Wright Mills, Ch. – La elite del poder (FCE, 1993)

Brillante y riguroso ensayo del gran sociólogo norteamericano Ch. Wright Mills, en el que se destripan las bases y estructura de la sociedad y el poder norteamericano de postguerra… básicamente extrapolable a la estructura de poder del mundo capitalista global.

Una obra, lamentablemente, de gran actualidad y pertinencia. Como decía Quevedo, de esas que «enmiendan o fecundan» nuestros asuntos.

A continuación, el enlace de descarga en PDF

WRIGHT MILLS – LA ELITE DEL PODER

Y por último, una sesuda reseña para animaros a la lectura.  :)

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C. Wright Mills: La Élite del Poder. Pensamiento y Praxis Sociológica. Su Valor Para la Disciplina de las Relaciones Internacionales
Lic. J. Ignacio Frechero (Publicado el 05/05/2011)

Reseña de C. Wright Mills, La Élite del Poder, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1993. [C. Wright Mills, The Power Elite, Oxford University Press, New York, 1956]

Se ha dicho que dentro de las diferentes disciplinas de las Ciencias Sociales es posible distinguir dos tipos de investigadores o “productores de conocimiento”: el científico social y el pensador normativo. El primero, abundante en exceso, cumple el rol de generar o ajustar teorías para que sean funcionales a los intereses y estructuras de poder imperantes en una determinada sociedad. El segundo, notoriamente más escaso, se lanza a la cruzada de demoler los esquemas existentes que atan el avance del conocimiento científico y busca abrir campos de debate, de progreso en la realidad cotidiana de una sociedad.

C. Wright Mills (1916-1962) es un fiel ejemplo de éste último tipo. Desde sus escritos sociológicos, fue el exponente intelectual principal del liberalismo radical o progresista de las décadas de los ’40 y los ‘50. Batalló contra el nuevo liberalismo de David Truman, Daniel Bell, Seymour Martin Lipset, Charles Frankel, Richard Hofstadter e incluso Reinhold Niebuhr (1); reveló la inutilidad del behaviourismo de Lloyd Warner y la innecesaria parsimonia de la teoría sistémica de Talcott Parsons.(2) Más significativo aún, llamó la atención sobre las características sociológicas más perversas de los Estados Unidos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría, denunciando lo que nadie denunciaba, desde un lenguaje legible por todos. Esquivó las formalidades y abandonó la neutralidad política propia del mundo académico de su época. Su agudo pensamiento sociológico se volvió praxis política a favor de sus valores e ideales, a favor de la “liberación del hombre a través de su razón”.

Sus raíces intelectuales se nutrieron fundamentalmente de la obra de Max Weber, seguido por Thorsten Veblen y en un tercer plano, Karl Marx (si bien Mills se autodescartó como marxista), Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Emile Durkheim. Por ello es que partió en sus estudios desde la visión sociológica tradicional, aquella que analiza a un sistema sociocultural desde su totalidad y en la que poseen centralidad conceptos tales como “poder”, “instituciones”, “clase social”, “élite”, “capitalismo”, “racionalidad” y “burocracia”, entre otros. Con estas herramientas, Mills logró radiografiar la división del trabajo interna de los Estados Unidos. Lo hizo a través de una trilogía: The New Men of Power (1948), donde analiza a las clases trabajadoras en el contexto del New DealWhite Collar (1951) donde explora a las clases medias y sus crecientes vinculaciones con el corporativismo, y The Power Elite (1956), la obra que en esta oportunidad nos congrega, donde aborda los “altos círculos” de la sociedad estadounidense. De acuerdo a Irving Horowitz, su biógrafo y crítico, estas tres obras “ayudaron a definir la literatura crítica sobre la composición de clases en Norteamérica y revelaron definitivamente a Mills como un académico de primer nivel”. (3)

II

El libro La Élite del Poder reintroduce y vigoriza como nunca antes la teoría elitista del poder, en desmedro de la teoría pluralista y de la teoría marxista. A tal fin se basta de quince capítulos donde se interrelacionan temáticas que de otra manera estarían alejadas entre sí. Su tesis central es la existencia en los Estados Unidos de una élite que controla y comanda los recursos de las grandes instituciones burocráticas o “dominios” sobre los que se asienta la sociedad industrial. Estas instituciones son tres: la economía, el aparato militar y el gobierno. De esta manera, la élite se constituye de “ricos corporativos”, “señores de la guerra” y “directorios políticos”. Con el lenguaje claro y estridente que caracterizó a Mills, esta idea central es esbozada en los tres primeros párrafos del primer capítulo (“Los altos círculos”):

“Los poderes de los hombres corrientes están circunscriptos por los mundos cotidianos en que viven, pero aún en esos círculos del trabajo, de la familia y de la vecindad muchas veces parecen arrastrados por fuerzas que no pueden ni comprender ni gobernar. Los ‘grandes cambios’ caen fuera de su control, pero no por eso dejan de influir en su conducta y en sus puntos de vista […]

Pero no todos los hombres son corrientes u ordinarios en este sentido. Como los medios de información y poder están centralizados, algunos individuos llegan a ocupar posiciones en la sociedad norteamericana desde las cuales pueden mirar por encima del hombro, digámoslo así, a los demás, y con sus decisiones pueden afectar poderosamente los mundos cotidianos de los hombres y las mujeres corrientes.

[…] El que tomen o no esas decisiones importa menos que el hecho de que ocupen esas posiciones centrales: el que se abstengan de actuar y de tomar decisiones es en sí mismo un acto que muchas veces tiene consecuencias más importantes que las decisiones que adoptan, porque tienen el mando de las jerarquías y organizaciones más importantes de la sociedad moderna: gobiernan las grandes empresas, gobiernan la maquinaria del Estado y exigen sus prerrogativas, dirigen la organización militar, ocupan los puestos de mando de la estructura social en los cuales están centrados ahora los medios efectivos del poder y la riqueza y la celebridad de que gozan”. (4)

El contenido de su diagnóstico, que parece ser estático, casi ahistórico a simple vista, se sustenta en realidad en un preciso estudio histórico de las “seis o siete generaciones” en las que se podía resumir la historia de los Estados Unidos en aquella época. Esto es visible en la medida en que el lector se adentra en los capítulos medulares. La élite del poder es el resultado de una profunda tendencia doble: el crecimiento y la centralización de las tres instituciones más importantes en la sociedad norteamericana, posible gracias a una “tecnología fabulosa”, y la amplificación de los medios de poder y de las consecuencias de las decisiones que desde ellas se adoptan. (5)

Al abordar dicha élite desde un plano estructural, Mills se cuida de no presentar una teoría conspirativa (6) ni un absoluto determinismo institucional (7), sino que permite cierto juego, cierto acomodo entre actor estructura, donde el primero crea y destruye a la segunda y donde ésta, a su vez, lo condiciona. El elemento singular en el enfoque es que, si bien “indudablemente, la voluntad de esos hombres siempre está limitada (…) nunca anteriormente fueron tan anchos los límites, porque nunca fueron tan enormes los medios de poder. Esto es lo que hace tan precaria nuestra situación y hace aún más importante el conocimiento de los poderes y las limitaciones de la élite de los Estados Unidos. El problema de la naturaleza y poder de esa minoría es ahora el único modo realista y serio para plantear de nuevo el problema del gobierno responsable”. (8)

La unión (proximidad) entre los “ricos corporativos”, los “señores de la guerra” y “el directorio político” en una única élite se explica por el creciente e intenso tráfico de influencias entre sus ámbitos institucionales.(9) Este fenómeno de intercambios no es necesariamente azaroso, sino estructuralmente intencionado en un sentido que le genera temores al autor: “[…] Hay actualmente en los Estados Unidos varias coincidencias de intereses estructurales importantes entre esos dominios institucionales, que incluyen la creación de una institución permanente de guerra por una economía corporativa privada dentro de un vacío político”. (10)  Este es el mensaje político de alarma que Mills pretendió destacar.

