Por qué ganó Trump …y por qué hay que volver a leer a Polanyi.

Las 7 propuestas de Donald Trump que los grandes medios censuraron… y que explican su victoria. Artículo de Ignacio Ramonet (Desinformémonos, 9-11-2016)

El éxito de Donald Trump ( como el ‘Brexit’ en el Reino Unido, o la victoria del ‘no’ en Colombia ) significa primero una nueva estrepitosa derrota de los grandes medios dominantes y de los institutos de sondeo y de las encuestas de opinión. Pero significa también que toda la arquitectura mundial, establecida al final de la Segunda Guerra Mundial, se ve ahora trastocada y se derrumba. Los naipes de la geopolítica se van a barajar de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una era nueva cuyo rasgo determinante es lo ‘desconocido’. Ahora todo puede ocurrir.

¿Cómo consiguió Trump invertir una tendencia que lo daba perdedor y lograr imponerse en la recta final de la campaña ? Este personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas, ya había desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse en las primarias del Partido Republicano, y sin embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.

Hay que entender que desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido) ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos, el Brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.

Ese fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en apariencias, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la victoria de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha. Para muchos electores irritados por lo « políticamente correcto », que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, la « palabra libre » de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo.

A ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la « rebelión de las bases ». Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las élites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos, y empobrecidos por los efectos de la globalización económica.

Hay que precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional. Él mismo se define como un «conservador con sentido común» y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha. Empresario multimillonario y estrella archipopular de la telerealidad, Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. No censura el modelo político en sí, sino a los políticos que lo han estado piloteando. Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del pueblo estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de la « casta ». Y promete inyectar honestidad en el sistema ; renovar nombres, rostros y actitudes.

Los medios han dado gran difusión a algunas de sus declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o ubuescas. Recordemos, por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes ilegales mexicanos son “corruptos, delincuentes y violadores”. O su proyecto de expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales latinos a quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país, mandándoles a México. O su propuesta, inspirada en « Juego de Tronos », de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros a lo largo de valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada de inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21 mil millones de dólares sería financiado por el gobierno de México. En ese mismo orden de ideas : también anunció que prohibiría la entrada a todos los inmigrantes musulmanes…Y atacó con vehemencia a los padres de un militar estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto en combate en 2004, en Irak.

También su afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un hombre y una mujer, es “la base de una sociedad libre”, y su critica de la decisión del Tribunal Supremo de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho constitucional. Trump apoya las llamadas “leyes de libertad religiosa”, impulsadas por los conservadores en varios Estados, para denegar servicios a las personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el “engaño” del cambio climático que, según Trump, es un concepto “creado por y para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda competitividad”.

Este catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito, masivamente difundido por los medios dominantes no solo en Estados Unidos sino en el resto del mundo. Y la principal pregunta que mucha gente se hacía era : ¿ cómo es posible que un personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan considerable entre los electores estadounidenses que, obviamente, no pueden estar todos lobotomizados ? Algo no cuadraba.

Para responder a esa pregunta tuvimos que hendir la muralla informativa y analizar más de cerca el programa completo del candidato republicano y descubrir los siete puntos fundamentales que defiende, silenciados por los grandes medios.

1) Los periodistas no le perdonan, en primer lugar, que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que constantemente anime al público en sus mítines a abuchear a los “deshonestos” medios. Trump suele afirmar: « No estoy compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación » . En un tweet reciente, por ejemplo, escribió : « Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%.

Por considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las credenciales de prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre otros : The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed. Y hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato favorito…

2) Otra razón por la que los grandes medios atacaron con saña a Trump es porque denuncia la globalización económica, convencido de que ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en los últimos quince años, en Estados Unidos, más de 60.000 fábricas tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales bien pagados desaparecieron. 3) Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados. « Vamos a recuperar el control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un gran país. », suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.

