Confluencia: tic-tac-tic-tac .

Sobre el poder, y la confluencia de la izquierda española.

Por Jorge Negro Asensio (publicado en Rebelión, 13 de marzo de 2015)

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196460&titular=confluencia:-tic-tac-tic-tac-

 

La izquierda nunca ha sido belicista. Porque no es competitiva, no es egoísta, no es excluyente. Porque no quiere el bien solo para si, sino para elevar sin distinción la dignidad de todos los seres humanos. Incluso la de aquellos que puedan no compartir esa visión de la vida. Quien es de izquierda no puede ser feliz con la miseria a su alrededor, aunque él mismo no la sufra.

Pero la derecha si puede, y vaya si puede: va en su ADN. El «homo homini lupus» y el «Principio de Razón Suficiente» operan como axiomas, inapelables, desde los que explicar y justificar todo lo que hay, por qué lo hay y por qué no puede ser -ni se permitirá que sea- de otra manera. Realmente, son dos argumentos muy básicos, pero no hace falta más: con esos dos axiomas los defensores del statu quo pueden no escatimar -ni escatimaron, ni escatimarán- recursos ni muertos, pues ambos los ponen siempre los mismos: los miserables, la sal de la tierra. “Ese es el mundo que hay”. “Nadie dijo que fuera justo”, ni que tuviera que serlo.

Así, en resumidas cuentas, unos no queremos la violencia porque nos resulta indigna; y otros no la quieren porque es costosa. Podría parecer que se trata de posiciones cercanas, pero bien vistas son incompatibles: de “caro” a “indigno” hay una asimetría fundamental, donde “caro” es algo cuya conveniencia se puede ponderar, e “indigno” es un término absoluto en el que no cabe matiz. Son planteamientos excluyentes. Entre sus defensores no hay nada que negociar.

Por tanto, la aparición de la violencia está garantizada. Unos la usarán creyéndose debidamente justificados; otros, espantados, se abstendrán incluso de la propia defensa, ejerciendo de sparrings hasta caer abatidos. En general podría decirse que no se trata siquiera de una cuestión moral, sino más bien constitutiva y posicional -genética, educacional, cultural… ¡tántas cosas nos constituyen!-. Hay quien siente vergüenza, y hay quien es un desvergonzado; sádico, masoquista; manipulador, ingenuo; egoísta, generoso ¿se pueden “educar” estas posiciones? Algunas, quizás ¿Y reeducar? Habrá que verlo. En todo caso, probablemente la empatía o la amoralidad no se elijan. ¿El cargo público hace sinvergüenza al político, o el cargo solo pone de manifiesto el sinvergüenza que ya era? ¿Se elige pegar a un estudiante o a un anciano desarmados en la calle; o la impunidad que da el anonimato del casco y las reglas del juego hace que se manifieste lo más despreciable de ti mismo?

En la lucha por la vida, el sitio en el que el azar nos pone saca brillo a lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Pero el olmo, como todo el mundo sabe, no da peras. Por lo que, independientemente del libreto y papel que nos haya tocado en el teatro del mundo, cada uno solo podrá comportarse como lo que es. Si por un casual tocó al zorro cuidar gallinas y al imbécil el papel de rey, ya tenemos garantizado el esperpento y el espectáculo no puede fallar.

En la lucha de clases -esa que muchos dicen que no existe- ocurre lo mismo. Una clase trata de obtener su subsistencia a partir del salario que la otra le permite ganar. La segunda vive a costa de la primera, controlando el acceso a los recursos naturales, a fin de que el populacho no se crezca en demasía. Si se puede, se hará sin violencia. Pero, si hay que usarla, se la usará. Porque lo que está en juego no es otra cosa que la supervivencia de clase, la posición en la “pirámide alimenticia”. Y como decían nuestras madres, “con la comida no se juega”. El poder, en la selva igual que en sociedad, solo se dirime por la fuerza.

Por tanto, si en última instancia el poder viene a depender del azar y de la fuerza (por mucho que queramos dorarlo de “derecho”) el asunto tiene mala solución. Estando en juego intereses de clase vitales y contrapuestos, solo resolubles por medio de una inteligencia y una voluntad que pueden no acompañar a una o a ninguna de las partes, y sin árbitro que dirima el litigio, … la cosa puede acabar en violencia. Y parafraseando a Murphy, si algo puede acabar mal, lo hará. Una de las partes ganará, lo llamará “justicia y restitución”, la otra perderá, y lo llamará “injusticia y expolio”… Con ello todo vuelta a empezar, sin haber aprendido nada: lo que por la fuerza se gana, por la fuerza se pierde. Ganar no es convencer, una victoria no es un contrato, y nadie sensato debería dormir tranquilo sobre lo obtenido por la mera fuerza.