En el esfuerzo por dejar en claro quiénes integran la élite y quienes no, el sociólogo, identifica y separa a la clase alta tradicional, de corte local, que ha obtenido su prestigio en el abolengo y en fortunas que se forjaron en el siglo XIX (capítulo 2: “la sociedad local”). También desmitifica “los 400 metropolitanos”, las familias supuestamente más importantes de toda la nación, como un grupo estrictamente definido y estable. El advenimiento de la sociedad de masas, la gran industria y el New Deal han favorecido el ascenso de nuevos ricos, con nuevas costumbres y consumos (capítulo 3: “los 400 de Nueva York”). Finalmente, descarta a “las celebridades” (capítulo 4) de la élite institucional.(11)

En cuanto al dominio económico, Mills propone una lectura desagregada. Por un lado, identifica a “los muy ricos” (capítulo 5); discute las causas de su ascenso, el fenómeno de la acumulación de ventajas una vez en la cima y el impacto de la sociedad anónima en el capitalismo norteamericano. Luego realiza un análisis de la estructura empresarial nacional y destaca el papel de “los altos directivos” (capítulo 6), quienes comandan las corporaciones, aprisionan las innovaciones técnicas y resguardan la gran propiedad. Finalmente, señala la conjunción de ambos en la figura de “los ricos corporativos” (capítulo 7), los miembros de laélite, producto de una “reorganización de la clase adinerada [hacia] un mundo corporativo de privilegios y prerrogativas” (12), y cómo estos utilizan el poder institucional que detentan gracias a sus desorbitantes riquezas.

Sobre el dominio militar el análisis es análogo. En “los señores de la guerra” (capítulo 8) aborda los orígenes y trayectoria de la relación entre la institucionalidad militar y la civil en los Estados Unidos, cómo los militares fueron incorporándose a los “altos círculos” y cómo se ha impuesto una “definición militar de la realidad” en todos los ámbitos cotidianos. (13)

Posteriormente, se centra ya en los militares de la élite (capítulo 9: “la ascendencia militar”) destacando sus principales ámbitos operativos y de interés —la política exterior y las relaciones internacionales, el desarrollo científico y tecnológico nacional y la economía corporativa— y denunciando la configuración de una “economía bélica permanente”.(14)

Por último, en cuanto al dominio político, Mills dedica el capítulo 10 (“el directorio político”) a contemplar la profesionalidad y burocratización del sistema político estadounidense. Su aseveración más importante es que “un reducido grupo de hombres se encarga ahora de las decisiones hechas en nombre de los Estados Unidos”, ellos son los cincuenta hombres de excepción más importantes de la rama ejecutiva del gobierno. (15)

La parte final del libro es donde el autor despliega su perspectiva crítica de forma directa. Arremete primero contra “la teoría del equilibrio” (capítulo 11) como retórica preferida de la minoría, funcionalpara ocultar los estratos superiores y centrar la atención en los niveles medios, pero definitivamente ineficaz para explicar la economía política estadounidense. Tras realizar una caracterización final de la élite del poder (capítulo 12) —en la que repasa entre diversos aspectos sus períodos históricos—, contextualiza la misma en relación al fenómeno de “la sociedad de masas” (capítulo 13), desestimando las visiones liberales clásicas sobre la virtud política de la opinión pública. Tras ello, denuncia “el estado de ánimo conservador” (capítulo 14) de los liberales antaño progresistas, para concluir revelando “la inmoralidad mayor” (capítulo 15) de la minoría poderosa: la organización de la irresponsabilidad y su decrepitud ética.

Evidentemente, el impacto de La Élite del Poder tanto en el público académico como en el público en general fue muy grande. “Pocos libros de su clase han sido tan ampliamente leídos o más vigorosamente debatidos; pocos han preservado tanta relevancia por tanto tiempo […] Sólo un crítico desagradecido podría hoy negarle un lugar central en la historia intelectual de nuestra era”. (16)

III

El valor de la élite del poder para la disciplina de las Relaciones Internacionales es notorio. Tiene utilidad como teoría contextual sobre la toma de decisiones en defensa y política exterior, como ha sido destacado por Roger Hilsman.(17) Mills estudia desde una perspectiva social, institucional e, incluso, psicológica los tipos de actores que controlan y deciden, consciente o inconscientemente, los acontecimientos nacionales, así como los tipos de determinantes que inciden también en ellos. Se cuida, sin embargo, de dejar en claro que “la idea de la élite del poder no implica nada acerca del proceso de adopción de decisiones como tal; es un intento para delimitar las zonas sociales en que se realiza ese proceso, cualquiera sea su carácter. Es una concepción de lo que va implicado en el proceso”.(18)

También tiene utilidad como teoría de gran alcance. Permite abordar la trayectoria más amplia de la sociedad norteamericana entre el 1800 y mediados del 1900. Posee poder explicativo en relación a la historia contemporánea mundial y a las relaciones internacionales de la primera mitad del siglo XX. De hecho, las dimensiones nacional e internacional se integran bajo la coherencia que otorgan conceptos centrales como “clase capitalista” e “industrialización”, entre otros. (19)

Además de ello, en varios pasajes del libro Mills rescata las enseñanzas de E. H. Carr en La Crisis de los Veinte Años (1949) sobre la política mundial con lo que termina configurando una perspectiva ecléctica sobre los asuntos internacionales de gran amplitud y utilidad.(20)

Fundamentalmente, La Élite del Poder es un excelente complemento para los diferentes enfoques estructurales existentes en las Relaciones Internacionales, para comprender la naturaleza de la economía política de los Estados Unidos en tiempos de unipolaridad y hegemonía.

Pero el gran legado del sociólogo trasciende los campos disciplinares así como su utilidad heurística. Como señaló Horowitz, “[l]a tendencia principal de la obra de C. Wright Mills está ligada a la importancia práctica de una ciencia social éticamente viable. Esto se debe a que esa sociología se enfrenta a los hechos con integridad y confirma la integridad actuando en relación con los hechos. Éste es el ‘mensaje’ del más grande sociólogo que haya producido los Estados Unidos”.(21)

* Candidato doctoral, Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM, Argentina). Investigador del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Problemáticas Internacionales y Locales (CEIPIL-UNCPBA).

Notas

(1) Richard Gillam, “C. Wright Mills and the Politics of Truth: The Power Elite Revisited”,American Quarterly, Vol. 27, No. 4, October, 1975, p. 464. Cfr. Stanley Aronowitz, “A Mills Revival?”, Logos 2.3, Summer, 2003.

(2) C. Wright Mills, La Imaginación Sociológica, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1986. Especialmente capítulos “II. La gran teoría” y “III. Empirismo abstracto”. La primera edición en inglés se encuentra como: The Sociological Imagination, Oxford University Press, New York, 1959.

(3) Irving L. Horowitz, C. Wright Mills: An American Utopian, New York, 1983, p. 209.

