parten de los valores de libertad e igualdad para fundamentar al nuevo ciudadano frente al súbdito, postulando a la Razón como última e inapelable instancia deliberativa. Y, pese a las notables diferencias que había entre ellos, esos tres elementos básicos se mantuvieron incuestionados a ambos lados del Canal, mostrando el estado de opinión de la época. Las monarquías plegaron su discurso a esas ideas, y tratando de canalizarlas, subiéronse al carro Ilustrado asumiendo como responsabilidad del soberano el progreso material y espiritual de su pueblo. El desarrollo de las Academias, la marina, el esfuerzo cartográfico y científico, la especulación histórica, la normalización lingüística, cristalizado desde el punto de vista simbólico y artístico en el Neoclasicismo, dio pié a la consideración de que se había arribado a un estadio de la humanidad de progreso sin tregua, cuyos males solo quedaban como fruto de una ignorancia corregible por la Razón.

Pero el Antiguo Régimen, en pugna con los elementos ilustrados, se opondrá violentamente a todo lo que suponga merma de sus privilegios, abocando al proyecto ilustrado a un callejón sin salida en tanto que se disparaban las tensiones sociales. En una época en la que el esclavismo había alcanzado su apogeo, y las guerras se hacían por el control de materias primas y mercados que ya no estaban dentro de los dominios territoriales de las monarquías, el “mundo” (no el mundo físico, sino ese complejo sistema de relaciones que da sentido a la vida), de igual modo entonces como ahora, se percibiría seguramente de modo muy diferente según de quién, dónde y en qué parte de la escala social se estuviese. Y el nuevo ciudadano ya no estaba dispuesto a no recibir explicaciones ante la arbitrariedad del poder.

A finales del siglo XVIII acontecieron dos hechos muy diferentes que sin embargo resultarían complementario para la Historia: la independencia de las 13 colonias americanas y la Revolución Francesa. Amba, fueron corolario de la Guerra de los 7 años y representaron la culminación práctica de las ideas de la Ilustración en contra del Antiguo Régimen y el Despotismo Ilustrado. Ambas hincharon sin medida la imaginación de medio mundo, mostrando con osadía que todo lo pensable era posible, mientras se llenaba de pavor la otra mitad. Una triunfó, la americana, quizás porque era la que parecía más insignificante e intrascendente, determinando el destino del mundo dos siglos después; la otra, percibida como un apocalipsis, fue aplastada tras un largo baño de sangre en el que las monarquías europeas no escatimaron esfuerzos para dar un escarmiento.

El mismo Kant, opuesto tajantemente al derecho del pueblo a levantarse contra su gobernante, se vio tan conmovido por la Revolución Francesa que hizo de ella el acontecimiento histórico determinante para su visión de progreso moral de la especie, refiriéndose al mismo como “un hecho de nuestro tiempo que prueba esa tendencia moral del género humano”:

La revolución de un pueblo pletórico de espíritu, que estamos presenciando en nuestros días, puede triunfar o fracasar, puede acumular miserias y atrocidades en tal medida que cualquier hombre sensato nunca se decidiese a repetir un experimento tan costoso, aunque pudiera llevarlo a cabo por segunda vez con fundadas esperanzas de éxito y, sin embargo, esa revolución —a mi modo de ver— encuentra en el ánimo de todos los espectadores (que no están comprometidos en el juego) una simpatía rayana en el entusiasmo, cuya manifestación lleva aparejado un riesgo, que no puede tener otra causa sino la de una disposición moral en el género humano.”10

Un joven Hegel, que por esos tiempos compartía seminario en Tubinga con Shelling y Holderlin, quedaba también fascinado por la Revolución. que luego rechazaría ante el Terror jacobino. Para Hegel la Revolución constituía la introducción de la verdadera libertad en las sociedades occidentales, por vez primera en la historia. Y esta novedad absoluta lo era también radical, materializada en el aumento abrupto de la violencia. La revolución, por consiguiente, ya no tenía hacia dónde volverse más que a su propio resultado, y la libertad conquistada con tantas penurias acababa consumida en un brutal Reinado del Terror. La Historia, no obstante, progresaba aprendiendo de sus propios errores, y sólo después de esta experiencia, y precisamente por ella, podía postularse la existencia de un Estado constitucional de ciudadanos libres, que consagrara tanto el poder organizador benévolo (supuestamente) del gobierno racional como los ideales revolucionarios de la libertad y la igualdad.

En la Fenomenología del Espíritu (publicada en 1807 en pleno apogeo napoleónico) Hegel trata de la historia europea, desde la Grecia clásica hasta la Alemania de su tiempo, dividiendo el periodo en tres grandes fases:

  • La primera es la de la unidad originaria (la polis de la Grecia clásica), donde la felicidad proviene de la armonía entre el todo (la ciudad) y las partes (los ciudadanos). Los individuos entienden su destino como expresión directa del destino colectivo. La leyes humanas y divinas coinciden y los hombres viven de acuerdo a la costumbres heredada, que es fundamento de una ética espontánea, muy distante de la moral reflexiva. Este momento de armonía primigenia representa una especie de infancia de la humanidad, feliz en la inmediatez natural de sus vínculos y en sus certidumbres aún no cuestionadas. Pero no puede durar, ya que su precio es la falta de desarrollo. El Espíritu, por naturaleza, busca profundizar en su propio contenido y tal como Adán, y con las mismas consecuencias, no puede dejar de comer del fruto del árbol de la sabiduría, rompiendo el encanto del Jardín del Edén y abriendo el abismo entre la ley divina y la humana. Los hombres se individualizan entrando en conflicto unos con otros, quebrando la comunidad original. La guerra y el sufrimiento se hacen inevitables. Se enfrentan familias y ciudades buscando cada uno someter a los demás. Se pierden las viejas costumbres, y su legitimidad natural, espontánea, evidente e incuestionada. La infancia queda atrás y los hombres se adentran en un estado social caracterizado por la división y el extrañamiento: el Espíritu entra en el reino de la alienación.