Por eso, quizás, nadie -o casi nadie- quiere la violencia. Pero para evitarla no basta solo con desearlo: no hay acuerdo cuando una de las partes no quiere.

Si de verdad se desea evitar la violencia, entre partes con intereses contradictorios (dígase por ejemplo, sociedad de mercado, sociedad de castas, aristocracias hereditarias, religiones excluyentes, etnias irreconciliables, clases sociales capitalistas, etc.) ambas partes deben vivir y convivir en un mutuo y sagrado convencimiento: levantarse de la mesa de negociación sin un acuerdo mutuamente satisfactorio puede ser fatal para todos. Fuera del mutuo y libre acuerdo “toda” convivencia y paz es inviable. Y una vez desatada la violencia solo gana la fuerza. A partir de allí, cualquier victoria no solo es pírrica y efímera, sino que además depende de azares por definición completamente fuera de control.

El aspirante a tirano de turno (politicastro, pequeño estafador, ladrón, espabilado, mandamás, jefezuelo, dictador o potencia ocupante) debe vivir en el pleno convencimiento, en la certeza absoluta de que, pasado cierto límite tolerable de abuso o explotación, se le responderá con toda la contundencia que sea necesaria -incluso la violencia, si, aunque duela y repugne decirlo e incluso pensarlo-. Para él no es nada personal, es solo una cuestión de negocios, por lo que optará por la estrategia que reporte mayores, más rápidos o más seguros beneficios.

Para evitar la violencia, todo violento, descerebrado, perversillo o psicópata en potencia, debe tener claro que no saldrá impune, que no habrá tolerancia ni perdón ni compasión ni prescripción para con él; que siempre tendrá más que perder que ganar. Que toda victoria será pasajera,y que no podrá ocultarse ni huir y será perseguido allí donde vaya hasta el fin de sus días. Será un muerto civil, un muerto en vida.

Para eso, y para evitar una guerra civil, aceptamos que el Estado detentase el monopolio de la violencia legítima. Pero no sin condiciones. Ni siquiera en un absolutista como Hobbes.

Por eso, resulta especialmente dramático constatar una y otra vez cómo esa violencia legítima ha sido secuestrada y pervertida impunemente por los mismos delincuentes de quienes nos tenía que proteger. Y que de resultas de ello, una vez prostituidas las instituciones del Estado no haya más “violencia legítima” que la que gana, la que tiene el poder fáctico.

¡Vaya barbaridad!… Juntar en una misma frase “violencia”, “legítimidad” y “poder fáctico” es algo más que confuso: es un completo oximorón. Y es ofensivo para cualquier inteligencia: si solo es legítima la violencia que gana, ¿para qué nos hace falta el derecho?

Cuidado con la respuesta.

Asunto feo y difícil para la izquierda, para la gente de bien, para la gente decente, para los que simplemente queremos vivir y prosperar en paz, ganando el pan haciendo el bien, sin robarlo a nadie. Un asunto difícil, porque estamos obligados a jugar un juego en el que no elegimos ni el terreno ni las reglas: ambos son decididos por el enemigo, por los listillos, los psicópatas, los perversos, por los que van a medrar con la explotación ajena, con el sufrimiento del prójimo, con la vida de nuestros hijos, vendida al peso en el mercado internacional de carne humana.

Por eso, cuidado con la respuesta, porque -recordemos- las víctimas siempre las ponemos nosotros.

Si queremos evitar la violencia, tendremos que ser capaces de dar a luz un poder tan real, tan grande y tan omnipresente que como mínimo equilibre el terreno de juego, y en el que el enemigo sepa que está arriesgando a perderlo todo en una sola jugada.

¿Que ese poder se constituye para recomponer el consenso socialdemócrata de postguerra? Ya lo dijo Salustio: la mayoría no quiere ser libre sino tener un amo justo. Bienvenido sea. A mi me vale. (Mientras el amo sepa que no ser justo puede salirle -y le saldrá- caro).

¿Qué ese poder decide dar un paso más allá y terminar con la estructura de poder y de producción que nos somete a desigualdades estructurales, agotamiento del ecosistema, permanentes crisis, intrigas y peligros de golpes de estado abiertos o encubiertos? Bienvenido sea un nuevo Contrato Social. A mi me vale.

Sea lo que sea, será lo que tenga que ser. Pero lo que sea, que lo sea libremente y decidido por nosotros, no impuesto ni colado por la puerta de atrás.

Y eso no se hace hablando solo de confluencia. Ni deseándola. Se hace ejerciendo el poder, la ciudadanía, unificadamente, con un proyecto común, desde la diversidad individual, partidaria e ideológica, desde todos los rincones de la sociedad y el Estado, desde la sociedad civil erigida orgánicamente en pueblo.

