Trabajo garantizado + Renta Básica + Reparto de trabajo.

Las tres caras de la misma moneda: las condiciones individuales para la emancipación de la clase trabajadora.

¿Las condiciones sociales?: muchas, pero muy sencillas. Eliminación del fraude fiscal, progresividad fiscal hasta límite confiscatorio (ingresos individuales máximos) igualando la renta de las empresas a la de las personas físicas, penalización impositiva a la economía especulativa, sacar del mercado los bienes estratégicos y de subsistencia que ponen en peligro la soberanía alimentaria, energética y tecnológica (energía, agua, minería, tierras de cultivo, alimentación, vivienda) incluidos sanidad, pensiones, educación y justicia. Y lógicamente, la investigación, a través de las universidades, pública y al servicio de la sociedad.

Y República, claro, república, federación territorial y municipalismo, qué tontería. Igualdad formal, salvo discriminación positiva que compense el desigual acceso a los recursos provocado por la desigualdad material. Imperio de la Ley, separación de poderes y libertad de información. Qué burgués y caduco suena todo, sin duda, ¡pero qué bajo hemos caído!

¿Se quiere? Se puede.

Ahhhh ¿Que todo o parte de «eso» puede ser «incompatible» con el «euro»…? Vaya. Pues el «euro» se lo tendrá que hacer mirar, es decir, si quiere estar al servicio de las personas o de su explotación. Esto y no aquello, es lo incompatible.

Solo nos queda saber si somos de «izquierdas» o de «derechas», de forma consecuente y sin vergüenza. Para todo lo demás, trabajo y pedagogía.

 

Valencia, 25 de abril de 2015

(https://www.facebook.com/yacumino/posts/10205443336176737)

Del relativismo, y del significado político de la abstención electoral y de los votos blancos y nulos

En Galicia, en números gordos, la politica del gobierno de España ha sido refrendada por 2 millones de votantes sobre un total de 2,3 millones de ciudadanos con derecho a voto:

– 50.000 despistados varios, Vargas Llosa and friends.
– 650.000 votantes del PP (con fervor)
– 300.000 votantes del PSOE (con la boca chica)
– 900.000 abstentistas y blanqueros (escondiendo la mano)

Lo inconcebible del resultado sugiere que, al menos, la cosa es para detenerse a pensar. Y, aunque hay una primera conclusión de marcado carácter egocéntrico que consiste en que «aquí hay mucho trabajo que hacer» (porque, indudablemente, aunque las víctimas de toda esta contrarreforma «son mayoría»… parece que no tod@s -ni mucho menos- lo tienen claro); habría una segunda, que empieza a ser perturbadora y sobre la que llama la atención mi buen amigo Nacho, hombre con un sentido de la realidad aplastante, como todo buen ingeniero, que dice así: ¿el mundo es tal como lo percibimos, o vivimos en una burbuja autocomplaciente, rodeados de quienes piensan como nosotros, retroalimentando un modelo de interpretación completamente ajeno a la realidad, al menos en el aspecto político? (1).

Pues no, querido Nacho, el mundo es el que es, y podremos entenderlo mejor o peor pero no lo inventamos. Lo que nos lleva a confusión, es que mientras el mundo de la naturaleza nos es dado y en cierta medida solo nos cabe entenderlo como algo exterior a nosotros, el mundo social es algo de lo que formamos parte y de lo que no podemos desligarnos, ni siquiera como supuesto metodologico, ya que se construye a la par que lo vivimos, con nuestra vida, nuestros deseos y nuestro mismo estudio. Pero esta imposibilidad de congelar la realidad y desvincular sujeto de objeto, no invalida nuestras observaciones, sino que simplemente las suaviza haciéndonos conscientes de que es posible que haya, y seguro que hay, otras explicaciones que ayuden a dar cuenta de la realidad o lo hagan incluso mejor que la nuestra. Pero una cosa es segura: no podrán ser radicalmente opuestas, porque la realidad solo es una, y sea cual sea ella y nuestro punto de vista del poliedro, en tanto que fundamentado, la nuestra puede ser una perspectiva mejor o peor de esa realidad… pero no un invento.

 

Dicho lo cual,

¿Qué significado político se le puede dar a ese casi millón de personas que no votaron?