  • La segunda es una división conflictiva pero desarrolladora (Roma, el feudalismo y la edad moderna hasta la Revolución Francesa). La unidad primigenia y la totalidad ceden a la lucha de las partes generando un fuerte sentimiento de infelicidad. Lo particular (los individuos o los grupos) se rebela contra lo general (la sociedad o comunidad) y el tejido social se escinde entre la esfera privada y la pública, separándose el Estado de la sociedad. Esa infelicidad encuentra en el cristianismo su expresión religiosa adecuada, en la idea de un Dios trascendente, inalcanzable e incomprensible. La vida se hace misterio, y el misterio esencia de Dios. Ese conflicto entre el todo y las partes alcanza su culmen en el conflicto entre la Ilustración y la Fe. La fe, el sentimiento religioso, representa lo general, la totalidad, aunque de una manera mística. La Ilustración representa la fuerza analítica del intelecto, la profundización por medio de las ciencias especializadas en las singularidades de la existencia, y el dominio ilimitado de lo individual y lo particular. En este enfrentamiento triunfa la Ilustración, y la fe se desintegra.

  • La tercera fase, a partir de la Revolución Francesa (el “presente” de Hegel) es la vuelta a la unidad, enriquecida por todo el desarrollo anterior. La victoria del intelecto –negación del todo o la unidad– sólo es temporal, y prepara la victoria definitiva de la totalidad bajo la forma del sistema omniabarcante de Hegel. La Revolución Francesa ha representado el intento de instaurar sobre la tierra el reino “la libertad absoluta”, por una razón individual ensoberbecida que se ha decidido a actuar con plena libertad y sin límites, como si el mundo pudiese crearse de nuevo y a su antojo. El cuestionamiento de la fe y la elevación del intelecto humano al sitial de Dios han creado la ilusión de que todo puede ser cambiado de acuerdo al plan de los reformadores revolucionarios. Pero se trata solo de la hybris de la razón que se vuelve contra todo lo existente, un malentendido trágico que solo podía terminar en el terror. Cada líder y cada facción revolucionaria trata de imponer al resto sus utopías para crear un nuevo mundo a su antojo como si fueran dioses. Pero estos nuevos dioses, decididos a hacer el bien a la humanidad a cualquier precio, acaban combatiéndose unos a otros con esa ceguera y ensañamiento que sólo quienes se creen portadores de la bondad extrema pueden exhibir, acabando el reino de la “voluntad general” en el reino del terror de Robespierre. No obstante, ese final trágico no implica una evaluación negativa: dentro de la lógica historicista la Revolución Francesa será un momento determinante de la realización del Espíritu. La Revolución fue el intento grandioso de transformar a cada individuo en el dueño del mundo y de su destino, sometiendo toda objetividad, todo lo dado, a la voluntad transformadora del ser humano, y cumpliendo así, radicalmente, el programa de la Ilustración, al tiempo que mostraba sus deficiencias y preparaba el terreno a la reconciliación final.

La euforia era generalizada. Francia había mostrado al mundo que el espíritu de la Ilustración era realizable. Que todos los hombres eran iguales por naturaleza y que el pueblo era soberano hasta el extremo de que cualquier ciudadano podía aspirar legítimamente a toda la escala de lo humano. Pero esa euforia, también, era peligrosamente contagiosa, y en el convencimiento de que su destino estaba unido al de Francia, las monarquías europeas abandonaron el espíritu ilustrado, apartando o encarcelando a los -ahora llamados- “afrancesados”, comprometiéndose entre ellas a exterminar a cualquier precio la revolución y a restaurar el Antiguo Régimen. En Francia, las urgentes necesidades militares frente a un enemigo tan temible (tanto interior como exterior) hicieron naufragar gran parte de las aspiraciones ilustradas, radicalizando la Revolución, persiguiendo a los disidentes, y obligándole a combatir fuera de sus propias fronteras, sabedora de que en la pasividad no había defensa posible. En ese sentido, puede decirse que Napoleón fue la respuesta de Francia al ataque simultáneo de las monarquías europeas, y que sus campañas militares fueron la huida hacia adelante de una sociedad que sentía que no cabía aspirar a ningún equilibrio, y que su supervivencia dependía exclusivamente del exterminio o del sometimiento del enemigo.

Es una cruel ironía que la Revolución exportara con Napoleón, junto a los más altos principios Ilustrados como el Código Civil, las condiciones a su más enconada oposición: la aversión a todo lo que sonara “afrancesado”, liberalismo y laicismo incluidos, así como la exaltación de una idea de nación, vaga y contradictoria (tanto como constructo político artificial o como “hallazgo” de las esencias propias de cada pueblo) que ha llegado hasta nosotros con las mismas contradicciones, y ha servido de fundamento tanto a las guerras de conquista del “espacio vital” como a los movimientos independentistas y descolonizadores.11

La derrota de Napoleón en Waterloo, en 1815, restauró la monarquía borbónica en Francia y dió paso a un pacto supranacional de sistema de Congresos (siendo el primero el de Viena, de 1815) y a la Santa Alianza, firmada entre las monarquías de Austria, Rusia y Prusia (a las que se uniría posteriormente Inglaterra) con el fin restaurar el Antiguo Régimen, garantizando solidariamente la seguridad de las monarquías para evitar un nuevo episodio revolucionario como el francés. La actitud de la Alianza fue tan reaccionaria que se volvió inoperante apenas 10 años después, previa inútil sangría, persecución, exilio o encarcelamiento de todo lo que sonara “liberal”. Y es que la Historia, hasta donde sabemos, no puede ir hacia atrás, y el conocimiento, verdadera manzana envenenada del Arbol de la Ciencia, una vez adquirido, llena con su ponzoña toda inocencia. El mundo de 1820 ya no se parecía en nada al de 1870, y aunque la Revolución Francesa había muerto, antes de morir había dejado en herencia recuerdos, ideas, hechos y contradicciones que condicionarían para bien y para mal la historia de las generaciones siguientes hasta nuestros días.