Confundir imaginación con realidad, posibilidad con probabilidad, deseo con poder, es resignarnos a seguir siendo meros objetos inertes al vaivén de las fuerzas ocultas del enemigo, que nos arrastran a su antojo y conveniencia. Es condenarnos a la inevitabilidad de un gigantesco campo de concentración nazi, a un Matrix a escala global, con una masa ingente y creciente de lumpenproletariado ejerciendo de esbirros de un tirano difuso por un mendrugo de pan algo mayor que el que arrojan al resto.

Quedan quince o veinte días para ganar o fracasar, aunque parece que muy poca gente haya tomado conciencia de ello, y algunos se permitan seguir jugando a politiquillos de patio de colegio, con sus pequeñas intrigas y miserias palaciegas, como si viviéramos en un paraiso y la vida fuera eterna. Pero no habrá premio de consolación para el perdedor, ni segunda oportunidad. Si fracasamos en las municipales, lo siguiente con toda probabilidad será una debacle general. Nuestros hijos ya podrán ir pidiendo doble nacionalidad o permisos de trabajo allí donde quieran aceptarles como mano de obra barata.

Sinceramente, no se si -como pueblo- estamos a la altura del desafío; ni se si nuestros líderes y dirigentes lo están. Pero pronto lo veremos. Demasiado pronto.

Tic-Tac-Tic-Tac … Un reloj que lamentablemente no cuenta para el enemigo (como piensa el inventor de la expresión). Para el enemigo el tiempo está detenido, y le va muy bien que siga asi. El tiempo, solo corre para nosotros y corre en contra nuestra.

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Jorge Negro Asensio (Valencia, 8 de marzo de 2015)

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http://www.safecreative.org/work/1503083423388-jorge-negro-confluencia-tic-tac-8-3-15

De la Reforma del Código Penal: de Hobbes, del poder y de la violencia. Una ley indigna a combatir.

De la Reforma del Código Penal: de Hobbes, del poder y de la violencia. Una ley indigna a combatir.

Ya decía Hobbes, autor preferido de los neocon y de las más variopintas derechas, que la igualdad natural es la condición necesaria del pacto de convivencia por el que se crea el Estado. Pero a no engañarse: la igualdad a la que se refería Hobbes no es la igualdad formal jurídica del liberalismo ilustrado; ni es la de la racionalidad universalmente compartida, ni la de la igualdad material… La igualdad de la que nos habla el gran filósofo es la igualdad en el ejercicio de la mera fuerza bruta y en la capacidad que tenemos todos, de forma absoluta y equitativamente repartida, de ejercer violencia y de ser causa de muerte los unos de los otros.

Esa igualdad natural en la fuerza bruta, relativa solo en cuanto a las diferencias físicas interindividuales, llegará a ser un valor de tanta importancia que Rousseau, por ejemplo, lo utilizará como criterio para determinar cuándo una sociedad ha sobrepasado sus posibilidades de convivencia democrática: toda diferencia de poder ,o concentración del mismo, que vaya más allá de las meras diferencias físicas dables en estado natural, ponen en peligro la convivencia, ya que esta se basa en la libertad de darse a si mismo consensuando con otros las normas, libertad a cuya base se sitúa la más radical igualdad..

¡Qué paradoja que sea la igualdad natural en la violencia, mejor dicho, el miedo al ejercicio arbitrario de la libertad individual -fuente de toda heteronomía, como opresión e imposición del más fuerte- la que permita el paso de la igualdad natural a la igualdad jurídica (que ahora ya no es imposición externa del más fuerte, sino autocorregulación en el consenso)!

Y es que eso, tanto para Hobbes como para Rousseau, era un asunto perfectamente claro. Tan claro, como que era cuestión debatida desde Platón y Aristóteles: en tanto que las diferencias de poder se limiten a las diferencias físicas naturales, los muchos podrán mantener a raya a los pocos psicópatas (egoístas, ambiciosos, ladrones, mentirosos, manipuladores y escoria humana de toda índole) que hay en cualquier sociedad. Pero cuando el poder crece desmedidamente, y se concentra en manos de estos últimos, los muchos pierden toda capacidad de defensa, convertidos en ovejas de matadero … del único matadero, que ahora es propiedad de los psicópatas o de sus asalariados y cómplices.