(4) C. Wright Mills, La Élite del Poder, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1993, pp. 11-12. El primer capítulo presenta y sintetiza el tema general del libro.

(5) “La economía —en otro tiempo una gran dispersión de pequeñas unidades productoras en equilibrio autónomo— ha llegado a estar dominada por dos o trescientas compañías gigantescas, relacionadas entre sí administrativa y políticamente, las cuales tienen conjuntamente las claves de las resoluciones económicas.
El orden político, en otro tiempo una serie descentralizada de varias docenas de Estados con una médula espinal débil, se ha convertido en una institución ejecutiva centralizada que ha tomado para sí muchos poderes previamente dispersos y ahora se mete por todas y cada una de las grietas de la estructura social.
El orden militar, en otro tiempo una institución débil, encuadrada en un contexto de recelos alimentados por las milicias de los Estados, se ha convertido en la mayor y más costosa de las características del gobierno, y, aunque bien instruida en fingir sonrisas en sus relaciones públicas, posee ahora toda la severa y áspera eficacia de un confiado dominio burocrático.” C. Wright Mills (1993), Op. Cit., pp. 14-15.

(6) “La idea de que toda la historia se debe a la conspiración de un grupo de malvados, o de héroes, fácilmente localizables, es también una proyección apresurada del difícil esfuerzo para comprender cómo los cambios de estructura de la sociedad abren oportunidades a diferentes minorías y cómo estas minorías se aprovechan o no de ellas. Admitir cualquiera de ambas opiniones —que toda la historia es una conspiración o que toda la historia es un movimiento ciego a la deriva— es abandonar el esfuerzo para comprender los hechos del poder y los caminos de los poderosos”. C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 33.

(7) “[…] Lejos de depender de la estructura de las instituciones, las minorías modernas pueden deshacer una estructura y hacer otra en la que representan después papeles totalmente diferentes. En realidad, esa destrucción y creación de estructuras institucionales, con todos sus medios de poder, cuando los acontecimientos parecen ir bien, es precisamente lo que va implícito en ‘gran gobierno’, o, cuando van mal, ‘gran tiranía.’” C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 31.

(8) La cursiva es propia. Ibíd.

(9) “Las decisiones de un puñado de empresas influyen en los acontecimientos militares, políticos y económicos en todo el mundo. Las decisiones de la institución militar descansan sobre la vida política así como sobre el nivel mismo de la vida económica, y los afectan lastimosamente. Las decisiones que se toman en el dominio político determinan las actividades económicas y los programas militares. Ya no hay, de una parte, una economía, y de otra parte, un orden político que contenga una institución militar sin importancia para la política y para los negocios […] En el sentido estructural, este triángulo de poder es la fuente del directorio entrelazado que tanta importancia tiene para la estructura histórica del presente.” C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 15.

(10) La cursiva es propia. C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 26. Para una interpretación igualmente crítica pero más nueva sobre este tráfico e imbricación entre poder político (y militar) con el poder económico de las grandes corporaciones en los Estados Unidos para el caso de la administración de George W. Bush véase Sidney Blumenthal, “Republican Tremors”,Open Democracy, October 6, 2005 (extraído el 10 de octubre de 2006), disponible en http://www.opendemocracy.net.

(11) En una lectura que es útil actualmente, Mills aclara que los “famosos profesionales” no son poderosos en un sentido de autoridad; por el contrario son “el resultado que corona el sistema de ‘estrellato’ de una sociedad que ha hecho de la competencia un fetiche. En los Estados Unidos, ese sistema es llevado a tal punto, que un individuo que puede llevar a golpes una pelota blanca por una serie de agujeros en el suelo con más eficacia y habilidad que cualquier otro, sólo por eso consigue tener acceso social al presidente del país.” C. Wright Mills (1993),Op. Cit., pp. 76-77.

(12) C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 144.

(13) C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 194.

(14) C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 205.

(15) C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 219.

(16) Richard Gillam (1975), Op. Cit., p. 461.

(17) Roger Hilsman, The Politics of Policy Making in Defense and Foreign Affairs, Prentice-Hall Inc., New Jersey, 1987, pp. 57-58.

(18) C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 28.

(19) Una prueba de ello yace en el siguientes párrafo: “Ninguna clase gobernante fija, anclada en la vida agraria y con la aureola de la gloria militar, pudo contener en Norteamérica el empuje histórico del comercio y de la industria, ni someter a la élite capitalista, como los capitalistas fueron sometidos en Alemania y el Japón, por ejemplo. Ni pudo la clase gobernante de ninguna parte del mundo contener a la de los Estados Unidos cuando vino a decidir la historia la violencia industrializada. Así lo atestiguan el destino de Alemania y del Japón en las dos guerras mundiales, y también el destino de la misma Inglaterra, de su clase gobernante modelo, al convertirse Nueva York en la inevitable capital económica y Washington en la inevitable capital política del mundo capitalista occidental.” C. Wright Mills (1993), Op. Cit., p. 20.

(20) Ver E. H. Carr, The Twenty Year’s Crisis, Macmillan, London, 1949.

(21) C. Wright Mills, Poder, Política, Pueblo, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1973, p. XXXVIII.

(Fuente: https://revistas.ort.edu.uy/letras-internacionales/article/view/1158 )

SUN TZU – El arte de la guerra ( audio audiolibro mp3 )

 

“Lo supremo en el arte de la guerra es vencer sin dar batalla [Sun Tzu – El arte de la guerra. 3].

El siguiente enlace corresponde a una grabación en mp3 de SUN TZU, EL ARTE DE LA GUERRA.

[Aunque esta obra es de dominio público-, esta grabación, al igual que las otras de este blog, está destinada exclusivamente a personas con alguna minusvalía o impedimento físico que les impida poder disfrutar de la obra en edición impresa. Por tanto, si no es su caso, no debe acceder a la obra].

Quienes disfrutáis del privilegio inigualable de poder leer, compradla y leedla; quienes no , sentaos a escuchar.

Escrita por el siglo IV a.C y contemporánea del Tao Te King (es aleccionador leerlas juntas), se trata de una de las primeras obras de estrategia política y militar. Pese a estar producida por una cultura de base agraria precapitalista, la preocupante actualidad de sus (contra)consejos pone de manifiesto que, en política y guerra, cuando el mantenimiento del poder es el objetivo, el engaño, la manipulación y traición siguen siendo el instrumento principal y decisorio. Un texto muy instructivo, no para seguirlo sino darnos un baño de realidad y estar prevenid@s. Al menos para quienes aspiramos a un mundo mejor: para quienes somos, frente a todo poder, el «enemigo».

Para este audiolibro, nuevamente, contamos con el depurado y brillante trabajo de AUDIOLIBROS AMA.

¡Qué os ayude en la comprensión y el disfrute de la vida!

LINK a los archivos de audio:

SUN TZU – EL ARTE DE LA GUERRA

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Del poder y el consentimiento: lenguaje, dominación, clases, legitimidad y Estado. M. Godelier ( audio audiolibro mp3 )

Poder y Lenguaje. Reflexiones sobre los paradigmas y las paradojas de la legitimidad de las relaciones de dominación y de opresión. M. Godelier (1978).