Con el Romanticismo y el nacionalismo como exaltación superlativa de lo individual y de lo colectivo, el pensamiento ilustrado y liberal se dividió según las muy diferentes sensibilidades, de acuerdo a la extracción, procedencia y experiencias de sus actores, dando lugar a la mayor parte de las variantes del pensamiento político que dominará el siglo XIX, desde los socialismos hasta el positivismo. Una parte de ese sector liberal, coincidente en gran medida con el más pudiente (y que en Francia había medrado a la sombra del nuevo Imperio), buscará un “pacto de no agresión” con los sectores más dialogantes del Antiguo Régimen, bajo el marco de lo que se dio en llamar “liberalismo doctrinario”12. Esta versión del liberalismo, pragmatista, posibilista, entendía que lo ocurrido en la Revolución Francesa, ese vacío de poder y baño de sangre subsiguientes, era algo que no podía volver a ocurrir y que era obligación de los hombres de bien buscar el camino para conseguir el progreso y su consolidación, de forma progresiva, mediante la negociación y la política, evitando a toda costa otra caída en el abismo.

Las monarquías, interesadas en desprenderse de las ataduras feudales que mermaban su poder en beneficio del poder político privatizado, propio del Antiguo Régimen, aceptaron someterse, desde luego “voluntariamente”, al concepto de Carta Otorgada, promoviendo un “constitucionalismo de arriba hacia abajo”, frente al constitucionalismo de abajo a arriba propio de la Revolución Francesa o de la Constitución de Cadiz. Con ello la corona “daba” una Constitución, aceptando la demanda liberal, pero manteniendo la soberanía en sus manos. Se garantizaban los principios ilustrados básicos, tales como el Imperio de la Ley, la separación Iglesia-Estado, una cierta representación -desde luego censitaria, aunque habría una progresiva extensión del censo electoral- y un fuerte reforzamiento de la burocracia administrativa. La Administración del Estado fue la cuña por la que la burguesía entró en las más altas magistraturas, desplazando definitivamente a la aristocracia y relegándola a la oficialidad militar y a los cuerpos diplomáticos.

La Segunda Revolución Industrial y la necesidad de responder con industria pesada a la pujanza inglesa, unieron la capacidad financiera de la alta burguesía con la necesidad imperiosa de capital por parte de las monarquías europeas, acabando de posicionar a aquella como un grupo de presión sin el cual ya no fue posible gobernar.

Esa burguesía liberal, erigida en poder financiero, se veía a si misma como bisagra social, entre una aristocracia alejada de la realidad y una pequeña burguesía, clases trabajadoras y campesinas que clamaban cada vez más visibilidad y representación. Entre el fin de la Restauración, con la muerte del Zar Alejandro I en 1825, y el baño de sangre de la Comuna de Paris en 1871, Europa vivió medio siglo de Pax liberal, en el que tanto las revueltas del hambre como las nacionalistas fueron consentidas, provocadas o canalizadas, para luego ser traicionadas, arrancando compromisos a las monarquías en tanto que se afianzaba el poder de la alta burguesía, siempre en nombre del pragmatismo, del posibilismo y de los “más altos valores de la civilización”. El liberalismo doctrinario confiaba en tener una misión histórica: la de alcanzar, sino todos, gran parte de las aspiraciones ilustradas, por la vía de un progreso prudente y la negociación, usando las revueltas como fuente de miedo frente a la aristocracia, y acallándolas con la menor violencia posible, pero no escatimándola si fuera necesario, haciendo y consiguiendo pequeñas concesiones que permitieran la lenta y permanente mejora de las condiciones de vida de la población, de su clase y de su patria. Y lógicamente, no se trataba de simple filantropía, sino de un interés que se suponía objetivo y compartido. Las reformas agrarias, tendentes a expulsar al campesino del agro, generaron bolsas de proletarios disponibles en las periferias de los centros industriales, causando a su vez problemas políticos y técnicos mayúsculos que obligaron a una planificación urbanística inédita, para dar solución a la escasez crónica de vivienda, a los gravísimos problemas de salubridad o la provisión masiva de alimentos, etc. A excepción de la Península Ibérica y Rusia, que llegaron también tarde y mal a esta Segunda Revolución Industrial, el campo, que estaba densamente poblado a fines del siglo XVIII, hacia fines del siglo XIX aparecerá vacío. Las ciudades, en cambio, que eran pequeños centros administrativos y palaciegos, se convertirán en bolsas cada vez más grandes de humanidad. Europa, que corre tras Inglaterra, siempre un paso detrás, en el intento de emular su desarrollo capitalista industrial se sumará al juego colonial en un tablero que ahora abarca todo el orbe, a la caza, captura y control desesperados de los mercados mundiales de consumo y de materias primas. Sus excedentes poblacionales, antes víctimas de cruentos ajustes demográficos vía pestes o hambrunas, ahora, con el desarrollo de la salubridad pública y de las nuevas vías de comunicación marítima y del vapor, son expulsados hacia las colonias, en mareas humanas que a lo largo del siglo XIX volverán europea toda la faz de la tierra conocida, a excepción quizás de China que resistirá el embate prácticamente hasta nuestros días.