En las circunstancias actuales y tan graves, quien calla otorga, y no me extraña que el presidente de Gobierno se ufane tanto de esa «mayoría silenciosa» que no se manifiesta… ni en las calles ni en las urnas. Esos, y no otros, son los verdaderos votantes del PP: son el voto conservador, el voto del «me da igual», el «a mi la política no me interesa», «todos son iguales», «la caridad empieza por casa», «de mi no se ocupa nadie». Incluso, hay algunos despistados que creen estar haciendo con su abstención o voto en blanco una opción radical: dicen ser de izquierda, se piensan y sienten como de izquierda… pero en su voto -ausente- son como los de derecha de toda la vida, votando por omisión la opción conservadora. Son de derechas, solo que no lo saben. De esos hay muchos. Los otros, un 24%, son solo la minoría de exaltados ultramontanos, que junto a los pobres que tienen ínfulas de empresario capitalista, van apretados como una piña a todos lados, tanto sea a votar al señorito del que medran -o del que creen que medran- como a ver al Papa.Y no vale decir que no hay alternativas. Ese rollito de «no hay derechas ni izquierdas» sino solo «los de arriba y los de abajo» está muy bien como ejercicio sinóptico escolar, pero «los de abajo» lamentablemente se pueden dividir en dos: los de derecha por acto o por omisión (la derecha psicológica, aquellos que no tienen conciencia de clase y votan a sus amos, junto con los abstentistas que lo consienten) y los de izquierda (que son los que tienen conciencia de clase). No hay mejor escenario para la derecha real (para los de arriba) que el convencimiento casi autocomplaciente de que no hay alternativas, y de que todos son iguales. Por que entonces, ¿para qué hacer nada? Mejor cada uno a lo suyo. Esa es la derecha. Alternativas hay, muchas, y algunas muy decentes, sin necesidad de caer en la ingenuidad de aceptar y creer que todo el que dice ser de izquierda, solo por usar el rótulo, lo es, como el PSOE (tan de izquierdas como Obiang es «demócrata» o un Jomeini «republicano»).  Un rótulo no dice lo que somos, no se refiere a nosotros sino a los demás, en quienes crea expectativas. Ya está bien de decir y de aguantar que se digan tonterías mientras hacen su fiesta Cospedales y Esperanzas y permitimos por acto o por omisión que destruyan ante nuestros ojos en meses lo que costó decenios y millones de muertos construir.

Si no queremos que se consolide la miseria y la degradación de los derechos civiles, sociales y políticos, y tampoco queremos acabar en una guerra civil, la única salida está en la manifestación en las calles y en las urnas. Eso, mientras haya calles públicas y haya urnas, que al paso que vamos todo se andará.

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(1) Nota relativista:

Esta segunda cuestión puede verse desde dos puntos de vista:

– Desde un «escepticismo ingenuo», sosteniendo que si dudamos de nuestras percepciones también podemos dudar de la duda misma y seguir asi ad infinitum, y por tanto concluir que más vale suicidarse ya que ni siquiera sabemos si estamos vivos o somos meros sueños que se sueñan a si mismo (mera sofística demostrada en que ninguno de sus seguidores lo hace, probando groseramente la falta de sinceridad de la propuesta); o

– desde un» escepticismo metodologico» (metódico, diría Descartes), purificador, propedéutico, entendido como un sano ejercicio intelectual que nos previene y ayuda contra el peligro del propio dogmatismo y de caer en afirmaciones sin fundamento. Sin fundamento no quiere decir aqui indubitable, sino simple y humildemente sin argumento, que es lo que distingue la mera creencia del conocimiento. Quien tiene un conocimiento es capaz de dar razones de sus afirmaciones, justificándolas en mayor o menor medida, Quien tiene una creencia, no. Lógicamente esa fundamentación tampoco puede retroceder ad infinitum sino que debe necesariamente detenerse en una serie de principios más o menos universalmente compartidos y susceptibles de crítica racional. Cuanto mayor sea el grupo que comparte esos principios, más poderoso y operativo y vinculante será ese conocimiento. La creencia, que parece hacer lo mismo, se detiene en cambio en un primer escalón de fundamentación, generalmente de autoridad, revelación o gusto, negándose a someter la justificación a crítica racional con lo que impide la ampliación del grupo inicial a otros grupos que desconozcan esa autoridad o gusto local. Esa es la razón por la que el conocimiento es vehículo de unión a la par que cuestiona la autoridad, en tanto que la creencia lo es de división y enfrentamiento, mientras fortalece la autoridad. Esa es la razón profunda, y no otra, por la que las dictaduras detestan tan abiertamente el conocimiento y promueven tan generosamente la creencia, cosa que consiguen con toda facilidad dado que el conocimiento implica humildad, autocrítica y trabajo, en tanto que la creencia solo soberbia, autocomplacencia y sumisión.

Pues bien, dicho todo esto, querido Nacho, es bueno someter a crítica nuestra visión de la realidad, sobre todo de la realidad social -siempre tan escurridiza y cambiante-, pero no por ello podemos ponernos en pie de igualdad con quienes sustentan otras visiones basadas en la mera creencia o en la propaganda interesada, y acto seguido suponer -y menos creer- que somos solo locos que desvarían sobre una realidad inventada. Nuestro afirmaciones, mejores o peores, incluso susceptible de ser erróneas o perfectibles en todo o en parte, tiene un fundamento y nuestro esfuerzo en conseguirlo y mejorarlo es sincero. Eso es lo que las hace conocimiento y las libera de toda comparación con las creencias o la mera ideología. No solo son susceptibles de critica racional y de ser sometidas a prueba con la realidad siempre que sea posible, sino que además lo procuramos y agradecemos.