Al interrogarse sobre las relaciones entre poder y lengua, uno se embarca en una reflexión con varias etapas. Por mi parte, en una primera etapa, encararé un caso particular extraído de mi experiencia como antropólogo: el análisis de las relaciones entre el poder y el lenguaje entre los Baruya de Nueva Guinea; en una segunda etapa, intentaré mostrar que el punto más fuerte de un poder de opresión, de dominación, no es justamente el de la fuerza física, sino por el contrario el del consentimiento de los dominados a su dominación. Así, el problema es el de una paradoja sobre el paradigma de legitimidad. Estas reflexiones permitirán, en una tercera etapa, sugerir una manera de reflexionar sobre el problema esencial de las condiciones de aparición de las clases y del Estado, es decir, de los procesos que han puesto fin a las sociedades llamadas “primitivas”.

1.

Primer problema, primera etapa, el análisis de un caso, los Baruya de Nueva Guinea. En las altas montañas del interior de Nueva Guinea viven Los Baruya, su tribu ha estado controlada por el poder australiano desde 1960, después de haber tenido su primer contacto con los blancos en 1951.

Es una sociedad sin jefe, acéfala, dividida en clanes patrilineales, compuestos casi únicamente por dos grupos sociales fusionados: un grupo autóctono y un grupo de inmigrantes, llegados hace varios siglos luego de una guerra infeliz. Estos inmigrantes, luego de un tiempo, han tomado el poder entre los autóctonos, al menos para ser más precisos, luego de un cierto tiempo una parte de los autóctonos traicionó y terminó por asociarse con los refugiados expulsando, luego, al resto de la población local. En una palabra, el punto de partida fue la fusión de la cual surgió un nuevo nombre y una nueva unidad política global: la tribu Baruya.

No se constata en esta sociedad la existencia ni de una jerarquía de rangos, ni de una jerarquía de “clases”. No existe tampoco un jefe de aldea. Las formas de desigualdad social se basan en la autoridad general de los hombres sobre las mujeres y en la autoridad de los ancianos sobre los jóvenes. Tenemos en consecuencia la siguiente situación en términos de poder: los hombres adultos tienen autoridad sobre la gente joven y los niños y una autoridad general sobre todas las mujeres cualquiera sea su edad. Es una sociedad sin clases caracterizada por la dominación masculina. Existe, sin embrago, una desigualdad entre grupos pues los refugiados, quienes expulsaron a una parte de la población que los había cobijado, controlan los rituales junto al clan local que los ayudó en esa felonía, en esa traición, en esa “operación política”. Ese clan local, que se quedó entre los Baruya, dispone de grandes poderes rituales. Los descendientes de algunos grupos locales, cuyos ancestros habían decidido quedarse entre los Baruya, porque habían intercambiado mujeres con ellos, se habían vuelto sus aliados y quizás eran más numerosos, pero no tenían el mismo status político porque no ocupaban el mismo lugar en los rituales.

Así pues la jerarquía entre hombres/mujeres, entre ancianos/jóvenes está articulada al mismo tiempo sobre una jerarquía entre clanes, en la cual unos son los maestros de los rituales. Esta es la estructura de la jerarquía político-simbólica. En el plano económico, existe también cierta jerarquía pues los clanes que dominan a otros se han apoderado de parte de sus tierras. La jerarquía no sólo es una jerarquía en el dominio del poder y de la autoridad pública, en el dominio de la práctica simbólica. Es, también, una jerarquía en el control de los recursos materiales, es decir, de los territorios de caza y de agricultura.

He aquí el contexto.

Me ajustaré ahora a las relaciones entre poder y lenguaje. Lo más sorprendente entre los Baruya, es constatar que los hombres son iniciados para hablar un lenguaje secreto y son iniciados además en los secretos, secretos que lo son sólo para las mujeres y para los jóvenes no iniciados. Existe también una suerte de monopolio de los hombres sobre ciertos saberes y esto se traduce en el lenguaje por un código, un lenguaje secreto. ¿Cuál es la estructura de ese lenguaje secreto? Los hombres utilizan los nombres corrientes en lugar de otros. Por ejemplo, para hablar de las batatas dulces, wuopai, van a utilizar otro nombre –conocido por todo el mundo: hombres y mujeres– y que sustituye a esa palabra habitual, tomando su lugar en el discurso. Así las mujeres no saben verdaderamente de que están hablando los hombres, pues piensan que están hablando de otra cosa. Nos encontramos entonces con la creación de un uso “cifrado” de la lengua, de una “lengua cifrada” para ser más preciso. ¿Por qué el uso metafórico de una parte del léxico? Esto no es sólo para mantener a las mujeres a distancia o para expresar distancia. Es así porque entre las palabras y las cosas hay una relación, y una relación que da poder sobre las cosas. Es este poder que se reserva a los hombres. Los Baruya piensan que conocer el nombre secreto de una cosa, es tener poder sobre ella: a partir de esto, no se trata solamente de un uso metafórico del lenguaje. Se trata en profundidad, de un monopolio del acceso a un mecanismo invisible, a una conexión oculta entre las palabras y las cosas. De esta manera los hombres se afirman como dueños de una parte de las condiciones de “reproducción” de las cosas, de la fertilidad de los campos, de la reproducción de las batatas dulces o de la caza y de la reproducción de las relaciones sociales y del lugar de esos individuos o de esos grupos en las relaciones sociales.

Poder y lenguaje están en esa relación que no es sólo la señal en el lenguaje de una diferencia. Es más profundo, es el acceso, a través del lenguaje, a la esencia oculta de las cosas. Es un poder sobre las cosas al mismo tiempo que un poder sobre los hombres a través del poder sobre las cosas. En el centro de ese uso del lenguaje, hay una representación, hay una “teoría”, no sólo una manera de hablar, sino una manera de pensar, una manera de plantear los problemas, de interpretar el mundo.

Entre los Baruya, en los momentos importantes, “claves” de la vida de un hombre o de una mujer, hay un aprendizaje, en el transcurso de rituales complejos, de mitos y de saberes secretos. Un joven es separado de su madre a la edad de nueve años y comienza a aprender las palabras para designar a las mujeres, las palabras que sólo los hombres pronuncian entre ellos y que les permiten hablar de las mujeres sin ser comprendidos. Él adquiere, así, un sentimiento profundo de superioridad durante los largos años de aprendizaje. Sea a través de canciones, sea a través de discursos, el joven aprende el “fondo” de las cosas al mismo tiempo que las reglas de conducta. Se le enseña una moral, una ética que es una actitud “política” y al mismo tiempo se le explica el fondo oculto de las cosas, a través de la narración de los mitos sobre el origen del hombre, el origen de los astros, el rol de los dioses y de los seres sobrenaturales en su vida, etc. Las mujeres, por su lado reciben también una iniciación secreta y tienen igualmente un nombre para designar, entre ellas, a los hombres. No debe imaginarse que la separación entre los sexos es total. De hecho los hombres saben bien qué es lo que hacen las mujeres y las mujeres saben bien qué hacen los hombres durante sus rituales secretos, pero unos y otros deben comportarse como si no lo supieran y, sobre todo, jamás manifestar explícitamente la curiosidad. El sistema funciona en una ambigüedad creada y reproducida por los mismos actores. Sin embargo, se puede decir que cuando una mujer es vieja –demasiado vieja para tener relaciones sexuales aun si todavía es fuerte para trabajar– ella sabe casi todo lo que los hombres esconden a las mujeres. Todo esto pasa como si la diferencia entre hombres y mujeres se borrara poco a poco, sin jamás anularse del todo.