Partidario del Brexit, Donald Trump ha desvelado que, una vez elegido presidente, tratará de sacar a EE.UU. del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al país del mismo : « El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos. »

En regiones como el rust belt, el «cinturón del óxido» del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras dejaron altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está calando hondo.

4) Así como su rechazo de los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos, víctimas de la crisis económica del 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse de la Social Security (jubilación) y del Medicare (seguro de salud) que desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes republicanos desean suprimir. Tump ha prometido no tocar a estos avances sociales, bajar el precio de los medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los « sin techo », reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.

5) Contra la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar significativamente los impuestos de los corredores de hedge funds que ganan fortunas, y apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall. Aprobada en 1933, en plena Depresión, esta ley separó la banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector financiero se opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.

6) En política internacional, Trump quiere establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la Organización Estado islámico (ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú.

7) Trump estima que con su enorme deuda soberana, los Estados Unidos ya no disponen de los recursos necesarios para conducir una politica extranjera intervencionista indiscriminada. Ya no pueden imponen la paz a cualquier precio. En contradiction con varios caciques de su partido, y como consecuencia lógica del final de la guerra fría, quiere cambiar la OTAN : « No habrá nunca más garantía de una protección automática de los Estados Unidos para los países de la OTAN. »

Todas estas propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables, odiosas y a veces nauseabundas declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y platillo por los grandes medios dominantes. Pero sí explican mejor el por qué de su éxito.

En 1980, la inesperada victoria de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos había hecho entrar el planeta en un Ciclo de cuarenta años de neoliberalismo y de globalización financiera. La victoria hoy de Donald Trump puede hacernos entrar en un nuevo Ciclo geopolítico cuya peligrosa característica ideológica principal –que vemos surgir por todas partes y en particular en Francia con Marine Le Pen – es el ‘autoritarismo identitario’. Un mundo se derrumba pues, y da vértigo.

[Visto en: https://desinformemonos.org/las-7-propuestas-donald-trump-los-grandes-medios-censuraron-explican-victoria/]

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Si el artículo anterior le pareció razonablemente explicativo y preocupante, le invito a compartir con nosotros la lectura de LA GRAN TRANSFORMACIÓN de Karl Polanyi, una obra de 1944 que explica nítidamente los peligros contra la democracia y la libertad a que nos empuja el neoliberalismo: entre ellos, una respuesta social ciega que alimente formas inéditas de dictadura o autoritarismo.

SEMINARIOS DE LECTURA

Seminario de Lectura de POLANYI – LA GRAN TRANSFORMACION

Trabajo garantizado + Renta Básica + Reparto de trabajo.

Las tres caras de la misma moneda: las condiciones individuales para la emancipación de la clase trabajadora.

¿Las condiciones sociales?: muchas, pero muy sencillas. Eliminación del fraude fiscal, progresividad fiscal hasta límite confiscatorio (ingresos individuales máximos) igualando la renta de las empresas a la de las personas físicas, penalización impositiva a la economía especulativa, sacar del mercado los bienes estratégicos y de subsistencia que ponen en peligro la soberanía alimentaria, energética y tecnológica (energía, agua, minería, tierras de cultivo, alimentación, vivienda) incluidos sanidad, pensiones, educación y justicia. Y lógicamente, la investigación, a través de las universidades, pública y al servicio de la sociedad.

Y República, claro, república, federación territorial y municipalismo, qué tontería. Igualdad formal, salvo discriminación positiva que compense el desigual acceso a los recursos provocado por la desigualdad material. Imperio de la Ley, separación de poderes y libertad de información. Qué burgués y caduco suena todo, sin duda, ¡pero qué bajo hemos caído!

¿Se quiere? Se puede.

Ahhhh ¿Que todo o parte de «eso» puede ser «incompatible» con el «euro»…? Vaya. Pues el «euro» se lo tendrá que hacer mirar, es decir, si quiere estar al servicio de las personas o de su explotación. Esto y no aquello, es lo incompatible.

