Confluencia: tic-tac-tic-tac .

Sobre el poder, y la confluencia de la izquierda española.

Por Jorge Negro Asensio (publicado en Rebelión, 13 de marzo de 2015)

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196460&titular=confluencia:-tic-tac-tic-tac-

 

La izquierda nunca ha sido belicista. Porque no es competitiva, no es egoísta, no es excluyente. Porque no quiere el bien solo para si, sino para elevar sin distinción la dignidad de todos los seres humanos. Incluso la de aquellos que puedan no compartir esa visión de la vida. Quien es de izquierda no puede ser feliz con la miseria a su alrededor, aunque él mismo no la sufra.

Pero la derecha si puede, y vaya si puede: va en su ADN. El «homo homini lupus» y el «Principio de Razón Suficiente» operan como axiomas, inapelables, desde los que explicar y justificar todo lo que hay, por qué lo hay y por qué no puede ser -ni se permitirá que sea- de otra manera. Realmente, son dos argumentos muy básicos, pero no hace falta más: con esos dos axiomas los defensores del statu quo pueden no escatimar -ni escatimaron, ni escatimarán- recursos ni muertos, pues ambos los ponen siempre los mismos: los miserables, la sal de la tierra. “Ese es el mundo que hay”. “Nadie dijo que fuera justo”, ni que tuviera que serlo.

Así, en resumidas cuentas, unos no queremos la violencia porque nos resulta indigna; y otros no la quieren porque es costosa. Podría parecer que se trata de posiciones cercanas, pero bien vistas son incompatibles: de “caro” a “indigno” hay una asimetría fundamental, donde “caro” es algo cuya conveniencia se puede ponderar, e “indigno” es un término absoluto en el que no cabe matiz. Son planteamientos excluyentes. Entre sus defensores no hay nada que negociar.

Por tanto, la aparición de la violencia está garantizada. Unos la usarán creyéndose debidamente justificados; otros, espantados, se abstendrán incluso de la propia defensa, ejerciendo de sparrings hasta caer abatidos. En general podría decirse que no se trata siquiera de una cuestión moral, sino más bien constitutiva y posicional -genética, educacional, cultural… ¡tántas cosas nos constituyen!-. Hay quien siente vergüenza, y hay quien es un desvergonzado; sádico, masoquista; manipulador, ingenuo; egoísta, generoso ¿se pueden “educar” estas posiciones? Algunas, quizás ¿Y reeducar? Habrá que verlo. En todo caso, probablemente la empatía o la amoralidad no se elijan. ¿El cargo público hace sinvergüenza al político, o el cargo solo pone de manifiesto el sinvergüenza que ya era? ¿Se elige pegar a un estudiante o a un anciano desarmados en la calle; o la impunidad que da el anonimato del casco y las reglas del juego hace que se manifieste lo más despreciable de ti mismo?

En la lucha por la vida, el sitio en el que el azar nos pone saca brillo a lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Pero el olmo, como todo el mundo sabe, no da peras. Por lo que, independientemente del libreto y papel que nos haya tocado en el teatro del mundo, cada uno solo podrá comportarse como lo que es. Si por un casual tocó al zorro cuidar gallinas y al imbécil el papel de rey, ya tenemos garantizado el esperpento y el espectáculo no puede fallar.

En la lucha de clases -esa que muchos dicen que no existe- ocurre lo mismo. Una clase trata de obtener su subsistencia a partir del salario que la otra le permite ganar. La segunda vive a costa de la primera, controlando el acceso a los recursos naturales, a fin de que el populacho no se crezca en demasía. Si se puede, se hará sin violencia. Pero, si hay que usarla, se la usará. Porque lo que está en juego no es otra cosa que la supervivencia de clase, la posición en la “pirámide alimenticia”. Y como decían nuestras madres, “con la comida no se juega”. El poder, en la selva igual que en sociedad, solo se dirime por la fuerza.