Bien entendida, esta manipulación de los secretos y del discurso se efectúa desde el comienzo en un clima de violencias físicas y psicológicas. Son las amenazas que se hacen pesar sobre los jóvenes iniciados o iniciadas en el caso de que ellos o ellas revelasen algunos de sus secretos. Es importante notar que los jóvenes iniciados tienen que estar mudos delante de sus mayores en el curso de las ceremonias, ellos no tienen el “derecho” a la palabra. Deben escuchar y dejarse “imprimir” en ellos las “leyes” de su sociedad.

Las grandes revelaciones se hacen en un contexto dramático sobre el plano gestual, sobre el plano simbólico, sobre el plano del cuerpo, sobre el plano de los alimentos. A cada paso, una serie de interdicciones nuevas se plantea sobre su alimentación, sobre la postura de su cuerpo, sobre la manera de hablar, de caminar, etc. En cada etapa, una parte de las interdicciones existentes en la etapa precedente es levantada, lo cual es una prueba de que el hombre cambia. Este es el contexto poderoso y complejo de relaciones entre poder y lenguaje. Más allá del discurso, están las actitudes corporales, los tabúes sobre el cuerpo, las maneras de utilizar el espacio alrededor de uno mismo. Está todo aquello que es más vasto que el lenguaje pero que también habla.

2.

El ejemplo de los Baruya tiene la ventaja de ilustrar algunas formas de dominación y de oposición que se encuentran en una sociedad sin clases. Invita a sociólogos, historiadores, filósofos a reflexionar sobre la existencia de relaciones de dominación y de opresión más antiguas que las relaciones de clase y que han precedido en mucho a la aparición del Estado en la historia. Este es un hecho histórico que nos lleva a problemas teóricos fundamentales sobre los cuales el ejemplo de los Baruya, puede arrojar una cierta luz. Este ejemplo hace aparecer el hecho de que la fuerza más fuerte del poder no es la violencia sino el consentimiento, el consentimiento de los dominados a su dominación, la dominación masculina es ordinariamente reconocida y vivida por las mujeres como legítima. Hay entonces en todo poder un orden y una fuerza fundamental que mantiene las cosas “en orden” que es el consentimiento, el consentimiento de los dominados a su dominación. Dan ese consentimiento porque el estado de las cosas les parece legítimo. Hay, entonces, en el fundamento del poder un mandato que es al mismo tiempo una fuerza y un mecanismo interno del funcionamiento del poder. Ese mandato es “un paradigma de legitimidad”.

Cuando se estudia, por ejemplo entre los Baruya, las relaciones que existen entre las iniciaciones masculinas y las iniciaciones femeninas se evidencia que ellas están destinadas a hacerles consentir la dominación masculina. Cuando las mujeres están “entre ellas” no se ponen a complotar contra el poder masculino. Al contrario, practican los ritos que les recuerdan, bajo las diversas formas simbólicas, que ellas deben someterse a los hombres. Las canciones, las escenas mímicas, las danzas que ellas realizan solas en la maleza, a la noche, alrededor del fuego, al resguardo de las miradas de los hombres, están destinadas a mostrar a las jóvenes que acaban de aprender sus reglas que cuando los hombres regresan del trabajar, ellas deben hacer la comida o bien que deben consentir hacer el amor cuando ellos se lo demanden y sin protestar, sin darles vergüenza una negativa, etc. Entonces, lejos de considerar las ceremonias femeninas como un “contramodelo”, son el complemento de las ceremonias masculinas, es decir, la organización del consentimiento femenino a la dominación masculina.

Esto no quiere decir que las mujeres algunas veces, individualmente o en grupo, no se rebelen, que no pongan resistencia de su parte, ni que su consentimiento sea total, ni unánime, ni que sea permanente o constante. Digamos que existe un consentimiento tan profundo y general que a veces se cuestiona individual o colectivamente, porque el poder de los hombres está también hecho de violencia. Esta violencia provoca a veces formas de resistencia, de negativas a consentir por más tiempo ese poder masculino. Se ve entonces a las mujeres peleándose físicamente con los hombres o resistiéndose bajo otras formas. Ellas no cocinan, no hacen el amor o van a visitar a sus parientes, a veces, por largos períodos. Estas múltiples formas de resistencia prueban así mismo que si en conjunto el consentimiento existe, está constantemente contradicho en la experiencia cotidiana y en la experiencia individual.

A partir de estos hechos podemos reflexionar en el plano teórico. Estos hechos van al encuentro de algunos que pretenden, hoy en día, que el poder de una clase o el poder del Estado está fabricado en una conjunción de dos deseos malvados: por una parte, el deseo de las masas a ser “avasalladas” y, por otra, el deseo de una minoría de ser servidos y, en esta conjunción de los dos deseos se realiza el avasallamiento, sobre él se eleva silenciosamente la máquina despótica: el Estado. Ésta es una teoría que, sobre el plano de la lógica, intenta resucitar una cierta visión ética del movimiento de la historia. Existe en el hombre un lado impuro que termina en esto, en instituciones “malvadas”. Haría falta explicar entonces por qué la humanidad “ primitiva” habría cedido poco a poco a deseos impuros, por qué poco a poco el Estado habrá emergido, desplazando a la antigua “democracia primitiva”, el Estado imaginario de las sociedades humanas. Esta teoría no tiene valor científico porque ignora el principal problema del poder que es que el poder no se reproduce de manera durable sin que extraiga su fuerza principal del consentimiento de aquellos que los sienten o padecen. El consentimiento pasa por la conciencia antes que por el deseo. Surge de una representación; de una representación compartida entre dominantes y dominados. (Aunque) Más allá de la representación hay, bien entendido, todos esos efectos en la emoción y en el deseo.

No quiero que se me acuse de ignorar o negar la existencia de la “violencia organizada” al servicio de la reproducción de las relaciones de dominación: violencia en el discurso, violencia física, represión psicológica. Entre los Baruya, cuando una mujer resiste a su marido, éste le pega. La respuesta más habitual es la represión, la violencia física. Si las mujeres se rebelaran en conjunto, se las reprimiría a todas. Y cuando a una mujer, como ocurrió una vez, le agarra un ataque y prende fuego al símbolo mismo de la dominación masculina –que es la casa de iniciación de hombres, la cual es construida en algunas semanas y en el interior de la cual van a iniciarse los hombres fuera del alcance de toda mirada femenina– esa mujer es inmediatamente condenada a muerte. A partir de ese momento se le pide a uno de sus hermanos que le dé muerte para que no existan represalias contra el clan del matador. Es necesario entonces que uno de sus “hermanos” o uno de sus primos (que es lo mismo porque en su lengua se les llama a los primos paralelos: hermanos), que un miembro de su propio clan la mate para que su clan no se vuelva contra los otros para ejercer represalias. En estas circunstancias, los hombres manifiestan una solidaridad que va más allá de las relaciones de parentesco: es toda su autoridad la que se encuentra amenazada. Ellos reaccionan como un “cuerpo orgánico”, como un grupo solidario y fue por esta razón que justamente se le pidió a un hermano de esa mujer que cumpliera con la tarea de darle muerte. Luego, todos los hombres de todos los clanes dieron al clan de la víctima una compensación en collares de caracoles, etc. En este mecanismo vemos como interviene en las sociedades sin clases la violencia física junto a la dominación ideológica.