Solo nos queda saber si somos de «izquierdas» o de «derechas», de forma consecuente y sin vergüenza. Para todo lo demás, trabajo y pedagogía.

 

Valencia, 25 de abril de 2015

(https://www.facebook.com/yacumino/posts/10205443336176737)

Confluencia: tic-tac-tic-tac .

Sobre el poder, y la confluencia de la izquierda española.

Por Jorge Negro Asensio (publicado en Rebelión, 13 de marzo de 2015)

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196460&titular=confluencia:-tic-tac-tic-tac-

 

La izquierda nunca ha sido belicista. Porque no es competitiva, no es egoísta, no es excluyente. Porque no quiere el bien solo para si, sino para elevar sin distinción la dignidad de todos los seres humanos. Incluso la de aquellos que puedan no compartir esa visión de la vida. Quien es de izquierda no puede ser feliz con la miseria a su alrededor, aunque él mismo no la sufra.

Pero la derecha si puede, y vaya si puede: va en su ADN. El «homo homini lupus» y el «Principio de Razón Suficiente» operan como axiomas, inapelables, desde los que explicar y justificar todo lo que hay, por qué lo hay y por qué no puede ser -ni se permitirá que sea- de otra manera. Realmente, son dos argumentos muy básicos, pero no hace falta más: con esos dos axiomas los defensores del statu quo pueden no escatimar -ni escatimaron, ni escatimarán- recursos ni muertos, pues ambos los ponen siempre los mismos: los miserables, la sal de la tierra. “Ese es el mundo que hay”. “Nadie dijo que fuera justo”, ni que tuviera que serlo.

Así, en resumidas cuentas, unos no queremos la violencia porque nos resulta indigna; y otros no la quieren porque es costosa. Podría parecer que se trata de posiciones cercanas, pero bien vistas son incompatibles: de “caro” a “indigno” hay una asimetría fundamental, donde “caro” es algo cuya conveniencia se puede ponderar, e “indigno” es un término absoluto en el que no cabe matiz. Son planteamientos excluyentes. Entre sus defensores no hay nada que negociar.

Por tanto, la aparición de la violencia está garantizada. Unos la usarán creyéndose debidamente justificados; otros, espantados, se abstendrán incluso de la propia defensa, ejerciendo de sparrings hasta caer abatidos. En general podría decirse que no se trata siquiera de una cuestión moral, sino más bien constitutiva y posicional -genética, educacional, cultural… ¡tántas cosas nos constituyen!-. Hay quien siente vergüenza, y hay quien es un desvergonzado; sádico, masoquista; manipulador, ingenuo; egoísta, generoso ¿se pueden “educar” estas posiciones? Algunas, quizás ¿Y reeducar? Habrá que verlo. En todo caso, probablemente la empatía o la amoralidad no se elijan. ¿El cargo público hace sinvergüenza al político, o el cargo solo pone de manifiesto el sinvergüenza que ya era? ¿Se elige pegar a un estudiante o a un anciano desarmados en la calle; o la impunidad que da el anonimato del casco y las reglas del juego hace que se manifieste lo más despreciable de ti mismo?

En la lucha por la vida, el sitio en el que el azar nos pone saca brillo a lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Pero el olmo, como todo el mundo sabe, no da peras. Por lo que, independientemente del libreto y papel que nos haya tocado en el teatro del mundo, cada uno solo podrá comportarse como lo que es. Si por un casual tocó al zorro cuidar gallinas y al imbécil el papel de rey, ya tenemos garantizado el esperpento y el espectáculo no puede fallar.

En la lucha de clases -esa que muchos dicen que no existe- ocurre lo mismo. Una clase trata de obtener su subsistencia a partir del salario que la otra le permite ganar. La segunda vive a costa de la primera, controlando el acceso a los recursos naturales, a fin de que el populacho no se crezca en demasía. Si se puede, se hará sin violencia. Pero, si hay que usarla, se la usará. Porque lo que está en juego no es otra cosa que la supervivencia de clase, la posición en la “pirámide alimenticia”. Y como decían nuestras madres, “con la comida no se juega”. El poder, en la selva igual que en sociedad, solo se dirime por la fuerza.