Por tanto, si en última instancia el poder viene a depender del azar y de la fuerza (por mucho que queramos dorarlo de “derecho”) el asunto tiene mala solución. Estando en juego intereses de clase vitales y contrapuestos, solo resolubles por medio de una inteligencia y una voluntad que pueden no acompañar a una o a ninguna de las partes, y sin árbitro que dirima el litigio, … la cosa puede acabar en violencia. Y parafraseando a Murphy, si algo puede acabar mal, lo hará. Una de las partes ganará, lo llamará “justicia y restitución”, la otra perderá, y lo llamará “injusticia y expolio”… Con ello todo vuelta a empezar, sin haber aprendido nada: lo que por la fuerza se gana, por la fuerza se pierde. Ganar no es convencer, una victoria no es un contrato, y nadie sensato debería dormir tranquilo sobre lo obtenido por la mera fuerza.

Por eso, quizás, nadie -o casi nadie- quiere la violencia. Pero para evitarla no basta solo con desearlo: no hay acuerdo cuando una de las partes no quiere.

Si de verdad se desea evitar la violencia, entre partes con intereses contradictorios (dígase por ejemplo, sociedad de mercado, sociedad de castas, aristocracias hereditarias, religiones excluyentes, etnias irreconciliables, clases sociales capitalistas, etc.) ambas partes deben vivir y convivir en un mutuo y sagrado convencimiento: levantarse de la mesa de negociación sin un acuerdo mutuamente satisfactorio puede ser fatal para todos. Fuera del mutuo y libre acuerdo “toda” convivencia y paz es inviable. Y una vez desatada la violencia solo gana la fuerza. A partir de allí, cualquier victoria no solo es pírrica y efímera, sino que además depende de azares por definición completamente fuera de control.

El aspirante a tirano de turno (politicastro, pequeño estafador, ladrón, espabilado, mandamás, jefezuelo, dictador o potencia ocupante) debe vivir en el pleno convencimiento, en la certeza absoluta de que, pasado cierto límite tolerable de abuso o explotación, se le responderá con toda la contundencia que sea necesaria -incluso la violencia, si, aunque duela y repugne decirlo e incluso pensarlo-. Para él no es nada personal, es solo una cuestión de negocios, por lo que optará por la estrategia que reporte mayores, más rápidos o más seguros beneficios.

Para evitar la violencia, todo violento, descerebrado, perversillo o psicópata en potencia, debe tener claro que no saldrá impune, que no habrá tolerancia ni perdón ni compasión ni prescripción para con él; que siempre tendrá más que perder que ganar. Que toda victoria será pasajera,y que no podrá ocultarse ni huir y será perseguido allí donde vaya hasta el fin de sus días. Será un muerto civil, un muerto en vida.

Para eso, y para evitar una guerra civil, aceptamos que el Estado detentase el monopolio de la violencia legítima. Pero no sin condiciones. Ni siquiera en un absolutista como Hobbes.

Por eso, resulta especialmente dramático constatar una y otra vez cómo esa violencia legítima ha sido secuestrada y pervertida impunemente por los mismos delincuentes de quienes nos tenía que proteger. Y que de resultas de ello, una vez prostituidas las instituciones del Estado no haya más “violencia legítima” que la que gana, la que tiene el poder fáctico.

¡Vaya barbaridad!… Juntar en una misma frase “violencia”, “legítimidad” y “poder fáctico” es algo más que confuso: es un completo oximorón. Y es ofensivo para cualquier inteligencia: si solo es legítima la violencia que gana, ¿para qué nos hace falta el derecho?

Cuidado con la respuesta.

Asunto feo y difícil para la izquierda, para la gente de bien, para la gente decente, para los que simplemente queremos vivir y prosperar en paz, ganando el pan haciendo el bien, sin robarlo a nadie. Un asunto difícil, porque estamos obligados a jugar un juego en el que no elegimos ni el terreno ni las reglas: ambos son decididos por el enemigo, por los listillos, los psicópatas, los perversos, por los que van a medrar con la explotación ajena, con el sufrimiento del prójimo, con la vida de nuestros hijos, vendida al peso en el mercado internacional de carne humana.

Por eso, cuidado con la respuesta, porque -recordemos- las víctimas siempre las ponemos nosotros.

Si queremos evitar la violencia, tendremos que ser capaces de dar a luz un poder tan real, tan grande y tan omnipresente que como mínimo equilibre el terreno de juego, y en el que el enemigo sepa que está arriesgando a perderlo todo en una sola jugada.