Pero se podría caer fácilmente en el idealismo y creer que todo este asunto es una “cuestión de representación” y que sería suficiente para cambiar el estado de las cosas, cambiar sus representaciones. Desde el plano histórico y desde el plano metodológico esta tesis es falsa. Pues hay un vínculo profundo a descubrir entre la dominación masculina y la estructura misma de las sociedades y de las condiciones de vida. Los primitivos no se representan el mundo al azar, el lugar de lo masculino y de lo femenino en el cosmos y el lugar de los sexos en la sociedad, etc. Existen, más allá de una manera de pensar, las condiciones de este pensamiento, de estas representaciones que es necesario analizar y descubrir. Lo importante, en primer lugar, es que esas representaciones están organizadas en sistemas, en una “teoría indígena”; esta teoría se encuentra en el corazón del mecanismo de poder como una de las condiciones de su reproducción. Hacer una teoría del poder, es hacer una teoría de las condiciones y de las razones que conducen al control por parte de una minoría social de las condiciones (reales o imaginarias para nosotros) de reproducción de la sociedad y del mundo. Es hacer una teoría de los mecanismos que descansan sobre el consentimiento y de los mecanismos que descansan sobre la violencia en la sustancia misma del poder, en su fuerza. Es una teoría compleja porque no obliga a uno de los términos en provecho del otro. No es reduccionista. Pensar “mal” o desear el mal no puede ser el origen de las clases o del Estado. Esta es una visión ideológica, demagógica, que no permite explicar la formación de las relaciones de explotación ni tampoco tratar eficazmente de abolirlas.

3.

En cambio, se podría intentar esclarecer de otra manera la famosa cuestión del nacimiento de las clases y del Estado, el problema de la desaparición de las sociedades sin clases. ¿En qué condiciones una parte de la sociedad ha podido elevarse sobre otras, formar una suerte de “clase” y en qué condiciones su poder llega a ser ejercido a través de una institución nueva que llamamos Estado?

En las sociedades que no transforman la naturaleza, las sociedades cazadoras-recolectoras, prácticamente todo el mundo sabe, todo el mundo debe saber fabricar los útiles que son muy simples (una piedra que se escoge y se talla, una madera que se corta y se afila, etc.). Los recursos del territorio pertenecen a todos. Las diferencias sociales, en estas condiciones, no pueden provenir de un monopolio de los medios materiales de existencia. Parece, sin embrago, que ciertas desigualdades aparecen, nacen, de la posesión restringida de los medios que nosotros llamamos imaginarios, de la reproducción de la sociedad y de la naturaleza. Posesión de ritos de caza, de la fertilidad de las mujeres y de la posesión de saberes que nos parecen –a nosotros– saberes “fantasmagóricos”.

Es igualmente importante ver que en muchas sociedades existen aristocracias hereditarias, una suerte de “clases” dominantes, sin que el Estado exista. A menudo esta aristocracia, como la de las islas Trobiand en Melanesia, trabaja en diversos procesos de trabajo pero cumpliendo tareas que no son consideradas degradantes. Los aristócratas no transportan cargas pesadas. Participan de los trabajos agrícolas o de la pesca y, a menudo, ocupan un lugar de autoridad en el plano de las actividades económicas. La diferencia con la gente común es sólo relativa. Pero la diferencia es absoluta en materia de posesión de conocimientos rituales y del lenguaje ritual. En ese dominio tienen el control de las relaciones con los dioses y con los ancestros. Una minoría social o a veces un solo clan, se afirma como más próximo a los ancestros y a los dioses. Sus miembros son los únicos que les pueden hablar y hacerse entender. El clan aparece ante los otros como el intermediario obligado para que el mundo, la vida, se reproduzca normalmente. Sobre el plano teórico, la cuestión reside entonces en determinar en qué condiciones pudo nacer un monopolio tal, monopolio “imaginario” y monopolio “de lo imaginario”, pero este imaginario no es imaginario más que para nosotros. Los verdaderos actores de la historia saben que utilizan medios “simbólicos” pero “saben” también que su poder por medio de símbolos, que su poder sobre los símbolos, es un poder eficaz, real y no ilusorio. No es para ellos lo que nosotros llamamos poder simbólico. Una de las cuestiones más precisas que se les plantean hoy a los antropólogos, a los historiadores, a los prehistoriadores, es la de construir una teoría de las condiciones de apropiación por una minoría social del acceso a aquello que nosotros consideramos como “imaginario social” y que es, de hecho, el acceso a los medios para controlar la reproducción de la naturaleza y de la sociedad. Esta distinción entre naturaleza y sociedad es igualmente una distinción que nosotros introducimos. Ésta es una cuestión científica muy difícil y que demanda un trabajo muy complejo de comparaciones y de elaboraciones teóricas. Todo modelo reduccionista de tipo ideológico no resiste ante la complejidad de los hechos.

Otro problema científico es el de comprender la ligazón que se puede establecer entre las diversas formas de monopolio de lo imaginario y la aparición de formas de monopolio de los recursos de un territorio o del producto del trabajo de otro. Pero si bien aún no podemos responder a estas cuestiones, nuestro análisis permite esclarecer el rol que pudo desempeñar el consentimiento de las masas a la aparición de relaciones de explotación. En efecto, parecería como si el clan o los clanes que poseen los ritos y los sacerdotes que pueden “obrar sobre” los ancestros, se encontraran al servicio de todos, rindiendo a todos un servicio. En compensación, todos les deben “alguna cosa”. Así se establecen ciclos de prestaciones recíprocas por los cuales una minoría recibe la mayoría del trabajo, de los bienes, de los servicios fundados sobre la lealtad, el sacrificio, etc. a cambio de rituales de sacrificios que ella, la minoría, cumple “correctamente”, etc. Nos enfrentamos así con un proceso que ha podido llevar, en ciertas condiciones, a la aparición del Estado y que explica las ambigüedades del Estado, pues el desarrollo de un poder particular y la explotación de una mayoría por una minoría parecen siempre hacerse en el lenguaje del interés general. Así, esta estructura doble del poder –de revindicarse en el interés de todos y en estar al servicio de algunos– es más antigua que el Estado, pero el Estado la reproduce y todas las formas de Estado tienen en común esta dualidad.

Pensamos que otras investigaciones conducidas en esta dirección permitirán comprender que el Estado no apareció en la historia humana como un cuerpo extraño, que el Estado fue el producto necesario de una profunda evolución y no les fue impuesto desde el exterior a las sociedades primitivas sino que surgió “legítimamente” de su propia evolución. No surgió como un monstruo venido del Mal sino “normalmente” y por esta razón legítimamente. Y es también “legítimamente” que va a desaparecer, que debe desaparecer. Ya que el Estado no será abolido por decreto, se extinguirá en términos de lucha de clases que pondrán fin a las clases. El desarrollo de nuevas fuerzas productivas y de nuevas relaciones sociales de producción provocará sucesivamente la extinción de las funciones asumidas por el Estado y las contradicciones que el Estado expresa y asume. El análisis antropológico e histórico comparado del debate del siglo XIX entre marxismo y anarquismo nos permite ver que –cuando Marx responde en el programa de Gotha y de Erfurt o cuando Engels, en El rol de la violencia en la historia, responde a los anarquistas que el Estado en la sociedad futura donde los trabajadores retomarán el control de los medios de producción– no será necesario abolir el Estado porque éste se transformará progresivamente en un instrumento anticuado, será abandonado como un hierro viejo o puesto en el museo de las instituciones desaparecidas. Considero que hay en esta respuesta una posición teórica y política que es profundamente “científica”. Pienso personalmente que, en la evolución futura de la humanidad, al concluir las luchas desaparecerán dos realidades que están en parte ligadas, la religión y el Estado, a través de la desacralización de las relaciones sociales y al mismo tiempo por la extinción de los aparatos de represión estatales. Puesto que el Estado no pudo nacer sin ser “sagrado”. Pienso que el futuro se esclarece con esta reflexión sobre las condiciones de aparición del Estado, en la medida en que hay un elemento que no ha variado a todo lo largo de la existencia y de la evolución histórica de las clases y del Estado: las relaciones de sacralización de las relaciones sociales y la opresión y la dominación.