Por ello, independientemente de la forma de gobierno en la que estemos, cualquiera que haya reflexionado mínimamente al respecto caerá siempre en la misma cuenta: no pueden consentirse desigualdades excesivas, ni concentraciones de poder. Pero no solo eso: en una sociedad altamente compleja como la contemporánea, frente a los sistemáticos intentos de intromisión en la Administración por parte de los partidos políticos y poderes fácticos, debe garantizarse la independencia de la Administración del Estado como garante de los Principio de Legalidad e Imperio de la Ley. La garantía contra los tejemanejes de una excesiva concentración de poder, esa y no otra, es la razón por la que ni los partidos políticos ni las organizaciones profesionales (sindicatos o gremios o patronales) pueden (o no deberían) tener acceso a los órganos de la administración pública, ni a la policía, ni a las fuerzas armadas, ni a los tribunales de justicia. Porque la función de la Administración es garantizar los principios de legalidad y de igualdad ante la ley, independientemente de la ideología política que sea mayoritaria en cada momento histórico. Los partidos tienen, así, su espacio limitado al Congreso y a los medios de difusión. Y los poderes fácticos no tienen cabida en ninguno de ellos, pues bastante tienen con serlo. Y dentro de la Administración del Estado, el Sistema Educativo, especialmente la Educación para la Democracia, como herramienta de formación de electores y elegibles en un sistema democrático, debe ser radicalmente independiente de todo poder (gubernamental, táctico, partidario, religioso, ideológico). La democracia es un sistema formal de convivencia (formal en cuanto a estructura, por oposición al contenido material de las leyes) cuyo fin es producir leyes que regulen las relaciones de convivencia (el contenido material) por mayoría o por consenso, desde el respeto a la minoría, sobre la base de ciudadanos libres en el mayor grado posible, y por tanto suficientemente iguales como para no ver condicionadas sus decisiones a nada más que a su voluntad de autorregulación. Cuando se permite la entrada de los partidos, los poderes tácticos y las ideologías en la Administración, se rompe con el Principio de Legalidad, el Estado de Derecho se cae y la democracia sucumbe. Eso, queridos amigos, se llama España.

En esas condiciones, los elementos institucionales que debieran ser garantes de la legalidad se contaminan y sus resoluciones se vuelven espúreas, cómplices, o simplemente no defienden al ciudadano de la ilegitimdad de las leyes que pudiera dar un Parlamento corrompido y/o un Gobierno corrupto. El Tribunal Constitucional deja de ser garante de la coherencia del edificio normativo; los Tribunales Administrativos esquivan la aplicación estricta de la Ley por la Administración; los Tribunales Penales permiten que los poderosos o sus esbirros se sitúan por encima de la ley; y las Fuerzas de Seguridad del Estado, que detentan el monopolio legítimo del uso de la violencia para garantizar la aplicación estricta de la ley y de las decisiones de las instituciones de control…. devienen vulgares mamporreros de los grupos de poder infiltrados como un cáncer en las más altas magistraturas del Estado.

Con ello, el pacto de convivencia (reflejado más o menos imperfectamente en la Constitución) se rompe; y roto ese pacto vuelve a quedar a la vista el ejercicio bruto, originario y descarnado del poder: la pura fuerza bruta del aparato represivo del Estado (antes llamado de «Seguridad»).

El gobierno y los grandes poderes financieros y empresariales lo saben, razón por la que a mayor inequidad aumenta desproporcionadamente la criminalización de las protestas. Pero saben también que no hay poder que solo pueda mantenerse sobre la base exclusiva de la represión: es antieconómico y profundamente inestable. Por eso,  con la técnica del «divide y vencerás» han estimulado sin reparos la división y el enfrentamiento social: parados contra empleados, empleados contra contratados, educación contra industria, sanidad pública contra privada, inmigrantes contra nacionales, andaluces contra catalanes, vascos contra castellanos, catalanes contra andaluces, jubilados contra prejubilados, jóvenes contra maduros, pescadores contra transportistas, becarios contra asalariados, temporales contra fijos, mineros contra… todos) Pero no seguros del éxito, han monopolizado los canales de información principales (prensa, televisión) y saturado con «ruido» y basura el resto para ocultar todo mensaje que no interese repetir. Es más barato convencer que vencer. Y como «todo el que quiera vivir está condenado a la esperanza», el ciudadano prefiere creer lo que le cuentan que pensar que vive realmente en Matrix. Fundamentalmente porque es más sano: hay que estar muy enfermo para idear permanentemente mecanismos de defensa y de ataque contra enemigos invisibles… pero va a resultar que estamos gobernados por empleados en nómina de enfermos mentales completamente invisibilizados… Y este es un asunto que, llegados a donde hemos llegado (tras nuestra renuncia cómplice y estúpida, primero a nuestras obligaciones políticas y luego a nuestros derechos humanos), tiene muy mala solución.