Francia, Alemania y Austria centraron sus esfuerzos en ese desarrollo de la industria pesada mediante un capitalismo de Estado a base de empréstitos (donde, como decíamos, la burguesía tuvo un papel preponderante) a diferencia de Inglaterra, que por ser la primera pudo basarlo progresivamente en la industria artesanal y el ahorro propio. En el esfuerzo por competir contra la excelencia de la industria inglesa, y contra su dominio monopolístico de los mercados basado en el control de las rutas marítimas, las monarquías continentales recurrieron al nacionalismo y a la protección arancelaria de sus productos y mercados, usando de la idea napoleónica de “construcción nacional” (desarrollo de la burocracia, del derecho, de la unidad lingüística, de la educación pública y del ejército nacional13), asegurando un mercado nacional y entre socios, al tiempo que vaciaban de contenido el discurso de los irredentos y nacionalistas. Así, el liberalismo doctrinario y su estrategia posibilista consiguieron mantener en el poder a las monarquías (y a si mismos) hasta la primera Guerra Mundial, graduando selectivamente los beneficios y la represión de las revueltas obreras o irredentistas, al tiempo que se subían con éxito al carro de la segunda revolución industrial y del expansionismo imperialista colonial.

La explotación de los trabajadores y campesinos de antaño, ahora derivada a las colonias junto con los excedentes de población, dio paso a un vertiginoso progreso urbanístico y social. Pero, con todo, la situación de partida era tan nefasta que se sucedían las revueltas multitudinarias por toda Europa, propagándose contagiosamente. Karl Marx, en El Capital, mostraba con precisión abrumadora el estado del conocimiento de la cuestión social hacia 1850. Su trabajo, lejos de ser una especulación filosófica en el vacío, era la cruda exposición de la recopilación ordenada de actas del Parlamento inglés e informes públicos europeos14. La violencia y la represión eran una realidad y no una cuestión de propaganda política. La creciente sindicación de los proletarios, facilitada involuntariamente por su apiñamiento en las urbes industriales, creará una fuerza de choque, cada vez más preparada y formada, que progresivamente tomará conciencia de si. A lo largo de la segunda mitad del siglo pasará de ser una fuerza temida y despreciada a ser el interlocutor necesario que acabe desplazando en cierta medida a la burguesía liberal, finalmente reconvertida en clase media de una nueva sociedad de masas. El socialismo, que hasta entonces no pasaba de ser más que el sueño utópico de liberales de clase alta, como Tolstoi, o el discurso exaltado e inane de radicales de café, se introducía ahora en las fábricas y en los suburbios mostrando a la gente el origen de sus condiciones de vida y, peor aun, horror de gobiernos, las herramientas políticas y sindicales para mejorarlas. Con la escuela pública y la proletarización de la pequeña burguesía se sembraron las condiciones para el surgimiento de los movimientos socialistas, comunistas y anarquistas que marcarían el final del siglo, unos movimientos que, cada vez más, escaparían al control del liberalismo doctrinario, aunque no a su manipulación151617.

Bismark fue quizás el mayor exponente alemán de ese modo de entender la política. Desarrolló un poder autoritario y paternalista tendente a neutralizar el auge de las clases medias y el movimiento obrero alemán, que por su época empezaba a organizarse en el cada vez más poderoso Partido Socialista. Su enfrentamiento con el nuevo emperador Guillermo II, partidario de incrementar la aventura imperial, acabó con él primero y arrastró al segundo a una vorágine armamentística e imperialista que no culminó sino con su caida tras la primera Guerra Mundial.

Por su parte Austria-Hungría era un ente imposible. La monarquía de los Habsburgo, la Doble Monarquía del Danubio, la mítica Kakania18 de Robert Musil (K+K=Kaiserlich-Königlich, imperial-real) además de los territorios alemanes y bohemios/checos, poseía lo que hoy en día es Hungría, Eslovaquia, el sur de Polonia, Eslovenia, Croacia, el noroeste de Rumania (Transilvania), Bukovina, el sur de Tirol y Bosnia. Con capital en Viena, en el imperio se hablaban Alemán, Húngaro y Latín como idiomas oficiales, además de Checo, Polaco, Rumano, Esloveno, Eslovaco, Serbio-Croata, Ucraniano e Italiano. Los movimientos nacionalistas (y/o democráticos) en su interior eran un puro veneno que amenazaba la totalidad de la existencia, y a ahogarlos dedicó toda sus energías el Canciller Metternich hasta las revoluciones de 1848 que, con el fracaso liberal de someter al emperador alemán a una constitución, termina con toda posibilidad de unificación de la Gran Alemania.

Francisco José I, gobernó Austria-Hungria desde 1867 hasta 1916 (su mujer Isabel, la famosa Sissi, murió asesinada por un anarquista en 1898). Aunque el emperador se reservaba competencias en asuntos de defensa o relaciones exteriores, en lo demás a partir de 1860 propició un régimen parlamentario bicameral reconociendo la libertad religiosa, de pensamiento y de asociación. El sistema de sufragio, censitario e indirecto a través de cuatro curias, excluyó a los trabajadores del sufragio hasta 1897, cuando se les integró través de una quinta curia. El sufragio universal y directo se alcanzó en 1907 en beneficio de los grandes partidos de masas, el socialdemocrata, el socialcristiano y el pangermanista. El potente desarrollo capitalista hizo retroceder las instituciones feudales, creciendo el PNB al 1,45% anual entre 1870 y 1913 (frente al 1% del Reino Unido o Francia, o el 1,45% alemán) alcanzando en 1914 el quinto puesto europeo y sexto mundial, tanto en PNB como en capacidad industrial y comercial. Desde el punto de vista de las infraestructuras, en 1854 Austria contaba con 2.000 km de vía férrea (el 70% propiedad del Estado) que en 1879 se habían convertido en 14.000 km dando poderosa cohesión a la economía del imperio. Pese a la gran depresión mundial de la década de 1870 para 1900 Austria ya había conseguido construir otros 25.000 km alcanzando los 45.000km en 1914 (tercera de Europa).19