Por tanto, si en última instancia el poder viene a depender del azar y de la fuerza (por mucho que queramos dorarlo de “derecho”) el asunto tiene mala solución. Estando en juego intereses de clase vitales y contrapuestos, solo resolubles por medio de una inteligencia y una voluntad que pueden no acompañar a una o a ninguna de las partes, y sin árbitro que dirima el litigio, … la cosa puede acabar en violencia. Y parafraseando a Murphy, si algo puede acabar mal, lo hará. Una de las partes ganará, lo llamará “justicia y restitución”, la otra perderá, y lo llamará “injusticia y expolio”… Con ello todo vuelta a empezar, sin haber aprendido nada: lo que por la fuerza se gana, por la fuerza se pierde. Ganar no es convencer, una victoria no es un contrato, y nadie sensato debería dormir tranquilo sobre lo obtenido por la mera fuerza.

Por eso, quizás, nadie -o casi nadie- quiere la violencia. Pero para evitarla no basta solo con desearlo: no hay acuerdo cuando una de las partes no quiere.

Si de verdad se desea evitar la violencia, entre partes con intereses contradictorios (dígase por ejemplo, sociedad de mercado, sociedad de castas, aristocracias hereditarias, religiones excluyentes, etnias irreconciliables, clases sociales capitalistas, etc.) ambas partes deben vivir y convivir en un mutuo y sagrado convencimiento: levantarse de la mesa de negociación sin un acuerdo mutuamente satisfactorio puede ser fatal para todos. Fuera del mutuo y libre acuerdo “toda” convivencia y paz es inviable. Y una vez desatada la violencia solo gana la fuerza. A partir de allí, cualquier victoria no solo es pírrica y efímera, sino que además depende de azares por definición completamente fuera de control.

El aspirante a tirano de turno (politicastro, pequeño estafador, ladrón, espabilado, mandamás, jefezuelo, dictador o potencia ocupante) debe vivir en el pleno convencimiento, en la certeza absoluta de que, pasado cierto límite tolerable de abuso o explotación, se le responderá con toda la contundencia que sea necesaria -incluso la violencia, si, aunque duela y repugne decirlo e incluso pensarlo-. Para él no es nada personal, es solo una cuestión de negocios, por lo que optará por la estrategia que reporte mayores, más rápidos o más seguros beneficios.

Para evitar la violencia, todo violento, descerebrado, perversillo o psicópata en potencia, debe tener claro que no saldrá impune, que no habrá tolerancia ni perdón ni compasión ni prescripción para con él; que siempre tendrá más que perder que ganar. Que toda victoria será pasajera,y que no podrá ocultarse ni huir y será perseguido allí donde vaya hasta el fin de sus días. Será un muerto civil, un muerto en vida.

Para eso, y para evitar una guerra civil, aceptamos que el Estado detentase el monopolio de la violencia legítima. Pero no sin condiciones. Ni siquiera en un absolutista como Hobbes.

Por eso, resulta especialmente dramático constatar una y otra vez cómo esa violencia legítima ha sido secuestrada y pervertida impunemente por los mismos delincuentes de quienes nos tenía que proteger. Y que de resultas de ello, una vez prostituidas las instituciones del Estado no haya más “violencia legítima” que la que gana, la que tiene el poder fáctico.

¡Vaya barbaridad!… Juntar en una misma frase “violencia”, “legítimidad” y “poder fáctico” es algo más que confuso: es un completo oximorón. Y es ofensivo para cualquier inteligencia: si solo es legítima la violencia que gana, ¿para qué nos hace falta el derecho?

Cuidado con la respuesta.