¿Que ese poder se constituye para recomponer el consenso socialdemócrata de postguerra? Ya lo dijo Salustio: la mayoría no quiere ser libre sino tener un amo justo. Bienvenido sea. A mi me vale. (Mientras el amo sepa que no ser justo puede salirle -y le saldrá- caro).

¿Qué ese poder decide dar un paso más allá y terminar con la estructura de poder y de producción que nos somete a desigualdades estructurales, agotamiento del ecosistema, permanentes crisis, intrigas y peligros de golpes de estado abiertos o encubiertos? Bienvenido sea un nuevo Contrato Social. A mi me vale.

Sea lo que sea, será lo que tenga que ser. Pero lo que sea, que lo sea libremente y decidido por nosotros, no impuesto ni colado por la puerta de atrás.

Y eso no se hace hablando solo de confluencia. Ni deseándola. Se hace ejerciendo el poder, la ciudadanía, unificadamente, con un proyecto común, desde la diversidad individual, partidaria e ideológica, desde todos los rincones de la sociedad y el Estado, desde la sociedad civil erigida orgánicamente en pueblo.

Confundir imaginación con realidad, posibilidad con probabilidad, deseo con poder, es resignarnos a seguir siendo meros objetos inertes al vaivén de las fuerzas ocultas del enemigo, que nos arrastran a su antojo y conveniencia. Es condenarnos a la inevitabilidad de un gigantesco campo de concentración nazi, a un Matrix a escala global, con una masa ingente y creciente de lumpenproletariado ejerciendo de esbirros de un tirano difuso por un mendrugo de pan algo mayor que el que arrojan al resto.

Quedan quince o veinte días para ganar o fracasar, aunque parece que muy poca gente haya tomado conciencia de ello, y algunos se permitan seguir jugando a politiquillos de patio de colegio, con sus pequeñas intrigas y miserias palaciegas, como si viviéramos en un paraiso y la vida fuera eterna. Pero no habrá premio de consolación para el perdedor, ni segunda oportunidad. Si fracasamos en las municipales, lo siguiente con toda probabilidad será una debacle general. Nuestros hijos ya podrán ir pidiendo doble nacionalidad o permisos de trabajo allí donde quieran aceptarles como mano de obra barata.

Sinceramente, no se si -como pueblo- estamos a la altura del desafío; ni se si nuestros líderes y dirigentes lo están. Pero pronto lo veremos. Demasiado pronto.

Tic-Tac-Tic-Tac … Un reloj que lamentablemente no cuenta para el enemigo (como piensa el inventor de la expresión). Para el enemigo el tiempo está detenido, y le va muy bien que siga asi. El tiempo, solo corre para nosotros y corre en contra nuestra.

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Jorge Negro Asensio (Valencia, 8 de marzo de 2015)

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http://www.safecreative.org/work/1503083423388-jorge-negro-confluencia-tic-tac-8-3-15

SEMINARIO DE LECTURA de EL CAPITAL de MARX (tomo I). En VALENCIA.

  • Lugar: Fundación de Estudios e Iniciativas Sociolaborales (FEIS) c/Serranos, 13 (46003 Valencia).
  • Duración: 80-120 horas (40-60 sesiones)
  • Fecha de Inicio: Jueves 30 de enero de 2014
  • Fecha de finalización: Mayo 2015
  • Periodicidad: Semanal, de 14hs a 16hs (2 h/sesión) (excluyendo festivos y vacaciones).
  • Inscripción: escribir a jnegroasensio@gmail.com indicando: nombre y apellidos, edad y formación/profesión (por las características de la actividad las plazas son limitadas, por lo que se ruega un compromiso firme, mantenido hasta el final)

Página en Facebook: SEMINARIO DE LECTURA de EL CAPITAL de MARX (tomo I). En VALENCIA. 

 

ESTRUCTURA Y CONTENIDO:

Modulo 1: Mercancía, dinero.
Duración 15 semanas (30/1 – 29/5).
Contenidos: Capítulos 00 a 04.

