De los falsos profetas, y otros hombres de negro y asalariados locales.

“Tienen no se qué (…) profetas que (…) pronostican el futuro y el resultado que deben esperar de sus empresas. (…) Si fallan, los destrozan en mil pedazos (…) motivo por el cual al que se ha equivocado una vez no se le ve más. (…) Entre los escitas, cuando (…) no acertaban (…) los ponían en carros llenos de brezos y los hacían quemar. (…) Estos que nos engañan, asegurándonos que poseer una facultad extraordinaria fuera del alcance de nuestros conocimientos ¿no deberían ser castigados por no hacer realidad sus promesas y por la temeridad de su impostura?” (Montaigne, Los ensayos, I, 30 Los caníbales)

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