Asunto feo y difícil para la izquierda, para la gente de bien, para la gente decente, para los que simplemente queremos vivir y prosperar en paz, ganando el pan haciendo el bien, sin robarlo a nadie. Un asunto difícil, porque estamos obligados a jugar un juego en el que no elegimos ni el terreno ni las reglas: ambos son decididos por el enemigo, por los listillos, los psicópatas, los perversos, por los que van a medrar con la explotación ajena, con el sufrimiento del prójimo, con la vida de nuestros hijos, vendida al peso en el mercado internacional de carne humana.

Por eso, cuidado con la respuesta, porque -recordemos- las víctimas siempre las ponemos nosotros.

Si queremos evitar la violencia, tendremos que ser capaces de dar a luz un poder tan real, tan grande y tan omnipresente que como mínimo equilibre el terreno de juego, y en el que el enemigo sepa que está arriesgando a perderlo todo en una sola jugada.

¿Que ese poder se constituye para recomponer el consenso socialdemócrata de postguerra? Ya lo dijo Salustio: la mayoría no quiere ser libre sino tener un amo justo. Bienvenido sea. A mi me vale. (Mientras el amo sepa que no ser justo puede salirle -y le saldrá- caro).

¿Qué ese poder decide dar un paso más allá y terminar con la estructura de poder y de producción que nos somete a desigualdades estructurales, agotamiento del ecosistema, permanentes crisis, intrigas y peligros de golpes de estado abiertos o encubiertos? Bienvenido sea un nuevo Contrato Social. A mi me vale.

Sea lo que sea, será lo que tenga que ser. Pero lo que sea, que lo sea libremente y decidido por nosotros, no impuesto ni colado por la puerta de atrás.

Y eso no se hace hablando solo de confluencia. Ni deseándola. Se hace ejerciendo el poder, la ciudadanía, unificadamente, con un proyecto común, desde la diversidad individual, partidaria e ideológica, desde todos los rincones de la sociedad y el Estado, desde la sociedad civil erigida orgánicamente en pueblo.

Confundir imaginación con realidad, posibilidad con probabilidad, deseo con poder, es resignarnos a seguir siendo meros objetos inertes al vaivén de las fuerzas ocultas del enemigo, que nos arrastran a su antojo y conveniencia. Es condenarnos a la inevitabilidad de un gigantesco campo de concentración nazi, a un Matrix a escala global, con una masa ingente y creciente de lumpenproletariado ejerciendo de esbirros de un tirano difuso por un mendrugo de pan algo mayor que el que arrojan al resto.

Quedan quince o veinte días para ganar o fracasar, aunque parece que muy poca gente haya tomado conciencia de ello, y algunos se permitan seguir jugando a politiquillos de patio de colegio, con sus pequeñas intrigas y miserias palaciegas, como si viviéramos en un paraiso y la vida fuera eterna. Pero no habrá premio de consolación para el perdedor, ni segunda oportunidad. Si fracasamos en las municipales, lo siguiente con toda probabilidad será una debacle general. Nuestros hijos ya podrán ir pidiendo doble nacionalidad o permisos de trabajo allí donde quieran aceptarles como mano de obra barata.

Sinceramente, no se si -como pueblo- estamos a la altura del desafío; ni se si nuestros líderes y dirigentes lo están. Pero pronto lo veremos. Demasiado pronto.

Tic-Tac-Tic-Tac … Un reloj que lamentablemente no cuenta para el enemigo (como piensa el inventor de la expresión). Para el enemigo el tiempo está detenido, y le va muy bien que siga asi. El tiempo, solo corre para nosotros y corre en contra nuestra.