Pero esa pujanza, vertiginosa en los números, se vivía en kakania de un modo muy diferente. Asi es como describía Musil, en 1932, lo que luego llamaría Zweig el “mundo de la seguridad”:

Allí, en Kakania, aquella nación incomprensible y ya desaparecida, que en tantas cosas fue modelo no suficientemente reconocido, allí había también velocidad, pero no excesiva. (…) Por estas carreteras, naturalmente, también rodaban automóviles, pero no demasiados. Aquí se preparaba, como en otras partes, la conquista del aire, pero sin excesivo entusiasmo. De cuando en cuando se enviaba algún barco a Sudamérica o al Asia oriental, pero no muchas veces; (…) El lujo crecía, pero muy por debajo del refinamiento francés. Se cultivaba el deporte, pero no tan apasionadamente como en Inglaterra. (…) El país estaba administrado por un sistema de circunspección, discreción y habilidad, reconocido como uno de los sistemas burocráticos mejores de Europa, al que sólo se podía reprochar un defecto: para él genio y espíritu de iniciativa (…) era incompetencia y presunción. (…) En Kakania el genio era un majadero (…) Según la Constitución, el Estado era liberal, pero tenía un gobierno clerical. El gobierno era clerical, pero el espíritu liberal reinaba en el país. Ante la ley, todos los ciudadanos eran iguales, pero no todos eran igualmente ciudadanos. Existía un Parlamento que hacía uso tan excesivo de su libertad que casi siempre estaba cerrado; pero había una ley para los estados de emergencia con cuya ayuda se salía de apuros sin Parlamento, y cada vez que volvía de nuevo a reinar la conformidad con el absolutismo, ordenaba la Corona que se continuara gobernando democráticamente.”

Sobre los problemas nacionalistas seguía así:

De tales vicisitudes se dieron muchas en este Estado, entre otras, aquellas luchas nacionales que con razón atrajeron la curiosidad de Europa, y que hoy se evocan tan equivocadamente. Fueron vehementes hasta el punto de trabar por su causa y de paralizar varias veces al año la máquina del Estado; no obstante, en los períodos intermedios y en las pausas de gobierno la armonía era admirable y se hacía como si nada hubiera ocurrido. En realidad no había pasado nada. “

Y respecto de lo que pudiéramos llamar el “carácter” nacional continuaba:

Únicamente la aversión que unos hombres sienten contra las aspiraciones de los otros (en la que hoy estamos todos de acuerdo), se había presentado temprano en este Estado, se había transformado y perfeccionado en un refinado ceremonial que habría podido tener grandes consecuencias, si su desarrollo no se hubiera interrumpido antes de tiempo por una catástrofe.

En efecto, no solamente había aumentado la aversión contra el conciudadano hasta ser un sentimiento colectivo; incluso la desconfianza frente a sí mismo y al propio destino había adquirido un carácter de profunda certidumbre. Se procedía en este país —y hasta los últimos grados de la pasión y sus consecuencias— siempre de distinto modo de como se pensaba, o se pensaba de un modo y se obraba de otro (…)

Si hay alguien que tenga buena vista podrá ver que lo sucedido en Kakania fue precisamente eso, y en eso era Kakania, sin que lo supiera el mundo, el Estado más adelantado; era el Estado que se limitaba a seguir igual, donde se disfrutaba de una libertad negativa

Ese era “el mundo de ayer”: pujante pero contenido, liberal pero prudente, ilustrado, culmen del desarrollo positivo de las ciencias y ejemplo del control del hombre sobre la naturaleza y la sociedad. Un mundo donde las condiciones sociales mejoraban cada año sobre el anterior sin riesgos, sin aventuras, en la conciencia de haber entrado en una senda segura de progreso.

Pero un “mundo” no es una mera cuestión de hechos, sino de relaciones. Y sin llegar al extremo de pretender postular tantos “mundos” como número haya de seres humanos, es verdad que los seres humanos nos movemos en círculos de relaciones que dan acceso a concepciones virtuales del “mundo” únicas e intransferibles, aunque compartidas en cierto grado con muchos otros20.

Junto a ese “mundo de ayer” había otros muchos “mundos”, dentro y fuera de Austria. El mundo de los socialistas, el mundo de los irredentistas, el mundo de las minorías étnicas o religiosas, el mundo de los progromos y el mundo de los imperios coloniales. Y esos mundos tenían, necesariamente, una visión diametralmente opuesta entre ellos respecto de su sistema de relaciones, de “su” mundo. Muchos de esos “otros mundos” eran mundos que crecían sobre la explotación de ingentes masas humanas, propias o derivadas del reparto colonial, de un planeta cada vez más acotado y parcelado que forzaba al enfrentamiento bélico en todos los rincones. Eran mundos de revoluciones, como las de 1830, 1848, 1868 -la Gloriosa- o 1871 -la Comuna de París- causadas por un descontento popular aprovechado hábilmente por la burguesía para posicionarse frente a la Restauración; mundos de guerras, como la guerra de la independencia griega (1821-1832) fuente de inspiración de todo romántico europeo, con Lord Byron a la cabeza; las guerras del Opio (1839-42 y 1856-60) que acabaron con la independencia china; las guerras de la independencia italiana (1848 y 1859-61) o la revolución húngara (1848); la guerra de Crimea (1854-56) con el fin de evitar el crecimiento de Rusia sobre el Imperio Otomano; la guerra de los Ducados de Austria y Prusia contra Dinamarca (1864); la guerra austrio-prusiana (1866) que acaba convirtiendo a Alemania en estado hegemónico; la guerra franco-prusiana (1870). Cuando uno lee cómo Max Nordau21, otro “judío” aconfesional, en medio de una descripción desoladora de toda Europa, dice que:

En Austria-Hungría diez nacionalidades están oprimidas unas por otras, y desean hacerse todo el mal posible. En cada provincia, casi en cada aldea, las mayorías esclavizan y sacrifican a las minorías; cuando éstas no pueden resistir más, fingen sumisión con la rabia en el alma, y anhelan el desquiciamiento y ruina del imperio, como único medio de salir de una situación intolerable”

…uno puede considerar esos “mundos”, cualquiera de ellos, con muchos adjetivos… pero no precisamente con el de “mundos de la seguridad”. Y sin embargo todos esos mundos coexistían, y todos eran a su vez verdaderos. Ello era posible porque un “mundo” no es solo “lo que hay”, hechos y relaciones, sino que también se compone de una historia y un futuro expresado en aspiraciones y expectativas.

En medio de todos esos “mundos”, el mundo de Zweig se remontaba hasta la “paz perpetua” que había permitido augurar a Kant en 1795 el fin de la prehistoria bélica de la humanidad. El fin de las guerras napoléonicas había alimentado esa esperanza, que la represión posterior al Congreso de Viena, de donde emergerá toda una filosofía del desencanto, tanto en lo político como en lo artístico22, mutaría en grande y generalizada desazón.

Pero mientras tanto, mientras llegaba el desencanto y se enconaba, Hegel había construido un edificio cosmovisivo desde el que la burguesía liberal, y su expresión teórica, el liberalismo doctrinario, podrían mirarse a si mismos ufanos, y explicar la expansión y el dominio colonial. La Europa postrevolucionaria había plasmado un nuevo principio que se transformaría en eje del nuevo Estado, el “Estado racional”. Un Estado que no negaba las distinciones anteriores propias de la sociedad civil ni tampoco al individuo pero los subordinaba a todos en una nueva unidad orgánica, en una armonía superior que era así la negación de la negación, el fin de la alienación, y la reconciliación de las partes con el todo y de los individuos con la comunidad. Con ello se pasaba al momento culminante de la realización del Espíritu, la del Espíritu cierto de sí mismo que alcanza su forma más adecuada en la “filosofía absoluta”, que no es otra que la de Hegel. La lección de la revolución francesa fue decisiva para que Hegel abandonara todo sueño utópico –entre ellos aquellos de un restablecimiento de la armonía primigenia de la polis de la Antigüedad– deviniendo un pensador profundamente conservador. El fracaso del reino de la libertad absoluta mostraba que los hombres, en realidad, nada tenían que cambiar en lo esencial, que no pueden construir un mundo a su antojo, que el pasado no es irracional, que lo que ha existido tiene un sentido y contenido duraderos, que se trata de las expresiones de la razón en sus distintos momentos, y que todos ellos son necesarios para alcanzar la forma adecuada. Al fin de la Historia no queda sino la reconciliación y la vuelta del Espíritu a sí mismo: por tanto, la tarea ahora no es destruir la herencia del pasado sino reconocerla para darle forma definitiva, armoniosa y racional, según la Idea ya realizada. Con ello Hegel devenía uno de los formalizadores más notables de la superioridad europea, sobre todo del norte de Europa sobre las demás culturas del mundo: la Historia Universal nacía en Asia culminando en Europa, siendo la Modernidad la manifestación más alta del pensamiento humano, que se muestra en la Reforma Protestante, la Revolución francesa y la Ilustración.

Con estos mimbres es con los que se teje el “mundo de la seguridad”. Un mundo que nacía herido de todos los males que acabarían con él cien años después, en un primer acceso con la Primera Guerra Mundial y, definitivamente, con el fin de la Segunda, y del que Hegel no vería más que el intento de Restauración, falleciendo en 1831.

La obra casi hegemónica de Hegel nació así envenenada por el desencanto, y desde ella o contra ella surgirían nuevas forma de pensar, expresar y hacer filosofía que irían desde la explicación del materialismo marxista, el pre-existencialismo de Kierkegaard, el escape de la metafísica de Nietzsche, o la crítica a la ontología de Martin Heidegger, hasta nuestros días.

Al igual que, en el arte, el Neoclacisismo expresaba las aspiraciones de orden de la Ilustración, y el Romanticismo nacía para expresar la recién conquistada libertad individual y el drama del destino y lo telúrico (fundamentos de la Revolución); el Realismo surgió del desencanto para mostrar esos “otros mundos” que no se ajustaban a la cosmovisión oficial.

Tras el fallido intento de Restauración, el Estado Racional de Hegel ya no se sostienía más que como aspiración utópica de una alta burguesía ilustrada, instalada cómodamente en un productivo maridaje con los terratenientes provenientes del Antiguo Régimen, reconvertidos ahora a la política de salón y a la inversión industrial y financiera. Y aunque la firma de su partida de defunción deberá esperar hasta el final de la primera guerra mundial23, con la eclosión de la sociedad de masas, desde 1830 comenzó a calar la idea de que el mundo no era como parecía ni como se contaba, empezando a desarrollarse lo que Ricoeur llamaría más de un siglo después “las filosofías de la sospecha”.