La «solución Gandi» es altamente costosa, injusta e ineficiente (tánto, que sospechosamente es la preferida de los mass media). Primero, porque los psicópatas nunca mandan al frente a los suyos sino a sus asalariados, pobres desgraciados más o menos convencidos como los apaleados. En la solución Gandi los muertos y los heridos los ponen siempre los mismos: los desgraciados de uno y otro lado, mientras de uno y otro lado medran y se empoderan los que de verdad mandan o esperan mandar una vez acabadas las revueltas. Y segundo, porque la «solución Gandi» solo vale para los vivos: los muertos quedan indefectiblemente sin paraíso que les redima. Dicho lo cual, deberíamos quizás pensar si dicha solución, como tal, no resulta profundamente injusta y quizás estúpida: aquellos que no luchan ni se arriesgan se benefician de los sufrimientos y muerte de los que si lo han hecho. Vamos, que no parece algo muy equitativo.

Frente a la anterior está la otra, digamos la solución «clásica», el enfrentamiento abierto, el ¡mascalzone!, el muy castizo «¡te voy a romper la cara!»; en suma, el poder desorganizado y anárquico de los muchos, frente al poder concentrado y disciplinado de los pocos. Suena fatal. Y, encima, las experiencias pasadas acabaron siendo verdaderamente desastrosas y sangrientas (solo por citar una vencedora, la francesa de 1789; o dos perdedoras, la del 48 o la española). Pero no nos engañemos: si acabaron siendo especialmente sangrientas, no fue porque la revuelta en si lo fuera, sino porque los psicópatas, nunca dispuestos a ceder ni un milímetro de sus privilegios y sabedores de que los muertes los ponen siempre los otros, se han mostrado siempre altamente capaces de establecer alianzas de clases, incluso a nivel planetario (haberlos los habrá, pero yo no recuerdo ningún banquero muerto con las armas en la mano). El tiempo, la paciencia y el sufrimiento de los pobres juegan siempre a favor de los poderosos. «Dejad que los hambrientos vengan a mi», podría decir un opulento emprendedor desde las islas Caimán, mientras sus fieles empleados hacen el trabajo sucio. El psicópata, usa solo de la «razón instrumental» y evalúa exclusivamente lo que tiene en relación con lo que le costará mantenerlo. Los muertos ajenos son algo barato, y con paciencia, al final siempre se gana, como en el Monopoly. Y si no gana él en persona (a veces las batallas por el poder son demasiado largas y complejas como para ser medidas respecto de una vida mortal), otro como él ganará, otro de su clase, ya que todo vencedor de hoy es heredero de pleno derecho de los vencedores del pasado.

¿Os acordáis de lo compungidos que estaban los financieros, los poderosos y los teóricos de Chicago al inicio de la crisis, cuando todos entonaban el mea culpa y hablaban de refundar el capitalismo? Pues eso, que al final no les hizo falta. Solo hubieron de re-situarse, de re-colocar a sus asalariados en los gobiernos y, controlar el mensaje único a través de los medios de comunicación. Con ello vino el golpe definitivo al sistema político y económico mundial, aumentando los beneficios más allá de todo lo conocido, y debilitando los movimientos de resistencia y de respuesta social hasta sus mínimos históricos. Contra el fascismo y el comunismo, sin duda (¡quién nos lo iba a decir, hace solo 20 años!), estábamos mejor: al menos el enemigo estaba claro y obraba a cara descubierta. El tándem «dinero – control político – poder militar – medios de comunicación – devaluación de los sistemas educativos – censura mediante ruido – crímenes selectivos», aplicado en diferentes dosis allí donde fuera necesario, eclosionó en la nit de foc del mejor de los mundos posibles, a través de la globalización, de la naturalización de la crisis y de la pobreza y represión generalizada, con la aceptación como plaga bíblica de todo lo que no era más que obra del más repugnante y despiadado expolio de la historia de la humanidad. Una obra de arte, sin duda, las cosas como son.

Pues eso, que hoy de compungidos nada ¿y por qué? porque no les hizo falta seguir con el teatro. Al inicio de la debacle pudieron tener sus miedos, ya que cabía el peligro de que todo este robo, secuestro y asalto al poder acabara en una Bastilla. Pero, una vez estabilizada la situación, y sin Bastilla la vista, con el paso de los meses fueron recuperando la compostura, y con las tonadillas del «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» y del «no hay alternativas» fueron (rápidamente, hay que reconocerlo) transformándonos en caballos de tiro, hambrientos, tristes y apaleados, pero dóciles: con esperanza. Siempre con esperanza.

La verdad es que lo teníamos muy difícil: ellos habían leído a Hobbes y nosotros no. Y ellos sabían que lo único que nos pone en igualdad radical es la violencia. Por eso tuvieron tanto miedo, y se mostraban tan arrepentidos y compungidos y su mensaje «proGandi» era tan monolítico. Hasta que vieron que no pasaba nada.