M. Godelier, Comunications, Paris, 1978, nº 28.

Disponible en Boivin-Rosado-Arribas, Constructores de Otredad. Una introducción a la antropología social y cultural https://antroporecursos.files.wordpress.com/2009/03/bolvin-m-rosato-a-arribas-v-2004-constructores-de-otredad.pdf

Original en francés en http://www.persee.fr/doc/comm_0588-8018_1978_num_28_1_1417.

Revisión en este post: Jorge Negro (en cursiva añadidos a la traducción original)

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AUDIOLIBRO disponible en el link: https://1drv.ms/f/s!AsxTC3hKRgLMggOEGt2QF_Oj6Hpb 

 

Naturaleza humana : poder, justicia, revolución, utopía. Debate Chomsky-Foucault (1971)

«Naturaleza» humana, poder, justicia, revolución, utopía. Debate Chomsky-Foucault (1971)

Hoy, queridos amigos y amantes de la filosofía y de la reflexión en general, tengo el gusto de compartir con vosotros un enlace que es un completo lujo para los sentidos y el intelecto:

Nada menos que el debate completo Foucault-Chomsky (1971) en torno a la gran cuestión:

¿Existe algo así como una «naturaleza» humana -de carácter innato-? Y si es así,

¿qué implicaciones tiene para nuestra concepción del poder, la justicia, la revolución y la forma de sociedad humana ideal?

En fin, casi nada!. ¡Qué lo disfrutéis!

(Video con subtítulos en inglés y transcripción completa en el enlace. Es decir, que no hay excusas)

Comentario y transcripción: The historic Chomsky-Foucault debate

Video:  Full Chomsky-Foucault Debate (with English subtitles)

Texto en castellano: http://new.pensamientopenal.com.ar/01082010/filosofia02.pdf

  (Os ruego me informéis si los enlaces aparecen rotos, para repararlos)

 

A continuación os extracto algunas «perlas» de la segunda parte, sobre Poder y Justicia, menos técnica y más estimulante que la primera concentrada en cuestiones epistemológicas:

 

FOUCAULT:  ¿por qué me interesa tanto la política? Si pudiera responder de una forma muy sencilla, diría lo siguiente: ¿por qué no debería interesarme? Es decir, qué ceguera, qué sordera, qué densidad de ideología debería cargar para evitar el interés por lo que probablemente sea el tema más crucial de nuestra existencia, esto es, la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas dentro de las que funciona y el sistema de poder que define las maneras, lo permitido y lo prohibido de nuestra conducta. Después de todo, la esencia de nuestra vida consiste en el funcionamiento político de la sociedad en la que nos encontramos.

De modo que no puedo responder a la pregunta acerca de por qué me interesa; sólo podría responder mediante la pregunta respecto de cómo podría no interesarme.

(…) No estar interesado por la política es lo que constituye un problema.

 

CHOMSKY: En caso de que sea correcto, como creo, que un componente fundamental de la naturaleza humana es la necesidad del trabajo creativo, de la investigación creativa, de la creación libre sin las limitaciones arbitrarias de las instituciones coercitivas, se desprende que una sociedad decente debería llevar al máximo las posibilidades de realización de esta característica humana fundamental. Esto significa intentar la superación de los elementos represivos, opresivos, destructivos y coercitivos que se encuentran en toda sociedad real -la nuestra, por ejemplo- como residuo histórico.

Ahora bien, toda forma de coerción o de represión, cualquier forma de control autocrático de cierto dominio de la existencia, como, por ejemplo, la propiedad privada del capital o el control estatal sobre algunos aspectos de la vida humana, cualquiera de las restricciones autocráticas de este tipo sobre algún área del esfuerzo humano, pueden justificarse, si esto es posible, sólo en términos de la necesidad de subsistencia, o la necesidad de supervivencia, o de defensa ante un destino horrible, o algo semejante. No es posible justificarlas de forma intrínseca. Más bien, se las debe superar y eliminar.

Pienso que, al menos en las sociedades tecnológicamente avanzadas de Occidente, sin duda nos encontramos en una posición en la que las tareas monótonas y sin sentido pueden en gran parte ser eliminadas y, reducidas a lo estrictamente necesario, ser compartidas por toda la población en la que el control autocrático centralizado, sobre todo de las instituciones económicas -y con esto me refiero al capitalismo privado, al totalitarismo estatal o a las variadas formas mixtas de capitalismo de Estado existentes-, se ha vuelto un vestigio histórico destructivo.

Se trata de vestigios que deben ser derrocados, eliminados en favor de la participación directa mediante asambleas de trabajadores u otras asociaciones libres que los individuos constituirán por su cuenta sobre la base de su existencia social y de su trabajo productivo.

 

FOUCAULT: (…) nunca se me ocurriría llamar democrática a nuestra sociedad.

Si por democracia entendemos el ejercicio efectivo del poder por parte de un pueblo que no está dividido ni ordenado jerárquicamente en clases, es claro que estamos muy lejos de una democracia. Me parece evidente que estamos viviendo bajo un régimen de dictadura de clase, de un poder de clase que se impone a través de la violencia, incluso cuando los instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales; y a ese nivel, hablar de democracia carece de sentido por completo.

(…) una de las tareas que considero urgentes y apremiantes, por encima y más allá de todo lo demás, es la siguiente: deberíamos indicar y mostrar, incluso cuando están ocultas, todas las relaciones del poder político que actualmente controlan el cuerpo social, lo oprimen y lo reprimen.

(…)  es una costumbre considerar, al menos en la sociedad europea, que el poder está en manos del gobierno y que se ejerce a través de ciertas instituciones determinadas, como la administración, la policía, el ejército y los aparatos de Estado. Sabemos que la función de estas instituciones es idear y transmitir ciertas decisiones para su aplicación en nombre de la nación o del Estado, y para castigar a quienes no obedecen. Pero creo que el poder político también se ejerce a través de la mediación de ciertas instituciones que parecerían no tener nada en común con el poder político, que se presentan como independientes a éste, cuando en realidad no lo son.

(…) todos los sistemas de enseñanza, que al parecer sólo diseminan conocimiento, se utilizan para mantener a cierta clase social en el poder y para excluir a otra de los instrumentos del poder. Las instituciones del saber, de la previsión y el cuidado, como la medicina, también ayudan a apuntalar el poder político. Esto también es evidente, incluso a un nivel escandaloso, en ciertos casos vinculados con la psiquiatría.

Me parece que la verdadera tarea política en una sociedad como la nuestra es realizar una crítica del funcionamiento de las instituciones que parecen neutrales e independientes; hacer una crítica y atacarlas de modo tal de desenmascarar la violencia política que se ha ejercido a través de éstas de manera oculta, para que podamos combatirlas.

