Todo esto es demasiado, ya lo se. Y no creáis que no me causa desaliento.
Es tal la avalancha de barbaridades y despropósitos que uno no puede menos que sentirse sobrepasado.
Pero eso es, ni más ni menos, en lo que consiste la censura contemporánea: en la saturación del espacio publico, con información revuelta con basura.
Y contra eso no hay nada que hacer:
- o te tragas la basura y quedas imbecibilizado pero tranquilo,
- o dilapidas tu escaso tiempo en separar el grano de la bosta tratando de rescatar algo valioso.
Además nos han amontonado como a borregos, separados en entes anónimos, sin vínculos de comunidad, de modo que apenas podemos aprender algo de la experiencia ajena, porque la confusión alcanza incluso a los modelos que tradicionalmente deberían haber sido los de autoridad y confianza. Revueltos, que no unidos, sobrevivimos indefensos ante el Gran Hermano, de quien nuestros representantes públicos no son más que sus asalariados.
El otro día una persona que recriminaba mis peroratas, me decía que se reconocía como de «relato corto»… y que todo esto le sobrepasaba… A mi también, igual que a muchos. Soy consciente, de ello, y muy a mi pesar.
Nos han entrenado desde pequeños al relato corto, al eslogan. Y el trabajo, las urgencias cotidianas, no nos permiten la concentración, o el tiempo y el reposo necesarios para la reflexión, para estructurar y formalizar nuestros pensamientos y sentimientos, o para asimilar y pensar las formalizaciones ajenas… para comprender (nos) y comprender a los demás en un dialogo que no sea la superposición de monólogos inconexos.
El relato corto es rápido, eficaz, es el del marketing, el de la ideología, la propaganda, el adoctrinamiento, en suma, el del control social, el de las dictaduras (de los mercados, del grupo, del líder, del poder). A través de el no hay escapatoria porque está hecho para dominar: para generar dudas sencillas y respuestas contundentes, taponando la reflexión. No necesariamente tienen que ser respuestas verdaderas, pero eso no importa, porque su objetivo es solo dar respuestas y apaciguar. Evitan la reflexión. Su objetivo es controlar, y frente a el solo caben la sumisión o la insumisión, pero nunca la emancipación.
Porque la emancipación requiere del relato largo. Requiere de la comprensión, de la iluminación, de la posibilidad de ver a un tiempo, en un relámpago, las múltiples variables y el entrecruzamiento de los múltiples relatos y biografías que nos traen desde nuestro pasado (y desde el pasado de nuestros antepasados comunes) hasta el presente, y nos permiten comprender nuestro lugar en un cosmos que hasta ese momento no era más que un caos. El orden que surge del relato largo no es el que surge del relato corto, ni mucho menos. El primero es comprensivo; mientras el segundo es castrador, simplificador. El relato largo es por eso emancipador, permitiendo comprender nuestro lugar y elegir nuestro futuro, alumbrabdo los engaños, amputaciones y contradicciones del relato corto.
El relato corto es solo la hilazón causal -real o inventada- de una biografía, y generalmente no es más que su resumen mítico, amputador de detalles incómodos, y por tanto justificador para quien hace el relato: justificador de la preeminencia actual del narrador y del porqué de la necesidad de su preeminencia futura. En el el no caben visiones disidentes, contradictorias. El relato corto convierte en objetos suyos, meros medios para sus fines, al resto de las biografías, justificando su posición (central) y su necesidad histórica. El relato corto solo puede ser asi mito, y por tanto discurso de dominación y de justificación de esa dominación: las cosas han sido así porque «fueron así», y si lo fueron porque no pudieron ser de otra manera. Y es lo que hay.
«Time is money», motivo por el que el relato corto es el recurso de la TV, de los negocios, de la ideología, de la propaganda, de la manipulación. Solo es posible sobre la base de una asimetría fundamental entre el emisor y el receptor. El emisor, el constructor del relato corto es una autoridad. Su mensaje de esloganes inconexos, emitido junto a imágenes emotivas, mueve comportamientos. Es control social: aúna emotividad e irreflexión, consiguiendo el mero impulso. Time is money. Lo demás «filosofía» de veinte duros, solo para diletantes.
El relato largo, en cambio requiere esfuerzo, tiempo, discusión, simetría entre receptor y emisor, siempre -y necesariamente- intercambiables. Es emancipador porque la emoción que surge de la iluminación moverá al comportamiento libre -autónomo-. La comprensión hace visibles las contradicciones del relato corto, y hace visible que cada momento histórico fue único, irrepetible pero fuente de infinitas posibilidades -y no solo de la elección fácticamente seguida-. Y así es emancipador porque permite comprender el propio lugar en ese cruce infinito de biografías, junto a lo que nos une a los demás, el vínculo, y permite ver y aspirar a la infinidad de posibilidades que en cada momento se abren ante nosotros, y cuya elección solo dependen de nosotros, de nuestra acción, con conocimiento y responsabilidad.
El relato corto crea y recrea individualismo, desafección, sumisión, súbditos, miedo, frustración, el «no hubo alternativas», «este es el mejor de los mundos posibles», el único al que podemos aspirar: todo lo demás es vana ilusión.
El relato largo en cambio genera pertenencia, comunidad, ciudadanos, alegría, proyectos, confianza. Por algo será que cada dictadura lo primero que hace es quemar libros de relatos y desmantelar las humanidades. Por algo será. Todo pasado y toda utopia nos muestran que, en cada instante, en cada cruce de biografías, otros pasados y otros futuros fueron posibles.
Es desalentador estar discutiendo esto, pues si. Pero es lo que hay. Y peor sería no estar.