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Jorge Negro Asensio (Valencia, 8 de marzo de 2015)

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http://www.safecreative.org/work/1503083423388-jorge-negro-confluencia-tic-tac-8-3-15

Del relativismo, y del significado político de la abstención electoral y de los votos blancos y nulos

En Galicia, en números gordos, la politica del gobierno de España ha sido refrendada por 2 millones de votantes sobre un total de 2,3 millones de ciudadanos con derecho a voto:

– 50.000 despistados varios, Vargas Llosa and friends.
– 650.000 votantes del PP (con fervor)
– 300.000 votantes del PSOE (con la boca chica)
– 900.000 abstentistas y blanqueros (escondiendo la mano)

Lo inconcebible del resultado sugiere que, al menos, la cosa es para detenerse a pensar. Y, aunque hay una primera conclusión de marcado carácter egocéntrico que consiste en que «aquí hay mucho trabajo que hacer» (porque, indudablemente, aunque las víctimas de toda esta contrarreforma «son mayoría»… parece que no tod@s -ni mucho menos- lo tienen claro); habría una segunda, que empieza a ser perturbadora y sobre la que llama la atención mi buen amigo Nacho, hombre con un sentido de la realidad aplastante, como todo buen ingeniero, que dice así: ¿el mundo es tal como lo percibimos, o vivimos en una burbuja autocomplaciente, rodeados de quienes piensan como nosotros, retroalimentando un modelo de interpretación completamente ajeno a la realidad, al menos en el aspecto político? (1).

Pues no, querido Nacho, el mundo es el que es, y podremos entenderlo mejor o peor pero no lo inventamos. Lo que nos lleva a confusión, es que mientras el mundo de la naturaleza nos es dado y en cierta medida solo nos cabe entenderlo como algo exterior a nosotros, el mundo social es algo de lo que formamos parte y de lo que no podemos desligarnos, ni siquiera como supuesto metodologico, ya que se construye a la par que lo vivimos, con nuestra vida, nuestros deseos y nuestro mismo estudio. Pero esta imposibilidad de congelar la realidad y desvincular sujeto de objeto, no invalida nuestras observaciones, sino que simplemente las suaviza haciéndonos conscientes de que es posible que haya, y seguro que hay, otras explicaciones que ayuden a dar cuenta de la realidad o lo hagan incluso mejor que la nuestra. Pero una cosa es segura: no podrán ser radicalmente opuestas, porque la realidad solo es una, y sea cual sea ella y nuestro punto de vista del poliedro, en tanto que fundamentado, la nuestra puede ser una perspectiva mejor o peor de esa realidad… pero no un invento.

 

Dicho lo cual,

¿Qué significado político se le puede dar a ese casi millón de personas que no votaron?

En las circunstancias actuales y tan graves, quien calla otorga, y no me extraña que el presidente de Gobierno se ufane tanto de esa «mayoría silenciosa» que no se manifiesta… ni en las calles ni en las urnas. Esos, y no otros, son los verdaderos votantes del PP: son el voto conservador, el voto del «me da igual», el «a mi la política no me interesa», «todos son iguales», «la caridad empieza por casa», «de mi no se ocupa nadie». Incluso, hay algunos despistados que creen estar haciendo con su abstención o voto en blanco una opción radical: dicen ser de izquierda, se piensan y sienten como de izquierda… pero en su voto -ausente- son como los de derecha de toda la vida, votando por omisión la opción conservadora. Son de derechas, solo que no lo saben. De esos hay muchos. Los otros, un 24%, son solo la minoría de exaltados ultramontanos, que junto a los pobres que tienen ínfulas de empresario capitalista, van apretados como una piña a todos lados, tanto sea a votar al señorito del que medran -o del que creen que medran- como a ver al Papa.Y no vale decir que no hay alternativas. Ese rollito de «no hay derechas ni izquierdas» sino solo «los de arriba y los de abajo» está muy bien como ejercicio sinóptico escolar, pero «los de abajo» lamentablemente se pueden dividir en dos: los de derecha por acto o por omisión (la derecha psicológica, aquellos que no tienen conciencia de clase y votan a sus amos, junto con los abstentistas que lo consienten) y los de izquierda (que son los que tienen conciencia de clase). No hay mejor escenario para la derecha real (para los de arriba) que el convencimiento casi autocomplaciente de que no hay alternativas, y de que todos son iguales. Por que entonces, ¿para qué hacer nada? Mejor cada uno a lo suyo. Esa es la derecha. Alternativas hay, muchas, y algunas muy decentes, sin necesidad de caer en la ingenuidad de aceptar y creer que todo el que dice ser de izquierda, solo por usar el rótulo, lo es, como el PSOE (tan de izquierdas como Obiang es «demócrata» o un Jomeini «republicano»).  Un rótulo no dice lo que somos, no se refiere a nosotros sino a los demás, en quienes crea expectativas. Ya está bien de decir y de aguantar que se digan tonterías mientras hacen su fiesta Cospedales y Esperanzas y permitimos por acto o por omisión que destruyan ante nuestros ojos en meses lo que costó decenios y millones de muertos construir.