Todo el mundo sabe que no se pude negociar nada con quien pone una pistola encima de la mesa. Contra esa actitud tan pobremente democrática solo cabe la sumisión -el «es lo que hay-«. Pues, resulta que en este juego de Monopoly, en el que además de «jugadores» somos «fichas», hay un jugador (que por cierto no es ficha) que juega con las pistolas encima de la mesa (con la criminalización y la represión, además del control ideológico), Los demás nos mantenemos ingenuamente con una confianza casi mística en el Estado de Derecho y en el principio de legalidad. Como los animales de la Granja de Orwell. Pero, por si no le fuera bastante con la pistola (seguramente por eso de que «prevenir es mejor que curar»), este jugador no-ficha, mafioso y tramposo, no contento con haber copado la administración del Estado y los tribunales, instrumentalizando los juzgados (a través del Procedimiento), la policía y la herramienta del indulto de acuerdo a sus fines políticos y amistades, ha decidido curarse en salud y cambiar las reglas de juego a su antojo, es decir todas las leyes que le pudieran molestar, a fin de asegurarse una apisonadora implacable contra los que rechistan.

Y claro, contra una apisonadora, irracional y fanática, quedan pocos argumentos. Igual que contra una picadora de carne -sobre todo cuando «uno» es la carne a picar. Es en ese contexto, donde el «argumento de Gandi» empieza a sonar a chiste: «¿saben aquel que diu… ?»

Pero, cómo no, Hobbes (¡el gran Hobbes, devenido ahora, en contra su voluntad, en paladín de la democracia!) viene nuevamente en nuestro auxilio: Es la extrema violencia sin control, la del estado natural radicalmente despersonalizada e igualitaria, la que fuerza a los hombres a la negociación y a la autocontención. El miedo a la violencia ciega, a sus consecuencias, a la falta de certeza sobre quién ganará ni a qué precio es lo que nos lleva a renunciar a ella dándonos un Estado -Estado al que hacemos depositario de esa violencia- y unas normas a las que todos sin excepción quedamos sujetos (esa famosa «igualdad ante la Ley», de la que se llenaba la boca el futuro compañero y ciudadano Juán). Esta renuncia basada en el temor, según Hobbes, es lo que posibilita la posterior convivencia en paz y, a partir de ahí, hacer planes de futuro vacunados por completo de toda arbitrariedad particular o pública. De donde sorprendentemente resulta que, si hay algo que garantiza que no se usará la violencia, no es nuestro compromiso a no utilizarla -siempre habrá algún tarado que ponga una pistola sobre la mesa-, sino el firme convencimiento de que si alguien la usa responderemos todos conjuntamente y entre todos le reduciremos a fin de mantener la sociedad en paz. En paz y en libertad: en la libertad de la autocolegislación y en la paz a que conduce la prudencia y el respeto a las minorías y de los más desfavorecidos. Cuando una de las partes sentadas a la mesa cree que puede usar la violencia sin consecuencias, muy probablemente lo hará: el imperativo categórico solo vale entre iguales y con las cartas boca arriba. Por tanto, es el miedo a perder (más que a no ganar) lo que hace nos hace exquisitamente prudentes y considerados (especialmente a los hobbesianos con sus adversarios).

En conclusión, si queremos poner fin y revertir el proceso de degradación de la vida colectiva a que asistimos, y además queremos que esto no desemboque en un enfrentamiento civil y en una sangría a gran escala, debemos ser conscientes de que solo podremos lograrlo estando absolutamente dispuestos. La libertad, la igualdad y la democracia no son bienes que se tienen: son valores que hay que producir y mantener cada día frente a los psicópatas. Porque para un hobbesiano de ley, lo único que legitima al Poder es su capacidad para perpetuarse, principio teórico que les hace ser de muy amplio espectro, así como sentirse completamente legitimados y sin escrúpulos para ejercer una violencia infinita; y, cuando vienen mal dadas, a camuflarse como cordero mejor que nadie. Por tanto, lo único que puede conjurar el peligro de la violencia y de la fractura social, es que los psicópatas sepan clara y palpablemente que pueden perder. Es más: deben saber que perderán.

Para evitar llegar a una situación de violencia irreversible e impredecible, o a la destrucción silenciosa de todos los valores y bienes por los que considerábamos que la vida merecía la pena ser vivida (a un hobbesiano ambas cosas le dan igual, porque no van con él), el miedo tiene que cambiar de bando. Y cuanto antes lo haga, más fácil será.

Y para empezar, bien podemos estrenarnos en impedir con contundencia que este engendro de Ley vea la luz.

(Tras su aprobación, un artículo como éste también será delito.)

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Noticia referida:

El Código Penal castigará enviar tuits que inciten a alterar el orden público

El proyecto del Gobierno introduce un nuevo delito que sanciona con hasta 1 año de cárcel la difusión de mensajes de ese tipo «a través de cualquier medio». También prevé prisión para quienes ocupen bancos.