En mi opinión, esta crítica y esta lucha son esenciales por distintos motivos: en primer lugar, porque el poder político va mucho más allá de lo que uno sospecha; hay centros y puntos de apoyo invisibles y poco conocidos; su verdadera resistencia, su verdadera solidez quizá se encuentra donde uno menos espera. Probablemente, sea insuficiente afirmar que detrás de los gobiernos, detrás de los aparatos de Estado, está la clase dominante; debemos localizar el punto de actividad, los lugares y las formas en las que se ejerce la dominación. Y porque esta dominación no es sólo la expresión, en términos políticos, de la explotación económica, sino su instrumento y, en gran medida, su condición de posibilidad, para suprimir a una es necesario discernir la otra de forma exhaustiva. Si no logramos reconocer estos puntos de apoyo del poder de clase, corremos el riesgo de permitir la continuidad de su existencia y de ver a este poder de clase reconstituirse a sí mismo, incluso luego de un aparente proceso revolucionario.

 

CHOMSKY: Sin duda estoy de acuerdo, no sólo en teoría sino también en la acción. Creo que hay dos tareas intelectuales: una, a la que me referí, es intentar crear la visión de una sociedad futura donde impere la justicia; esto significa crear una teoría social humanista basada, si es posible, en una concepción humanista y firme de la esencia humana, o de la naturaleza humana. Ésa es una de las tareas.

La otra consiste en comprender cabalmente la naturaleza del poder, la opresión, el terror y la destrucción en nuestra propia sociedad. Y sin duda esto incluye las instituciones que mencionó, así como las instituciones clave de toda sociedad industrial, a saber, las instituciones económicas, comerciales y financieras y, en particular, en el período que se avecina, las grandes corporaciones multinacionales que físicamente no están lejos de nosotros esta noche (…)

Éstas son las instituciones básicas de opresión, coerción y gobierno autocrático que parecen neutrales a pesar de todo lo que afirman. Estamos sujetos a la democracia del mercado, y esto debe entenderse precisamente en términos del poder autocrático, incluida su forma particular de control que procede del dominio de las fuerzas de mercado en una sociedad no igualitaria.(…)

Sin embargo, creo que sería una pena abandonar por completo la tarea, en cierto modo más abstracta y filosófica, de intentar establecer las conexiones entre un concepto de la naturaleza humana que dé lugar a la libertad, la dignidad, la creatividad y otras características humanas fundamentales, y una noción de la estructura social donde estas propiedades puedan realizarse y la vida humana adquiera un sentido pleno.

Y de hecho, si estamos pensando en la transformación social o la revolución social, aunque por supuesto sería absurdo presentar una descripción detallada del objetivo que intentamos alcanzar, debemos saber algo acerca de hacia dónde creemos que vamos, y dicha teoría puede indicárnoslo.

(…) Creo que en la esfera intelectual de la acción política, donde se intenta construir una visión de una sociedad justa y libre sobre la base de alguna noción de la naturaleza humana, enfrentamos exactamente el mismo problema que encontramos en la acción política inmediata, a saber, el de estar obligados a actuar, porque los problemas son muy graves, y sin por eso desconocer que cualquier cosa que hagamos se basa en una comprensión muy parcial de las realidades sociales y, en este caso, de las realidades humanas.

Por ejemplo, para hablar en términos concretos, gran parte de mi activismo político está relacionado con la guerra de Vietnam, y con la participación en actos de desobediencia civil. La desobediencia civil en los Estados Unidos se lleva a cabo con una gran incertidumbre acerca de sus efectos. Se podría argumentar, por ejemplo, que amenaza el orden social en modos que podrían conducir al fascismo; y eso sería algo muy nocivo para los Estados Unidos, para Vietnam, para Holanda y para todos. Sabemos que si un gran Leviatán como los Estados Unidos se volviera realmente fascista, provocaría muchos problemas; así que ése es uno de los peligros de este acto concreto.

Por otro lado, corremos un grave peligro en el caso de no llevarlo a la práctica; esto es, si no se lo hiciera, el poder estadounidense destruiría a la sociedad de Indochina. Enfrentados a estas incertidumbres, debemos elegir un curso de acción.

Del mismo modo, en el ámbito intelectual enfrentamos las incertidumbres que usted plantea correctamente. Nuestro concepto de naturaleza humana es sin duda limitado, está condicionado parcialmente por la sociedad, coartado por nuestras propias deficiencias de carácter y por las limitaciones de la cultura intelectual en la que vivimos. Pero, al mismo tiempo, es de una importancia crucial saber qué objetivos imposibles queremos alcanzar si nuestra intención es alcanzar algunos de los objetivos posibles. Y esto significa que debemos ser lo suficientemente audaces como para especular y crear teorías sociales basadas en un conocimiento parcial, muy atentos a la posibilidad, y de hecho a la alta probabilidad, de que al menos en algunos aspectos estemos muy lejos de dar en el blanco.

(…) el Estado tiene el poder de hacer cumplir un cierto concepto de lo que es legal, pero el poder no implica justicia y tampoco lo correcto;  (…) Es correcto llevar a cabo actos que impidan acciones criminales del Estado, así como lo es violar una orden de tránsito para evitar un asesinato.

(…) Del mismo modo, gran parte de lo que las autoridades estatales definen como actos de desobediencia civil en realidad no lo son: de hecho, es un comportamiento legal y obligatorio que viola el mandato del Estado, que puede ser o no un mandato legal.»

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En fin, como podéis ver (y comprobar), sin desperdicio.

 

De peces, pollos y cerdos

Enlace

De peces, pollos y cerdos.

Asi, sin insultar.

Cuando digo que estamos gobernados por psicópatas, a sueldo de criminales, no es una metáfora… es solo un pequeño eufemismo destinado a no herir la sensibilidad del público infantil.

Media docena de grupos controlan el 90% de la cadena de producción-comercialización-distribución del pack energía-farmacia-armas-drogas-agua-alimentación-información …

Eso es PODER (casi fálico, y a veces sin «casi»), y no ese otro, cutre y grasiento (aunque cada vez menos) de la «soberanía popular».

Ante eso, los más solo quedamos como meros cómplices pasivos (espectadores) cuando no activos, ya que desde la ignorancia, la impotencia o la ambición, en nombre del «realismo», algunos participan incluso con entusiasmo. Y dado que ser analfabetos funcionales o psicópatas no es privilegio de la cúspide de la pirámide alimenticia, ni garantía para permanecer en ella, sino que son virtudes que se distribuyen como el agua, naturalmente según capacidades, habilidades y necesidades; el resultado es que hasta entre criminales hay clases sociales, motivo por el cual ser víctima no es sinónimo de ser inocente.

Pero bueno, yendo al pollo: visto lo conocido, y solo vislumbrando lo que todavía nos ocultan… yo me haría vegetariano, pero me temo que tampoco haya ya muchas garantías de no estar comiendo transgénicos y pesticidas … o cualquiera otras cosas peores de las que mejor no hablar. Vamos, que habrá que mirar con lupa el frigorífico. Al menos los que aun tenemos el privilegio de tenerlo medio lleno.

 

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Link a la noticia:

Los peces comerán pollo y cerdo

Las piscifactorías podrán usar a partir de junio piensos con proteínas de animales no rumiantes. Una práctica que genera recelos tras las «vacas locas»

(ABC L. DANIELE/C. GARRIDO / MADRID Día 07/02/2013 – 02.57h)