Si no queremos que se consolide la miseria y la degradación de los derechos civiles, sociales y políticos, y tampoco queremos acabar en una guerra civil, la única salida está en la manifestación en las calles y en las urnas. Eso, mientras haya calles públicas y haya urnas, que al paso que vamos todo se andará.

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(1) Nota relativista:

Esta segunda cuestión puede verse desde dos puntos de vista:

– Desde un «escepticismo ingenuo», sosteniendo que si dudamos de nuestras percepciones también podemos dudar de la duda misma y seguir asi ad infinitum, y por tanto concluir que más vale suicidarse ya que ni siquiera sabemos si estamos vivos o somos meros sueños que se sueñan a si mismo (mera sofística demostrada en que ninguno de sus seguidores lo hace, probando groseramente la falta de sinceridad de la propuesta); o

– desde un» escepticismo metodologico» (metódico, diría Descartes), purificador, propedéutico, entendido como un sano ejercicio intelectual que nos previene y ayuda contra el peligro del propio dogmatismo y de caer en afirmaciones sin fundamento. Sin fundamento no quiere decir aqui indubitable, sino simple y humildemente sin argumento, que es lo que distingue la mera creencia del conocimiento. Quien tiene un conocimiento es capaz de dar razones de sus afirmaciones, justificándolas en mayor o menor medida, Quien tiene una creencia, no. Lógicamente esa fundamentación tampoco puede retroceder ad infinitum sino que debe necesariamente detenerse en una serie de principios más o menos universalmente compartidos y susceptibles de crítica racional. Cuanto mayor sea el grupo que comparte esos principios, más poderoso y operativo y vinculante será ese conocimiento. La creencia, que parece hacer lo mismo, se detiene en cambio en un primer escalón de fundamentación, generalmente de autoridad, revelación o gusto, negándose a someter la justificación a crítica racional con lo que impide la ampliación del grupo inicial a otros grupos que desconozcan esa autoridad o gusto local. Esa es la razón por la que el conocimiento es vehículo de unión a la par que cuestiona la autoridad, en tanto que la creencia lo es de división y enfrentamiento, mientras fortalece la autoridad. Esa es la razón profunda, y no otra, por la que las dictaduras detestan tan abiertamente el conocimiento y promueven tan generosamente la creencia, cosa que consiguen con toda facilidad dado que el conocimiento implica humildad, autocrítica y trabajo, en tanto que la creencia solo soberbia, autocomplacencia y sumisión.

Pues bien, dicho todo esto, querido Nacho, es bueno someter a crítica nuestra visión de la realidad, sobre todo de la realidad social -siempre tan escurridiza y cambiante-, pero no por ello podemos ponernos en pie de igualdad con quienes sustentan otras visiones basadas en la mera creencia o en la propaganda interesada, y acto seguido suponer -y menos creer- que somos solo locos que desvarían sobre una realidad inventada. Nuestro afirmaciones, mejores o peores, incluso susceptible de ser erróneas o perfectibles en todo o en parte, tiene un fundamento y nuestro esfuerzo en conseguirlo y mejorarlo es sincero. Eso es lo que las hace conocimiento y las libera de toda comparación con las creencias o la mera ideología. No solo son susceptibles de critica racional y de ser sometidas a prueba con la realidad siempre que sea posible, sino que además lo procuramos y agradecemos.