La sospecha y el fin de la seguridad.

Marx, Nietzsche y Freud, aunque con distintos presupuestos y razonamientos, llegaron a la conclusión de que la conciencia engañaba a su portador. Para Marx, enmascaraba intereses económicos; para Freud, lo reprimido en el inconsciente; y para Nietzsche, el resentimiento del débil. Pero más allá de esta labor de destrucción de la política, las percepciones de la conciencia o de la ética, había una labor de construcción: Marx buscará la liberación del nuevo ciudadano-obrero por medio de una praxis de desenmascaramiento de la ideología burguesa; Freud intentará la curación por medio del conocimiento de la conciencia de su anclaje en el inconsciente y por la aceptación del principio de realidad; y Nietzsche pretenderá la restauración de la fuerza original del hombre por la superación del resentimiento y de la compasión. Los tres se centrarán en una labor arqueológica (genealógica) de búsqueda de los principios ocultos de la actividad consciente, para construir luego un reino de fines que, tras el nihilismo metodológico, viene a recuperar el sentido, restableciendo la ingenuidad purificada.

Y no es casualidad que estos tres autores surgieran tras Hegel y el desencanto. Junto a ellos, una pléyade de intelectuales y artistas se alzaron, invadiendo todas las esferas del pensamiento, ante las contradicciones de la existencia frente al discurso oficial. Las artes visuales sufrirían cambios revolucionarios, tanto formales como materiales, tras un realismo que, a medida que se acercaba el fin del siglo, en la búsqueda de la esencia y del fundamento, derivaría hacia un alejamiento de lo figurativo rumbo a la conceptualización. En literatura, Baudelaire o Balzac proponían un estudio de la sociedad en “todas las úlceras como un médico en un hospital”. Un lejano Thoreau propondría con gran influencia, incluso sobre Tolstoi, su “Ensayo sobre la desobediencia civil”. Rudolf Steiner desarrollaría su teosofía, de gran repercusión hasta la actualidad, con seguidores tan disímiles como Huxley o Kandinsky; Maurice Maeterlinck haría popular y cercana la mística y el simbolismo. En el extremo opuesto Shaw o Wells impulsarían la sociedad fabiana, base del socialismo democrático y del Partido laborista, promotora infatigable de la Sociedad de las Naciones y de la constitución de un gobierno mundial. Igual que en las ciencias positivas una aparentemente inconmovible mecánica newtoniana empezaba a tambalearse ante los embates del electromagnetismo, y la biología adquiría una nueva perspectiva con Darwin, todos los fundamentos del Mundo de Ayer, los ideológicos, los científicos, éticos o epistemológicos se tambalearon.

El “mundo de la seguridad” acabó con el siglo, mostrándose un frágil oasis, efímero y minúsculo. Una gota de tiempo en una Historia envejecida por la geología, más allá de todo lo imaginable. Una mota de polvo en un espacio parcelado, disminuido hasta la asfixia por las comunicaciones. Con lo humano reducido a mero accidente natural e intrascendente, el Mundo de Ayer, basado en la prudencia, la experiencia, la paciencia y el orden, las tradiciones y la confianza en valores “sagrados”, cedió, enfermo de sus propias contradicciones, ante el empuje incontrolado de fuerzas excluyentes, de la razón y de lo irracional, de la ciencia y de lo místico, del universalismo y de lo telúrico, de las tradiciones y de la juventud, del pacifismo y de la fuerza bruta. Contradicciones todas que amenazaban a ese mundo desde su origen, y que medraron gracias a su negación deliberada, en rebelión creciente contra un orden político, económico e ideológico, mostrado y demostrado cada vez más ineficiente y alejado de la realidad hasta la Primera Guerra Mundial.

Fin.

NOTAS:

1 Zweig, Stefan. Montaigne (Europäisches Erbe, Frankfurt, 1982, p. 48)

2 Quint, Harriet El amanecer de Stefan Zweig (Revista Argos, nº 18 2001, disponible en internet: http://argos.cucsh.udg.mx/18abril-junio01/18nquint.html)

3 CAMUS, A. El mito de Sisifo. (Alianza, Madrid, 1986)

4 Zweig, S. El Mundo de Ayer. Claridad, Bs.As. 1942 pp. XIV 395

5 Zweig, S. El Mundo de Ayer. Claridad, Bs.As. 1942. pp. XV 417

6 Zweig, obra citada pp. XIV 363

7 Santayana, G. Reason in common sense. Volume One of “The Life of Reason” (Dover Publications, Inc., New York, 1980) “Those who cannot remember the past are condemned to repeat it.” (Disponible en internet: http://www.gutenberg.org/files/15000/15000-h/vol1.html)

8 Zweig, obra citada pp. XV 407

9 PLATON. La República. Libro I, diálogo con Céfalo.

10 KANT, I. Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la Historia. Traducción de Concha Roldán Panadero y Roberto Rodríguez Aramayo. Tercera edición. Madrid: Editorial Tecnos, 2006. Página 88. (Visto en internet 10-12-2012: http://www.revista.unam.mx/vol.5/num11/art77/dic_art77.pdf)

11 Beethoven, que hacia 1804 ha escrito su tercera sinfonía, titulada Eroica, admirado de los acontecimientos franceses, dedica su sinfonía “a ese gran hombre, Napoleón, libertador de su pueblo”. Pero cuando este se hace nombrar emperador elimina la dedicatoria de la obra. Y es que no se ven igual las cosas, según uno sea simple espectador, invasor o invadido.