Módulo 2: Plusvalía, plusvalor absoluto y relativo. Salario.
Duración: 13 semanas (05/6 – 25/9).
Contenidos: Capítulos 05 a 20.

Módulo 3: El proceso de acumulación del capital. Acumulación originaria. Colonización.
Duración 12 semanas (02/10 – 18/12).
Contenidos: Capítulos 21 a 25.

 

OBJETIVOS:

Principal: Realizar una lectura completa de El Capital, llana, no erudita, literal, con el fin de entenderlo con la mayor profundidad que nos sea posible (sin sectarismo ni prejuicios de ningún tipo, ni a favor ni en contra) y reflexionar y discutir sobre su vigencia.

Secundarios:

  • Esbozar una visión general del marco histórico y filosófico en el que tiene lugar la publicación de El Capital y el escenario que describe (el fin del Antiguo Régimen, la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, el capitalismo industrial nacional, los períodos revolucionarios del siglo XIX, el liberalismo, el liberalismo doctrinario, los socialismos, el movimiento obrero).
  • Esbozar la evolución histórica posterior hasta nuestros días y tratar de entender el hilo conductor que nos trae desde entonces hasta hoy (el imperialismo, el comunismo, la revolución bolchevique, los fascismos, la Primera y Segunda Guerra Mundial, la descolonización, la caída del Muro de Berlín, la globalización, el capitalismo financiero globalizado…).
  • Todo clásico lo es por su capacidad para provocar múltiples relecturas: qué es lo que nos dice El Capital, 150 años después de su publicación.

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DESARROLLO:

El seminario consistirá en reuniones semanales de dos horas, moderadas por mi, en las que se irá leyendo y discutiendo, progresivamente y sin prisa, página a página, la totalidad de la obra hasta completarla. Nos detendremos cuantas veces sea necesaria para esclarecer los conceptos clave y procurar que todos alcancemos una comprensión lo más precisa posible de su contenido.

Cuando digo «comprensión precisa» no me refiero a interpretaciones más o menos «acertadas», dogmáticas o economicistas, de uno u otro signo (es decir, «lo que quiso decir» el autor), sino a su contenido literal («lo que dice», sin más). Lo que quiso decir, o lo que diga para nosotros, en un mundo en muchos aspectos radicalmente diferente 150 años después de haber sido escrito, es algo que cada uno deberá reflexionar para si a lo largo del seminario. Si el seminario es exitoso y somos capaces de mantener la participación activa hasta el final (el esfuerzo no será pequeño) esa última interpretación formará parte del debate final, y será la guinda que lo corone. Entretanto, en la medida de lo posible, procuraremos ceñirnos a la interpretación literal, y en todo caso comparando traducciones.

La obra no tiene desperdicio, es profunda y brillante. Y aunque todas sus parte son vitales, pues unos conceptos van construyendo y permitiendo la comprensión de otros, hay secciones que son más literarias (narrativas) que otras, resultando unas relativamente sencillas y atractivas y otras más difíciles y áridas. Por eso, habrá capítulos por los que pasemos con una simple lectura, y otros que requerirán mayor detenimiento (no solo por su estilo, sino por su complejidad, trascendencia, oscuridad de la traducción o simplemente por los debates que generen, que espero que sean muchos y acalorados).

En función del número, actitud, implicación y composición de los asistentes la dinámica podrá tener ligeras variaciones y diverso éxito:

  • Para cada sesión los asistentes deberán traer su propio texto, y ya leído u oído (según necesidad). Los participantes dispondrán desde el comienzo de los archivos pdf y mp3 de la obra completa. Eso nos permitiría una lectura ágil, deteniéndonos solo en lo fundamental y así tener tiempo para resolver dudas, esquematizar la obra y disfrutar de los debates que siempre son tan enriquecedores y nos ayudan a fijar las ideas.
  • Las obras de Galeano (Las venas abiertas de América Latina) y de Villarés-Bahamonde (El mundo contemporáneo. Siglos XIX y XX) por ejemplo, pueden ser importantes para colocar El Capital en su contexto (y a nosotros en el nuestro). La de Galeano es una obra de combate, pero extraordinariamente documentada, por lo que filtrando su vehemencia el contenido es magnífico e iluminador. El libro de los profesores Villarés y Bahamonde, por el contrario, es un manual de historia, pero muy bien escrito y estructurado, de modo que sitúa los hechos y permite tener las referencias adecuadas para interpretar los acontecimientos. Por eso, sería interesante y productivo que, de entre los participantes, algunos (voluntariamente, individualmente o en grupo) prepararan algunas exposiciones para los demás sobre temas puntuales e ilustrativos, como por ejemplo: la estructura de la propiedad de la tierra en la época feudal y su cambio en la modernidad y con la Revolución Industrial, el comercio mundial (esclavos, armas, suntuarios, materias primas), las diferencias entre el feudalismo continental o insular, las diferencias entre la Revolución Industrial continental o insular (o americana), el colonialismo, el origen del capital financiero, las guerras del opio, la colonización de la india, la alfabetización, los socialismos, en fin, otros mil etc. todos apasionantes e importantes y fuertemente relacionados con nosotros y con lo que nos pasa.
  • La actitud de los asistentes deberá ser en todo momento CRITICA. Eso no significa, como comúnmente se cree, que hay que ser crítico respecto de lo que los otros dicen, o de lo que dice el texto… Eso es impertinencia y no crítica. La actitud crítica lo es siempre para con uno mismo. Cuando uno quiere aprender, uno tiene que partir del «supuesto» de que (muy probablemente) una o muchas de nuestras ideas y fundamentos estén equivocados, o simplemente no abarcan la totalidad del problema, ignorando cuestiones importantes. Realmente, más que un supuesto debiera ser un axioma, ya que por definición nuestra visión del mundo siempre es fragmentaria. Todo objeto es poliédrico en muchos sentidos y no nos es posible acceder a todas sus caras, ni mucho menos simultáneamente. Por tanto una actitud crítica consiste en primer lugar en acceder al objeto de estudio con humildad, sabiendo que hay mucho que aprender y que nuestra visión siempre será limitada. Y en segundo lugar requiere aplicar en todo momento el PRINCIPIO DE CARIDAD INTERPRETATIVA, suponiendo que el texto, o nuestro interlocutor, es RACIONAL, y que tras sus palabras hay un SENTIDO que es importante para nosotros, y que queremos desentrañar. Sin el principio de caridad puede haber griterío, pero no una discusión ni mucho menos aprendizaje.
  • Si el tiempo lo permite, podremos invitar a especialistas externos al seminario (algún profesor, por ejemplo) para que nos de una charla sobre temas específicos, siempre ciñéndonos a los objetivos del seminario (El Capital y su contexto económico, histórico, filosófico y político).
  • El número de participantes no debería bajar de 5, ni ser mayor de 20 o 25. Con menos no habría debate, y con más lo transformaríamos en una clase… despersonalizada y aburrida. Para futuras ediciones haremos cuantos grupos sean necesarios, agrupando a los asistentes si es posible por afinidad formativa. El objeto del seminario es descubrir personalmente, cada uno de nosotros, «qué leemos» (y no qué «nos leen») y para ello tenemos que ser pocos (pero suficientes y disímiles) y en cercanía, como amigos, con una ambición común.
  • Esa ambición común debe ser la intelectual, y no otra. El objeto de este seminario NO es de carácter proselitista sino formativo. Por lo que incluso serán de agradecer visiones contrapuestas (siempre por supuesto fundamentadas, estructuradas y respetuosas) en las argumentaciones de los debates, que nos servirán a todos para tener una visión más amplia y libre de los problemas de que tratemos, y para medir y poner a prueba la fuerza de nuestras convicciones y argumentos. El acaloramiento no debería hacernos perder nunca de vista el objetivo y las formas del seminario: aprender (entender) asépticamente lo qué dice el libro y sus argumentos, enriquecerlo con el marco histórico, confrontarlo racionalmente con nuestros conocimientos y valores personales, … y ver si salimos de ese viaje igual que como hemos entrado, cosa que sinceramente dudo que ocurra y con lo que el seminario se podrá dar por concluido exitosamente.

¡Bienvenid@s a tod@s!