De inmigración ilegal y desobediencia civil

Enlace

De inmigración ilegal a desobediencia civil
Por Ana I. Fornés Constán (Rebelión, 03-01-2013)

 

En efecto, que ninguna persona es ilegal es algo perfectamente accesible desde el pensamiento ordinario, emana de nuestro sentido común. Pero lo que no nos es tan inmediato es que las migraciones en si lo puedan o no ser. Migrar, como cualquier actividad propia que le es al ser humano, en tanto que, animal en el sentido más físico (ser vivo interdependiente en un territorio) como metafísico (en cuanto al ser que es específicamente humano en el mundo), tampoco puede ser ilegal. No se puede categorizar como legal o ilegal el vivir, o, en este caso, el sobrevivir en el mundo.

Las leyes, como hechos culturales, como el lenguaje, son contingentes. Es decir, pueden o no ser, y en el caso de ser, pueden serlo de múltiples maneras. Son concretos, y por ello están ligados a un una realidad histórica, geográfica y social determinadas. Por lo tanto, por muy naturalizados que estén, responden a una ideología determinada. Se constituyen como una manera de control social, y en ese sentido están directamente vinculadas a las relaciones de poder.

En ese sentido las leyes de extranjería se sustentan bajo un paradigma socio-político y económico concreto cuyo objetivo final es mantenerlo. Por ejemplo, en Europa se pudo construir el Estado social de Bienestar mediante una reconversión a un capitalismo soft, que desplazó el conflicto de clase a otros territorios, en donde se concentró un mayor nivel de explotación, tanto de los recursos como de los seres humanos. En este sentido, parte del entramado económico-legal sirve o ha servido para mantener esa situación.

Hacer un giro conceptual sobre las personas migrantes, para dejar de verlas exclusivamente como víctimas, para verlas como sujeto, nos permite analizar nuestra propia realidad de una forma bien distinta. Si cruzar la frontera es ganar una batalla, entonces puede que sea una ilegalidad, pero no en el marco del crimen, sino de la desobediencia civil.

La pobreza como tal no habría de ser un problema. Lo que sí lo es, es el empobrecimiento y la miseria extrema a la que es sometida la gente que ha sido despojada de su sistema tradicional de subsistencia, con la imposición de la economía de mercado. Por ello, los programas públicos, siendo sistémicos, siempre se enfocan hacia la pobreza, y no hacia la riqueza, que es, en última instancia, la verdadera causa del problema. De igual modo que las educadoras sociales deberían trabajar los programas de integración, no tanto con las personas migrantes, sino con las xenófobas; las trabajadoras sociales, deberían de hacerlo con las personas que tienen un acceso y control mayor (en algunos casos cuasi-absolutos) sobre los recursos, y en concreto sobre el recurso-dinero. Pero claro, se hace como se hace porque el objetivo último no es cambiar el status quo sino más bien lo contrario. El capitalismo convierte en mercancía lo que no es, ni debe serlo: la tierra y el trabajo. De tal manera, que hace un giro perverso, donde la economía deja de buscar la reproducción de la vida, de la vida de los seres humanos, pero también de la vida en sentido amplio, para reproducir el capital, sometiéndola para ello. La naturalización es de tal envergadura que no somos capaces de imaginarnos otras formas de vivir en el mundo.

Es por ello que las personas migrantes nos abruman. ¿Cómo no sentirnos confrontadas ante nuestra propia vida, y nuestro posicionamiento ante el mundo? Ellas se han negado a su devenir, no aceptan su situación de exclusión y son quienes realmente cuestionan el sistema. A la ciudadanía la contraría –consciente o inconscientemente- porque vienen a recordarnos quiénes somos: seres alienados en estado de pseudo-esclavitud (a través de hipotecas, créditos y el consumo en general) y pseudo-felicidad (en ese imaginario colectivo que nos hace creernos esa realidad televisiva de cuerpos imposibles y vidas superficiales, que enmascaran un modelo de relación subyacente a la ideología dominante). Porque nosotras también somos desposeídas, ya que no solo hemos sido despojadas de los medios de producción, sino también de los de reproducción, pese a que nuestro modo de vida low cost nos lo haya invisibilizado.

El poder establecido a través de las estructuras Estado-nación, pero también a través de los organismos multilaterales, hace todo lo posible por reprimir y controlar los flujos migratorios, que es la forma abstracta y confusa de denominar a las personas migrantes (el lenguaje también es una forma de control y de creación de pensamiento; es menos duro hablar de control de flujos que de control de personas). Para ello, se ampara en la legalidad, pese a que ésta sea criminal, e incluso es capaz de sobrepasarla con las prácticas habituales claramente ilegales e ilegítimas que se dan en las zonas fronterizas, en las calles de las ciudades, o en los CIE.