12 PUNSET, R. Guizot y la legitimidad del poder. Introducción a la obra GIZOT. Historia de los orígenes del gobierno representativo en Europa (KRK, Oviedo, 2009). (Disponible en internet: http://www.historiaconstitucional.com/index.php/historiaconstitucional/article/viewFile/240/211 – visto 16-10-12)

13 Sellier, J i Sellier, A. Atlas de los pueblos de Europa Occidental. Madrid, Acento, 1998. pp. 23-28

14 No hay mas que leer a alguien tan alejado de Marx como H.G. Wells (Wells, H.G. Autobiografía (Berenice, 2009)) para comprender cuál era el tipo de vida a la que podía aspirar un pequeño burgués en la segunda mitad del siglo XIX.

15 “Por primera vez me percaté de que detrás de esas hordas surgidas de golpe debían esconderse fuerzas económicas y aun de otro modo influyentes” (Zweig ,Obra citada XIV 364)

16 “Reinaba el júbilo en los bandos más opuestos. Los monárquicos creían que seria el campeón más fiel del emperador (…) Los nacionalistas alemanes (…) La industria pesada se sentía librada de la pesadilla comunista (…) la pequeña burguesía (…) Los pequeños comerciantes (…) (Zweig ,Obra citada XIV 364)

17 “Había aprendido y escrito demasiada historia para ignorar que la gran masa rueda siempre instantáneamente, hacia el lado donde se halla la fuerza de gravitación del poder” (Zweig ,Obra citada XV 411)

18 MUSIL, Robert. El hombre sin atributos. Traducido por José M. Sáenz. 4ª ed. Barcelona: Seix Barral, 1983, pp. 39-41. (Cita extraída de internet: http://alerce.pntic.mec.es/~mcui0002/colectivo.htm Visto 13-12-2012)

19 IMPERIO AUSTRO-HUNGARO. Artículo de Wikipedia (Disponible en internet: http://es.wikipedia.org/wiki/Imperio_austrohúngaro; visto 12-12-2012)

20 Siguiendo con Musil, el diría que “Un paisano tiene por lo menos nueve caracteres: carácter profesional, nacional, estatal, de clase, geográfico, sexual, consciente, inconsciente y quizá todavía otro carácter privado; él los une todos en sí, pero ellos le descomponen, y él no es sino una pequeña artesa lavada por todos estos arroyuelos que convergen en ella, y de la que otra vez se alejan para llenar con otro arroyuelo otra artesa más. Por eso tiene todo habitante de la tierra un décimo carácter y éste es la fantasía pasiva de espacios vacíos; este décimo carácter permite al hombre todo, a excepción de una cosa: tomar en serio lo que hacen sus nueve caracteres y lo que acontece con ellos; o sea, en otras palabras, prohíbe precisamente aquello que le podría llenar“.

21 NORDAU, MAX Las mentiras convencionales de nuestra civilización. Gutenberg, Madrid, 1897. pp. 5-38.

22 Musset, Alfred La confesión de un hijo del siglo

23 Hecho magníficamente retratado por Jean Renoir en el film “La grande Illusion” (de 1937). Ver ALEGRE, S. Re-lectura de la Grande Illusion, en Film-Historia, Vol. I, No.1 (1991): 25-34 (Disponible en internet en http://www.publicacions.ub.es/bibliotecadigital/cinema/filmhistoria/Art.S.Alegre.pdf – visto 16-10-12).

SafeCreative

Identificador: 1301174378247
Fecha de registro: 17-ene-2013 22:58 UTC
Licencia: Creative Commons Reconocimiento 3.0
Autor: Jorge Raul Negro Asensio

 

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La justicia

Cita

“Una mañana, cuando nuestro nuevo profesor de “Introducción al Derecho” entró en la clase, lo primero que hizo fue preguntarle el nombre a un alumno que estaba sentado en la primera fila:

– ¿Cómo te llamas?

– Me llamo Juan, señor.

– ¡Vete de mi clase y no quiero que vuelvas nunca más! – gritó el desagradable profesor.

Juan estaba desconcertado. Cuando reaccionó, se levantó torpemente, recogió sus cosas y salió de la clase. Todos miramos asustados e indignados, pero nadie dijo nada.

– Está bien. ¡Ahora sí! ¿Para qué sirven las Leyes?…

Seguíamos asustados, pero poco a poco comenzamos a responder a su pregunta: “Para que haya un orden en nuestra sociedad”. “¡No!” contestaba el profesor. “Para cumplirlas”. “¡No!”. “Para que la gente mala pague por sus actos”. “¡¡No, no no!! ¿Pero es que nadie sabrá responder esta pregunta?!”… “Para que haya justicia”, dijo tímidamente una chica. “¡Por fin! Eso es… para que haya justicia. Y, ahora ¿para qué sirve la justicia?”

Todos empezábamos a estar molestos por esa actitud tan grosera pero, sin embargo, seguíamos respondiendo: “Para salvaguardar los Derechos Humanos”. “Bien, ¿qué más?”, decía el profesor. “Para discriminar lo que está bien de lo que está mal”… “Seguid”… “Para premiar a quien hace el Bien.”

– Bueno, no está mal…, pero… respondan a esta pregunta ¿actué correctamente al expulsar a Juan de la clase?….

Todos nos quedamos callados, y nadie respondía.

– ¡Quiero una respuesta ya, decidida y unánime!.

– ¡¡No!!- dijimos todos a la vez.

– ¿Podría decirse que cometí una injusticia?

– ¡Sí!

– Entonces, ¿por qué nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos Leyes y Reglas si no disponemos de la valentía que hace falta para llevarlas a la práctica? Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar cuando presencia una injusticia. Todos. ¡No vuelvan a quedarse callados nunca más! Anda, vete a buscar a Juan- dijo mirándome fijamente.”

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(de un autor lamentablemente desconocido)