Además, el cierre férreo de las fronteras en última instancia no evita que las personas no migren, sino que tengan que recurrir o quedar atrapadas por las mafias y por la delincuencia internacional, en la que se incluye desde las redes de tratantes, hasta los gobiernos y las fuerzas de seguridad de los Estados.

Las mujeres, de nuevo, están sometidas a dobles y triples situaciones de desigualdad. La trata de mujeres con fines de explotación sexual, una de las mayores aberraciones de nuestro tiempo, e inversamente con menor visibilización, obliga a muchas de las migrantes a tener que vincular su proyecto migratorio en algún momento de su trayecto, ya sea voluntaria o forzosamente, a las redes de trata. Las leyes han establecido una estructura perfecta para el comercio de mujeres, y en vez de centrarse en los tratantes, y en las redes sobre las que se mantienen, busca soluciones en ellas, quienes en la mayoría de casos, no son capaces de conceptualizar su situación ni percibirse como víctimas, pese a los distintos niveles obscenamente brutales de violencia a las que son sometidas.

Nosotras no podemos basarnos exclusivamente en la legitimidad de la ley, ya que, como sabemos es contingente. Hoy, no tener permiso de trabajo y residencia es una falta administrativa, pero en cualquier momento, puede ser un hecho penal. De hecho, en breve podremos comprobar con la reforma del código penal, como se podrá o no criminalizar acciones que tengan que ver con la reivindicación de derechos sociales y la solidaridad.

No obstante, en la práctica, ya que nos vemos obligadas a operar en una realidad sociopolítica concreta, hemos aceptado “pulpo, como animal de compañía” (Democracia Liberal como sistema democrático) y debemos hacer uso de las herramientas de control y de presión por parte de la ciudadanía como método de resistencia e incidencia en lucha social, ya que si no caemos en el peligro de no usar correctamente las reglas de un juego que estamos obligadas a jugar, y que en última instancia, repercutirá en una mayor alienación. Aunque, en todo caso, tendremos que combinarlas con la imaginación y la creatividad para poder generar el cambio social. O al menos, reflexionar si es éste posible, y en qué términos.

Los CIE son campos de exclusión, tortura, deportación e incluso muerte de seres humanos que luchan y han luchado por mejorar sus vidas. Son personas que en muchos de los casos, la han arriesgado por un ideal mejor (sea cual fuere este), y de esta manera se han rebelado a su destino y a este sistema-mundo en el que vivimos todas. Luchar por su cierre, es reivindicar la Justicia y su dignidad como personas. Pero también la nuestra; también significa la lucha por una sociedad más justa donde la vida pueda ponerse en el centro, y donde podamos reivindicar lo político (en tanto aquello que es intrínsecamente humano) sobre lo económico. De esta manera, nosotras, también podemos ser sujeto, también podemos posicionarnos críticamente ante el mundo mediante una lucha concreta: el cierre de los campos de deportación, se llamen CIE o CECE; estén reglamentados o sean un limbo legal.

Además hay que realizar otro desdoblamiento, y es que a la figura del CIE legal, abstracto en su sentido formal, debemos analizar su realidad, es decir, su singularidad. Y es donde podemos constatar que el funcionamiento de cada CIE no responde a la particularidad, sino que hay demasiadas situaciones análogas que nos permiten atribuir las condiciones de vida a las que se someten a las presos y presos, a la causalidad, y en ningún caso a la casualidad. Con ello me refiero a las situaciones de arbitrariedad y vulnerabilidad que se dan por la idiosincrasia de un régimen de encierro con escaso o ningún control externo, junto a la realidad estructural de las infraestructuras, que tienen como finalidad dañar la integridad moral de las personas allí secuestradas (y de todos sus círculos de relación). Lo que tenemos claro es que no son accidentales, no son un agujero negro de las Democracias Liberales o de Estado social de Bienestar. Son parte de sus pilares y de su fundamento.

Tener espacios de encuentro, de formación, reflexión y acción nos permite situarnos mejor ante nuestra propia realidad y tejer nuevas perspectivas. En el camino de esta lucha más global (y a la que hay otras muchas formas de aproximarse, ya sea desde el trabajo en las fronteras, la denuncia contra las redadas racistas o la trata, la defensa del territorio cuerpo-tierra, el feminismo o cualquier posicionamiento anticapitalista), conocerse y convivir es tan importante porque en el camino contra la Injusticia en sentido abstracto, no podemos olvidarnos de cada paso en sentido concreto, que es ciertamente, lo que nos posibilita: aprender que mirar no significa ver, construyendo y deconstruyendo aprendizajes. Nos aporta la alegría de conocer, y conocerse; de cuidar, y cuidarse. Esto es, de situar la vida en el centro.

Ana I. Fornés Constán

@bichodelcesto